“Sí, quiero”, respondió Pablo el día de su boda. El sacerdote continuó: “¿Y tú, Isabel, quieres recibir a Pablo como esposo y prometes serle fiel en las alegrías y en las penas, en la salud y en la enfermedad, y así amarle y respetarle todos los días de tu vida?”. “Sí, quiero”, respondió Isabel. “Pues yo os declaro marido y mujer. Lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre”.
Unas horas antes, Patricia, la mejor amiga de Isabel y una de sus damas de honor, la estaba ayudando a vestirse y peinarse para la boda. “¿Te pasa algo, Isa? Te veo seria”. “No, no es nada”, contestó ella, “son los nervios, supongo”. “Isa”, respondió Patricia, “te conozco desde pequeña y rara vez te he visto nerviosa. Si te pasa algo, sabes que puedes contármelo, ¿verdad? Este debería ser el día más feliz de tu vida y no te veo sonreír. Tú quieres casarte con Pablo, ¿no?”.
“Pues mira, no lo sé”, dijo Isabel soltando el vestido de novia y sentándose en la cama de su dormitorio. “Mira todo esto, mira mi vida. El vestido de novia lo ha elegido mi madre, porque el que yo quería no era, según ella, digno de mi nivel. Toda la ceremonia la ha preparado ella, para que yo pudiera dedicarme a mi trabajo, cosa que le agradezco, pero… ¿Y mi trabajo? Desde pequeña estaba claro y decidido que estudiaría Empresariales y que me haría cargo de los negocios de la familia, ya que la empresa un día será mía. En la oficina, todas las decisiones las toman los asesores de papá, y cuando intento oponerme a algo, me convencen para que reconsidere mi postura. A veces no sé si cuando me mandan de viaje es para que cierre un negocio (con las directrices que ellos me han dado, por supuesto) o para quitarme de en medio unos días y que no estorbe. Estoy segura de que si me quedara en alguno de los sitios a donde voy y no volviera, nadie en la empresa preguntaría por mí.
Y Pablo… ha sido mi primer y único novio, nos gustábamos desde niños y llevo con él toda la vida. Y me encanta, pero os veo a vosotras, cada mes con un novio nuevo, o un rollo, o lo que sea, pero se os ve tan felices, tan libres… salís, entráis, hacéis lo que os da la gana… Patri, a veces siento que tengo veintisiete años y no he tomado prácticamente ninguna decisión en mi vida, todas las cosas me han venido dadas y no he podido elegir casi nada. No sé si puedo decir que haya vivido”, dijo mientras se secaba las lágrimas que empezaban a caer por sus mejillas.
“Ven aquí, Isa”, dijo Patricia abrazándola y acariciándole el cabello. “¿Por qué nunca me habías dicho nada? Somos amigas, ¿no? Isa, no puedes dejar que decidan por ti. Tienes que ser tú quien escriba el guión de tu vida. Tienes derecho a tener tus propios sueños y a luchar por hacerlos realidad. Puedes vivir todas las vidas que tú quieras, pero no tienes por qué vivir la que los demás quieran para ti. Isa, ¿tú quieres a Pablo?”. “Claro que lo quiero”, dijo Isabel, “es lo mejor que me ha pasado en la vida”. “Pero, ¿quieres pasar el resto de tu vida con él?”. Isabel miró hacia abajo y no contestó. “Pues no sé, amiga”, añadió Patricia, “tu boda es esta tarde. Piénsalo bien y haz lo que te dicte tu corazón”.
Cinco años justos después, Patricia seguía siendo paño de lágrimas y consejera, pero ya no de Isabel. “Fíjate, Patri”, le dijo Pablo, “hoy hace cinco años que nos casamos. ¿Y lo estamos celebrando? No. En lugar de eso, llevo dos días sin saber nada de ella. La llamo y tiene el teléfono desconectado. Lleva un par de años que no hay quien la entienda, cada vez se va más de viaje y cuando está aquí, parece que no esté a gusto. Y ahora esto… no sé si está bien o mal, ni dónde está, ni por qué se ha ido… sólo sé que me ha dejado aquí con la niña y que parece que se la ha tragado la tierra”. “¡Qué estúpida es!”, pensaba Patricia, “algún día se dará cuenta de lo que se está perdiendo y de que no se valora bien lo que tienes hasta que lo pierdes. Seguramente ya lo esté pensando. Aunque bueno, si no es así, mejor para mí”.
Hay muchos tipos de ladrones, pero uno de los más peligrosos son los ladrones de vidas. Patricia siempre quiso ser como Isabel y tener todo lo que ella tenía: por eso siempre se peinaba como ella y copiaba su estilo al vestir, y por eso estudió también Empresariales con ella y consiguió un trabajo en la empresa de sus padres, donde era muy respetada y valorada profesionalmente. Sólo le faltaba tener también su vida sentimental y familiar, aunque en los últimos cinco años había conseguido esto también, aunque sólo fuera durante los cada vez más frecuentes viajes de Isabel.
“No te preocupes, Pablo”, le contestó, “sé que Isa es mi amiga, pero no te mereces lo que te está haciendo. Yo que tú me pensaría si lo vuestro va a algún sitio”. “No digas tonterías, Patricia”, respondió Pablo, “Isa es lo que más quiero en el mundo y sabes que eso siempre va a ser así. Además, está la niña…”. “En fin, cariño”, concluyó Patricia, “ya me contarás esta tarde si hay novedades. Me tengo que ir a trabajar”. Y dándole un beso, se levantó de la cama de Pablo e Isabel, se vistió, le dio un beso a la niña en la cuna y se marchó.
"Chanclas con calcetines". Foto cedida por Temi Fernández
Publicado originalmente el 07/11/10
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