Sandalias Con Calcetines

Sandalias Con Calcetines

jueves, 18 de noviembre de 2010

Capítulo 1

- Cuelga tú.
- No, cuelga tú.
- No, tú.
- Venga ya, tonto, cuelga tú.
- Venga, a la de tres colgamos los dos, ¿vale? Una, dos y tres...
...
- No has colgado, jiji.
- Tú tampoco has colgado.
- Bueno, venga, ahora sí. Buenas noches, un besito.
- Otro para ti, mi amor. ¡Que descanses!

            ¡Qué bonito era todo al principio! Cuando cada minuto compartido era un tesoro para ellos, cuando podían pasar horas cada noche hablando por teléfono y contándose anécdotas sin importancia hasta que uno de los dos se quedaba dormido, cuando paseaban juntos por el paseo marítimo y se quedaban embobados mirando los atardeceres en la playa mientras se abrazaban y se daban esos primeros besos que tan bien saben y que nunca se olvidan.

            Pablo e Isabel se conocían desde niños. Desde que coincidieron por primera vez en el colegio con sólo once añitos, Pablo supo que Isabel sería la mujer de su vida. Al principio le daba vergüenza hablar con ella y sólo se le acercaba tímidamente de vez en cuando para pedirle un boli o para sentarse con ella en el recreo. Ella siempre le sonreía y le trataba tan bien que él se sentía flotar en una nube cuando estaba con ella. Después, siguieron juntos en el instituto, empezaron a tener más confianza y finalmente, con dieciséis años, él se atrevió a dar el paso y le pidió salir. “Creí que nunca te ibas a decidir”, dijo ella, y se besaron por primera vez.

            Desde entonces, mucho había llovido. Concretamente habían pasado otros dieciséis años. Media vida juntos, media vida de felicidad, de momentos buenos y malos, tristes y alegres (porque la vida es así, y si no hubiera momentos amargos no nos sabrían tan bien los dulces y no los valoraríamos lo suficiente). Pero siempre habían superado las dificultades con amor, confianza y sinceridad.

              ¿O no? La verdad es que últimamente la cosa había empezado a cambiar. Isabel parecía siempre triste o preocupada o enfadada, o todo a la vez, y había dejado de contarle todo a Pablo, como hacía antes. Él le preguntaba qué le pasaba, pero ella siempre respondía con evasivas, diciendo que estaba muy cansada por el trabajo y que no se preocupara, que ya se le pasaría. Pero el hecho es que no se le pasaba. Al contrario, cada vez iba de mal en peor y su relación se empezó a resentir. Llevaban meses sin hacer vida de pareja y discutían a la mínima de cambio. Pablo al principio se mostraba comprensivo, pero ante la frustrante indiferencia y apatía que mostraba Isabel, también se le agrió el carácter y cada vez tenía menos ganas de luchar por ella. De la noche a la mañana, parecían haberse convertido en personas distintas, incompatibles, que no tenían nada que ver una con otra: como la noche y el día, como el agua y el aceite, como un café con sal, como unas sandalias con calcetines.

              Por eso, cuando aquella mañana de octubre (curioso día para no olvidar, 10 del 10 del 2010, dos días antes de su quinto aniversario de boda), Pablo despertó y vio que Isabel no estaba a su lado en la cama, sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, como intuyendo lo que había pasado.

              Unos días antes, en la consulta a la que llevaba yendo dos años sin que Pablo lo supiera, Isabel preguntó a su psicólogo: “Jorge, eres la única persona que conoce mi secreto. ¿De verdad crees que lo que voy a hacer es lo mejor?” “Es lo único que puedes hacer”, respondió él.


Publicado originalmente el 10/10/10

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