“¡Cariño, ya estoy en casa!”, dijo Isabel al entrar en la habitación donde estaba Kenneth. Volver a su lado siempre era para ella un soplo de aire fresco, ya que le aportaba una gran serenidad y estabilidad. Llevaban seis meses viviendo juntos en Londres, desde que él salió del coma, aunque las idas y venidas de ella habían sido constantes y él seguía ignorando cualquier detalle relacionado con la vida anterior de “Sabina” o con los secretos que guardaba. “Menos mal”, dijo él. “Pensaba que no estarías aquí para pasar las fiestas. Podremos celebrar juntos la Nochebuena, ¿no?”. “Claro que sí, mi amor”, dijo ella mientras soltaba las maletas y corría a darle un beso. Mientras le besaba, vinieron a su mente multitud de pensamientos y recuerdos: su pequeña hija, a la que ya apenas veía, su vida anterior, todas las aventuras que había tenido en los últimos años, pero sobre todo, en un momento dado, en su cabeza sólo estaba la imagen de Pablo y un impulso irrefrenable hizo que apartara bruscamente sus labios de los de Kenneth. “¿Qué te pasa?”, dijo él. “Tienes mala cara”. “¿Cómo lo sabes, si no puedes verla?”, respondió Isabel. “Hay cosas, Sabina, que no hace falta verlas para saberlas”. “No es nada en particular”, dijo ella, “es una sensación extraña. ¿Alguna vez te has preguntado si eres feliz, Ken?”. "Buena pregunta”, dijo él, “pero yo pienso que en ese tema, más importante que serlo es saberlo. Imagina que fueras feliz y lo supieras. ¿Qué sentido tendría entonces tu vida? Tendrías todo lo que deseas, no te quedaría ningún sueño por alcanzar, ningún deseo que cumplir. ¿Para qué? Si ya eres feliz... Tu máxima aspiración sería mantenerte como estás, y a fuerza de mantenerte sin aspirar a nada más, terminarías por aburrirte y dejarías de ser feliz, porque tu vida estaría vacía".
Isabel nunca se lo había planteado así. Vio que realmente no sabía si era feliz y que realmente esto le angustiaba a veces. Las dudas sobre si hacía o no lo correcto con su vida, si estaba en el buen camino o se estaba equivocando a cada paso que daba, la atenazaban y no la dejaban disfrutar de ese camino, bueno o malo, que iba recorriendo cada día desde que nació. A veces se sentía como la protagonista de una película (¿o mejor como una secundaria?, sí, probablemente en el mundo había mucha gente más importante como para que ella pensara que podía ser protagonista de algo). Y en esta película había muchos personajes, unos "buenos" y otros "malos", unos la hacían sentir bien e incluso protagonista en algún momento, pero otros (en ocasiones, incluso ella misma) anulaban su autoestima hasta hacer que se sintiera indigna de participar en esa película que era su vida y, mucho menos, de esperar un final feliz.
Kenneth había aparecido en su vida por casualidad (¿o no?, dicen que todo pasa por algo). Ninguno de los dos hubiera pensado en aquel momento que el otro iba a ser tan importante en su vida como de hecho ya lo eran el uno para el otro, aunque no supieran bien por dónde los llevaría el guionista de esa película en la que compartían cada vez más escenas. Porque había un guionista, ¿no? ¿O quizás los guionistas eran ellos mismos? Si era así, había que escribir el guión con cuidado. Era una gran responsabilidad que el final de la película fuera el adecuado, ya que estaba en juego la felicidad de los personajes. Otra vez la felicidad. ¿Por qué nadie nos dirá cómo se alcanza? Nos ahorraría tantos quebraderos de cabeza...
Casi dos meses antes, tras una noche para olvidar, Patricia seguía sin poder recuperar la calma, ya que los golpes en su puerta eran cada vez más insistentes. “Abra, Patricia”, dijo finalmente una voz masculina. “Déjeme hablar con usted. Tengo noticias que le interesan sobre su amiga Isabel y puedo ayudarle a volver con Pablo”. El miedo de Patricia se convirtió en sorpresa. ¿Quién sería este hombre que parecía conocer tan bien su vida? ¿Podría fiarse de él? Pero entonces, ¿por qué la perseguía la noche anterior? Ahora bien, si era verdad que podía recuperar a Pablo, no podía desaprovechar la oportunidad. Tras pensárselo un momento y ante la insistencia de su repentino invitado, abrió la puerta. Jorge pasó y charlaron durante largo rato en lo que sólo fue el principio de una inesperada alianza entre ambos para separar definitivamente a Isabel y Pablo.
En su casa, Pablo leyó el mensaje que le envió Elisa unos días después del plantón: “Sé que estarás muy enfadado conmigo por no haber acudido a nuestra cita. Es que al final me dio muchísima vergüenza y no pude. Verás, es que… soy un poco diferente a la foto que has visto en mi perfil. Digamos que la foto que puse no es mía, pero es una larga historia. Espero que puedas perdonarme y sigas queriendo conocerme para que te la pueda contar. ¿Qué me dices?”. Pablo no sabía qué pensar. ¿Por qué habría puesto Elisa la foto de otra persona en su perfil? Y lo que más le intrigaba… ¿cuál sería su aspecto real para que decidiera hacer eso? Respondió a su mensaje e intentó resolver estas incógnitas, pero ella se resistía a soltar prenda, insistiendo en que le daría todas las respuestas que necesitara cuando se conocieran personalmente. Siguieron chateando y enviándose mensajes durante más de un mes después de aquello y Pablo cada vez se sentía más atraído por la personalidad y la simpatía de aquella mujer que le hacía olvidar todos sus problemas, así que finalmente se decidió a volver a quedar con ella aun sin saber cuál era su aspecto, o quizás precisamente atraído por todo el misterio que la envolvía.
El día de su nueva cita con Elisa, Pablo llegó pronto a casa del trabajo para arreglarse y prepararse a conciencia. No quería que esta vez nada saliera mal. “D. Pablo, le han llamado de la clínica. Han dicho que era urgente”, le dijo Alicia cuando llegó a casa. Alicia era la empleada de hogar que había contratado Pablo ante la imposibilidad de atender adecuadamente su casa y, sobre todo, a su hija, desde que se marchó Isabel. Al principio recurrió a sus padres para cuidar a la niña, e incluso a sus suegros, los padres de Isabel, que también estaban desconcertados con la actitud de su hija, pero a la larga Pablo se dio cuenta de que lo mejor era contratar a alguien que le ayudara en las tareas de la casa y le sirviera de canguro cada vez que su trabajo y sus planes le impidieran cuidar de la pequeña Desirée. Pablo llamó inmediatamente a la clínica donde le habían realizado las pruebas de paternidad. “Señor Alonso”, dijo el doctor al otro lado del teléfono, “ya tenemos los resultados de sus pruebas. No hay ninguna duda. Desirée es su hija”. “¡¡Sí!!”, exclamó Pablo sin poder refrenar su entusiasmo. Colgó el teléfono y abrazó a Alicia hasta casi estrujarla. “¿Buenas noticias, D. Pablo?”, dijo esta sin saber bien cómo reaccionar. “Buenísimas”, dijo Pablo, “no podían ser mejores. Y por favor, llámame Pablo”.
Cuando aquella noche Pablo acudió a su cita con Elisa, el estado de euforia en que se encontraba hacía que le diera exactamente igual el aspecto físico de ella; estaba decidido a no dejar pasar la oportunidad de conocer a aquella mujer que tanto le atraía. Ella le había dado como únicos datos que llevaría una chaqueta roja y un broche dorado. Nada más entrar al bar donde habían quedado, profusamente decorado con motivos navideños ante la inminencia de las fiestas, Pablo se fijó en una chica morena muy atractiva que estaba sentada en la barra tomándose una copa. A su lado, una pareja parecía discutir y en las mesas había varias personas solas, alguna que otra familia, otra pareja al fondo, pero ni rastro de su cita. ¿O quizás sí? Al fondo del bar, Pablo vio sentada en una mesa a una mujer de unos cuarenta y tantos años, bastante entrada en carnes y no demasiado agraciada físicamente, que llevaba una chaqueta roja y un broche dorado. Pablo no podía creérselo. Se sintió tentado de darse media vuelta y salir del bar. ¿Sería posible que fuera aquella la mujer que tanto había conseguido atraerle a través de internet? Con razón no había puesto su verdadera foto y se echó para atrás en su primera cita. La verdad es que, viéndola ahora, su atracción por ella se había visto reducida considerablemente, pero a pesar del desengaño, si era la misma persona, seguro que se lo pasaba bien con ella, y por charlar un rato no perdía nada. Así que se acercó a la mujer y le dijo: “¿Elisa?”. “Me llamo Remedios”, respondió la mujer. Ahora sí que Pablo estaba desconcertado. “Perdone”, le dijo a la mujer, “es que había quedado aquí con una mujer con una chaqueta y un broche como el suyo”. “Entiendo”, dijo la señora, “creo que a quien busca es a aquella chica. Me ha dado veinte euros para que me pusiera esta chaqueta y este broche y me sentara aquí a esperar”. La mujer apuntaba a la chica morena que había visto Pablo al entrar, que estaba en la barra mirándoles y partiéndose de risa. Pablo se acercó a ella todavía con la cara de tonto que se le había quedado. “¿Tú eres Elisa? Pero entonces…”. “Sí, yo soy Elisa”, dijo ella sin dejar de reírse. “Tranquilo, tonto, que has superado la prueba”. Y le dio un apasionado beso al que Pablo respondió encantado. Por primera vez en muchos meses, Pablo se relajó completamente y se sintió feliz. Parecía que la vida empezaba a sonreírle.
"Pero ahora", siguió diciéndole Kenneth a Isabel, "imagina que eres feliz y no lo sabes. Yo creo que esto es lo mejor. Tu vida es agradable, placentera, haces lo que te gusta, te rodeas de la gente que te quiere, les quieres y dejas que te quieran. Vas andando el camino sin grandes dificultades (recuerda que lo importante en la vida no es el final, sino el camino, cada meta alcanzada no es más que el comienzo de un nuevo viaje), pero el no ser consciente de que eres feliz te hace estar alerta, plantearte cosas, evaluar tu vida y tratar siempre de mejorar, tomar decisiones que a veces serán acertadas y otras veces no, pero son las tuyas y son las que van componiendo tu existencia, con sus luces y sus sombras, sus sonrisas y sus lágrimas, porque todas forman parte de la vida y construyen lo que eres; lo que no te destruye te hace más fuerte y de los errores es de lo que más se aprende. Entonces, ¿por qué tener miedo? No tiene sentido temer a lo que te rodea, a los demás, a ti mismo, a las cosas que te pasan, a las decisiones que tomas, porque todo ello es necesario para tener una vida plena, en la que tú eres el guionista y el protagonista, y no un simple espectador. Lo importante es no dejar nunca de buscar, de hacerse preguntas, de luchar, de amar, de desear, de soñar... porque cuando dejas de hacer todo esto, ya no te queda nada más, ya te puedes morir".
Isabel respiró hondo, dio un gran suspiro y su corazón saltó en su pecho. Por su mejilla corrió una lágrima, pero al mismo tiempo en su cara se dibujó una amplia sonrisa. Se sintió tranquila y relajada, como hacía tiempo que no estaba. Por primera vez en mucho tiempo, recordó que ella tenía el control sobre su vida y esto le agradó. Se acurrucó entre los brazos de Kenneth mientras él la besaba en la frente. No sabía si estaba cerca de la felicidad, pero de momento, el camino que iba haciendo le gustaba.
SCC os desea ¡¡Felices Fiestas!!
y se despide hasta el 8 de enero.