Diciembre de 2005. Doce de la noche en un bar en pleno centro de Manhattan. Paul está solo, sentado a la mesa, pensando en sus cosas, cuando ve dirigirse hacia él a una atractiva joven morena de rasgos fuertes y raciales. “¿Te importa que te acompañe?”, dice ella. Él se queda mirándola desconcertado por un segundo y contesta: “No, claro… siéntese, por favor”. “Me llamo Robin. Verás, es que hoy he tenido un día horrible. Soy oncóloga, llevo poco tiempo trabajando y hoy he perdido a mi primera paciente. Por supuesto, sabía que esto tenía que pasar un día u otro, pero cuando pasa, es tan duro… Llevaba tratándola un mes de un cáncer de mama, y justo ahora que parecía estar empezando a responder al tratamiento… ¡malditas metástasis!”. Paul la mira sorprendido y asiente tímidamente, sin saber bien qué decir. La situación es totalmente inesperada para él, pero de algún modo no se siente incómodo; al contrario, es sin duda lo más interesante que le ha pasado en todo el día y aquella mujer tiene algo que le hace sonreír por dentro, pese a lo grave de la historia que le está contando. “Es terrible”, sigue diciendo ella, “cómo de la noche a la mañana te puede cambiar la vida. Ya le habíamos cortado un pecho, pero las células cancerosas se habían empezado a extender más allá, y ha sido cuestión de días”. Su voz se empieza a entrecortar mientras una lágrima corre por su mejilla. “Por si no fuera ya bastante traumático sentir que te amputan una parte de tu cuerpo… No quiero imaginar lo que sería vivir sin una de ellas”, dice bajando la cabeza y abriéndose un poco más el generoso escote que ya deja a la vista gran parte de sus encantos. “Perdona”, dice al ver el repentino gesto de sorpresa en su cara, “no quiero incomodarte. Es sólo que necesitaba desahogarme con alguien, y al verte aquí sentado me has parecido buena persona”. “No, tranquila. No me incomodas”, responde él. “Por cierto, me llamo Paul”.
Mayo de 2007. En una tranquila playa de la Costa Azul, todavía no muy concurrida a estas alturas del año, Jacques pasa la mañana del domingo leyendo un libro mientras toma el sol. De pronto, nota una sombra que se para delante de él. Desvía la vista del libro y ve ante sí unas largas piernas de mujer. Al levantar la cabeza, frunciendo el ceño por el sol que le da en la cara, ve a una espectacular morena enfundada en un diminuto bikini rosa chicle que deja muy poco a la imaginación, con la mano extendida hacia él ofreciéndole un bote de crema bronceadora. “¿Me echas un poco por la espalda, por favor?”. “Sí, claro”, dice él, mientras ella extiende una toalla a su lado y se sienta. “Me llamo Sara”, dice ella, “¿y tú?”. “Jacques”, contesta él y empieza a darle crema en la espalda, sin dar mucho crédito a lo que le está pasando. “Mis amigas y yo somos españolas y estamos de vacaciones aquí hasta fin de mes. Trabajamos en una ONG, así que estamos constantemente viajando a países subdesarrollados, de modo que cuando tenemos unos días de vacaciones, nada mejor que esto para desconectar. Hoy ellas han ido a Cannes de excursión, pero yo ya estuve allí el año pasado, así que he preferido quedarme aquí y disfrutar del día de playa. Y tú, ¿vienes mucho por aquí?”. “Pues la verdad es que no”, responde él, “sólo algunos domingos, porque el resto de días trabajo. Pero como hoy no tenía nada que hacer, me apetecía disfrutar un poco del sol primaveral”. “Es que estas playas son increíbles, ¿verdad?”, dice ella. “Yo vengo cada año, y cada vez me gustan más… ¡Uf!, está empezando a apretar el sol”, dice ella mientras se aparta el pelo y se lo echa por encima de un hombro, dejando ver un largo y sensual cuello. “Mis amigas y yo compramos ayer comida para toda la semana. Si quieres, puedes venirte a nuestro apartamento, que está aquí mismo, y te preparo alguna comida típica de España. Cocino muy bien. Al menos, todos los que prueban mis platos dicen que no lo hago nada mal. Y, ¿sabes?... soy especialista en postres”.
Julio de 2008. En un exclusivo hotel a las afueras de Londres, se celebra la fiesta de presentación del nuevo libro de una importante escritora inglesa. Kenneth ha recibido una invitación a través de un cliente de su bufete de abogados y, aunque no es muy amigo de actos sociales, ha decidido ir porque siempre es bueno hacer contactos y tener amistades en las altas esferas. Nada más llegar al hotel, cierra el paraguas y un botones sale a su encuentro. “Mal tiempo para verano, ¿verdad? Permítame su paraguas, por favor. ¿Vino usted en coche, señor?”. “No, vine andando”, dice Kenneth, “vivo cerca de aquí. ¿La presentación del nuevo libro de Mary Nickson, por favor?”. “Por aquí, señor. Acompáñeme”.
Al entrar en la gran sala abarrotada de gente importante luciendo sus mejores galas y dando grandes carcajadas mientras comentan toda clase de frivolidades con personas a las que nunca conocieron y a las que pronto olvidarán (salvo que recordarlas les reporte algún beneficio económico), Kenneth siente que tenía que haberse quedado en casa. “Bueno, que pase lo más rápido posible. Un par de copas y fuera”, piensa mientras se dirige a la barra y se sienta en un taburete al lado de una mujer de pelo largo y negro como el azabache, a juego con un vestido corto del mismo color, salpicado de lentejuelas. “¿Qué tomará, señorita?”, se dirige el camarero a la mujer. “Otra de lo mismo y lo que tome el caballero”, dice ella, volviéndose hacia Kenneth. “¿Perdón?”, dice él extrañado. “Por su cara y su aspecto, está usted aquí igual de a gusto que yo”, dice ella, “así que permítame invitarle a cambio de una agradable conversación con la única persona interesante que he visto entrar por esa puerta. Mi nombre es Sabina”. “El mío, Kenneth. Bueno, en fin, no puedo rechazar la invitación de una mujer tan atractiva como usted, y el plan que me ofrece desde luego es mucho más apetecible que el que podría esperar de esta fiesta insulsa. Un whisky con hielo, por favor”, se dirige al camarero. “¿Y qué hace una mujer como usted en un sitio como este?”. “Soy azafata de vuelo y vivo en Milán, aunque paso la mitad de mi vida volando de un sitio a otro del mundo. Hemos aterrizado esta tarde en Gatwick y salimos mañana por la tarde. Como toda la tripulación se aloja en este hotel, la compañía ha conseguido invitaciones para la presentación, pero una fiesta de este tipo es lo último que me apetece ahora mismo. De hecho, en la nevera de mi habitación hay una botella de champán enfriándose y sería una lástima que se desperdiciara. ¿Qué le parece si nos tomamos esto y subimos a descorcharla?”
Estas tres escenas, pese a desarrollarse en distintos momentos y ciudades tienen, sin embargo, dos cosas en común. La primera es que todas acaban con una apasionada noche de lujuria. Pero hay algo más: los verdaderos nombres de estas mujeres no son Robin, Sara o Sabina. En los tres casos, la mujer es la misma y su verdadero nombre es Isabel. Lo que ni ella misma podía esperar es que con Kenneth, la historia iba a ser muy distinta. Porque de él se iba a enamorar. Y ese iba a ser sólo el principio de sus problemas.
Publicado originalmente el 24/10/10
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