Sandalias Con Calcetines

Sandalias Con Calcetines

domingo, 15 de mayo de 2011

Capítulo 26 (y último)

            “¡Empuja! ¡Empuja!”, es la palabra que se escucha a la vez en tres escenarios distintos en esa Nochebuena del 2011.
En una cárcel cerca de Londres, Betty se esfuerza por traer al mundo a su hijo, mientras Jorge le sujeta la mano y le da ánimos. Finalmente, asoma la cabeza un varón y Jorge no puede evitar que se le escape una lágrima al pensar que su primer hijo pasará sus primeros meses entre rejas. Suerte que pronto Betty será puesta en libertad y podrán vivir finalmente juntos como una familia normal. Betty coge a su niño en brazos y aprieta fuerte la mano de Jorge.
El parto de Alicia se complica, por lo que los médicos del Hospital Materno Infantil tienen que sacar a su hija por cesárea. Kenneth, que parece haber encontrado por fin la felicidad en Málaga junto a ella, no puede contener su entusiasmo cuando ve por primera vez la cara de su hija, esa que tanto tiempo llevaba esperando y que no había podido tener ni con Betty ni con Isabel. Finalmente su sueño se ha hecho realidad, y afortunadamente, ha recuperado totalmente la vista y puede asistir al nacimiento sin perderse un detalle.
A Isabel y Pablo su segundo hijo les vuelve a pillar por sorpresa. El pequeño Óscar se ha adelantado casi un mes y además parece tener urgencia por salir. Entre gritos y nervios de sus padres, el niño ve la luz por primera vez en un taxi, ante el desconcierto del taxista, que a punto está de estrellarse en más de una ocasión. Finalmente llegan al hospital, donde nada más llegar les prodigan los cuidados necesarios y les confirman que tanto la madre como el niño, que es clavadito a su padre, están en perfecto estado. Pablo sigue en el taxi. Una vez más no ha podido resistir la tensión y se ha desmayado, como ya le pasara en el alumbramiento de su primera hija. Cuando al fin llega a la habitación y puede besar a su hijo y a su mujer, lo que ninguno de los dos se imagina es que en la habitación de al lado Kenneth y Alicia acaban también de ser padres.
Tres meses después, cuando Betty es puesta en libertad y se traslada a vivir con Jorge, lo celebran con una barbacoa en su casa a la que invitan a las otras dos parejas. Así pues, se reúnen por primera vez Isabel y Pablo, Alicia y Kenneth, y Jorge y Betty, con sus respectivos hijos. Mientras celebran que, después de numerosas calamidades, el amor ha triunfado y todos son felices con sus familias, todos sonríen y se miran con complicidad unos a otros, sabiendo que esa felicidad quizás no sería tal si se conocieran algunas cosas que seguramente sea mejor seguir manteniendo en secreto.
“Tu niño es precioso”, le dijo Jorge a Isabel dos meses antes en su consulta, a la que ella seguía acudiendo como paciente. “¿Sabes que Betty y yo también hemos tenido un hijo? ¡Qué ganas tengo de que salga libre y se vengan a vivir aquí!”. “Me alegro mucho de que puedas ser feliz con ella”, dijo Isabel. “Pensar que entre nosotros podía haber algo lo único que hacía era perjudicarte. Porque estaba claro que lo nuestro era imposible. ¿Verdad?”. “Sí”, dijo Jorge. “Ahora me doy cuenta de que aquello no tenía sentido. ¡Qué tontería! Pensar que tú y yo…”. Y sin decir nada más, los dos se fundieron en un apasionado beso, tras el cual Jorge vio cumplido lo que siempre había soñado: acostarse con Isabel por primera vez… aunque no fue la última.
“Bueno”, dijo Kenneth mientras ponía su firma en el papel que tenía delante, “pues con esto ya estamos legalmente divorciados. Me alegro de que Jorge y tú vayáis a casaros. ¡Enhorabuena!”. “Gracias”, respondió Betty. “Ya sólo falta que pueda salir de aquí pronto para poder ser felices juntos fuera”. “¿Sabes?”, dijo Kenneth. “Eres la primera persona a la que se lo digo, todavía no lo sabe nadie, pero Alicia está embarazada. Por fin voy a poder tener un hijo”. “¿En serio?”, contestó entusiasmada Betty. “¡Qué bien! ¡Cuánto siento que las cosas entre nosotros no salieran bien! Eres una buena persona, Ken, y te mereces lo mejor”. “Tú tampoco mereces estar aquí”, dijo Kenneth, “la vida da demasiadas vueltas y pone a las buenas personas donde no merecen, pero al final todo vuelve al sitio donde debe estar, ya lo verás”. Betty sonrió y agachó la cabeza. Kenneth se acercó a ella y puso lentamente sus labios en los de su ya ex-esposa. Al fin y al cabo, fue su primer amor, el que dicen que nunca se olvida.
“¿Quién llamará a la puerta a las doce de la noche?”, se dijo Alicia, que estaba a punto de irse a dormir. Kenneth había ido unos días a Londres, ya que todavía le quedaban algunos asuntos por arreglar de su bufete de allí. Al abrir, vio a Pablo. Este se sorprendió al ver a Alicia abrir la puerta llevando sólo unas braguitas y una camiseta de tirantas. “¿Qué haces tú aquí?”, dijo Alicia. “Perdona que venga tan tarde”, dijo Pablo nervioso, “espero  no haberte despertado. Es que Óscar no para de llorar y se me han acabado los pañales. Isa está de viaje y no sé dónde habrá una farmacia de guardia. ¿Tú no tendrías algunos para prestarme?”. “Anda, tonto, ven”, dijo ella sonriendo mientras le conducía al dormitorio, donde tenía la cuna con la niña. “Pero no hagas ruido, acaba de quedarse dormida”. Mientras seguía a Alicia, Pablo no podía dejar de mirar cómo sus nalgas se contoneaban arriba y abajo al andar, de modo que no se dio cuenta y tropezó con un sonajero que había en el suelo. Al oír el ruido, Alicia se dio la vuelta justo a tiempo para que Pablo, que agitaba los brazos como loco para tratar de mantener el equilibrio, cayera de bruces sobre ella, tirándola al suelo y quedando con la cara totalmente insertada en el escote de ella. Cuando Pablo levantó la cabeza y la miró, ambos estallaron en carcajadas y pasó lo que Alicia había deseado desde el día en que conoció a Pablo. “Bueno”, dijo Alicia riendo y guiñándole el ojo cuando Pablo se iba, “cuando quieras puedes volver. También tengo chupetes de sobra”.
Una semana después del entierro de Patricia, mientras Kenneth estaba mudándose y trayendo sus cosas a la casa de Alicia, se cruzó con Isabel por el pasillo. “¡Hola!”, le dijo, “me quedé esperando tu llamada antes de irme a Londres. ¿No viste mi mensaje?”. “Sí”, dijo Isabel, “pero no creía que fuera buena idea. He vuelto con Pablo, ¿sabes?”. “Ah, ¿sí?”, contestó Kenneth, “yo también estoy ahora con Alicia”. “Sí, ya os vi en el entierro”, dijo Isabel. “Anda, pasa”, propuso Kenneth, “te invito a un café y charlamos un rato. Alicia no está en casa. Y no es justo que nos llevemos mal. Hay muchas cosas que quedan por aclarar entre nosotros y… al fin y al cabo, vamos a ser vecinos, ¿no?”. Isabel aceptó a regañadientes, pero consideró que realmente se debían una conversación tranquila en la que zanjar varios asuntos. “Yo te quise de verdad, Ken”, dijo Isabel tras tres cafés, cinco magdalenas y casi dos horas de charla. “Lo mío contigo no fue ningún capricho. Pienso que fue un espejismo que en aquel momento necesitaba, pero la persona de la que estoy enamorada desde niña es Pablo. Espero que lo comprendas”. “Lo comprendo perfectamente”, respondió Kenneth, “y sé que debe ser así. Yo también intuyo que con Alicia me va a ir muy bien. Estoy empezando a sentir por ella cosas que nunca había sentido. Pero eso no impide que podamos ser buenos vecinos, ¿no? ¿Amigos?”. Y, abriendo los brazos, la citó en un cariñoso abrazo al que ella respondió y al que siguió un apasionado beso, tras el cual dejaron los cafés y siguieron la “conversación” en el dormitorio.
“¡Por que esta barbacoa sea la primera de muchas celebraciones juntos!”, exclamó Jorge al brindar para despedirse de los otros. “¡Y que siempre sigamos siendo amigos y estando tan unidos como ahora!”. “Lo estaremos, seguro que sí”, pensaron todos mientras hacían chocar sus copas.

Epílogo

            Comienzos del verano de 2012. Isabel se arregla para su cita. No es la primera que tiene desde que se dio de alta en la página de contactos “tumedianaranja.com”, pero no puede evitar tener siempre ese gusanillo en el estómago, como si fuera la primera vez. Sabe que, pase lo que pase, será un simple divertimento que la mantendrá viva, y que no afectará a su matrimonio con Pablo, el padre de sus dos hijos, al que quiere con locura. Esta vez ha quedado con un tal Víctor, con el que ha hablado un montón de veces por internet y con el que sabe que congeniará bien, pero no ha podido saber cómo es físicamente, ya que a Víctor, al igual que a ella, no le gusta poner foto en su perfil. Ambos prefieren que las posibles “amistades” se dejen llevar por la personalidad y no por el físico. Sólo sabe que le reconocerá porque irá vestido con un pantalón vaquero y una camisa de color salmón.
            Pablo aparca el coche a dos manzanas y se dirige andando hacia el bar en el que ha quedado con Beatriz. Es una zona muy céntrica y no es tan fácil aparcar cerca. Mientras camina, piensa en cómo será la chica con la que ha quedado. La conoció a través de una página de citas en internet y lo que sabe de las veces que han chateado es que le cae muy bien y que es una mujer muy alegre y simpática. Según se acerca, empieza a ponerse un poco nervioso ante la incertidumbre. Finalmente llega y se sienta junto a la barra, donde han quedado. Ha llegado un poco antes de tiempo, así que se pide una cerveza. Cuando llegue ella, sabe que la reconocerá por un vestido de flores y un bolso rojo.
            A los cinco minutos, Pablo ve aparecer a Isabel en el bar. ¡Vaya! ¿Qué hará justo ahí su mujer? Ya no le da tiempo a marcharse sin que le vea, así que tendrá que inventarse algo. “¿Pablo?”, dice Isabel al llegar. “¿Qué haces tú aquí?”. “He quedado con una compañera del trabajo para que me dé unos documentos que necesito”, contesta Pablo. “¿Y tú?”. “Pues yo…”, responde Isabel mientras piensa a toda velocidad una excusa creíble, “he quedado con unos amigos para…”. De pronto, ambos se quedan mirándose. Él lleva unos vaqueros y una camisa salmón y ella, un vestido de flores y un bolso rojo. Isabel, entonces, abriendo los ojos como platos, exclama: “¡¿Tú no serás… Víctor?!”. “¡¿Beatriz?!”, dice Pablo. Y los dos comienzan a reírse. “Encantada de conocerte, Víctor”, dice Isabel. “Encantado de conocerte, Beatriz”, dice Pablo.
            Y es que hay personas que están hechas la una para la otra, a pesar de todo. Hay tantas formas de ser feliz como personas, no hay una receta para la felicidad. Cada uno la vive de una manera distinta y lo importante es, una vez que la has encontrado, disfrutarla, porque no es probable que llame a tu puerta dos veces si se la cierras la primera. Los cuentos con príncipes azules, sapos encantados y finales felices donde todos comen perdices están muy bien, pero son sólo cuentos. El amor es caprichoso, muy caprichoso, y cada pareja es diferente a todas las demás. Por eso, si encuentras a la persona que te hace feliz, no la dejes escapar, por mucho que no parezca tu príncipe o tu princesa de cuento, por muy distintos que seáis, por mucho que creas que no va contigo, aunque pienses que pegáis menos que unas sandalias con calcetines.

Muchas gracias a tod@s l@s que habéis participado en SCC enviando vuestras fotos.

domingo, 8 de mayo de 2011

Capítulo 25

         “¿En qué piensas?”, preguntó Alicia a Kenneth mientras despegaba el avión que les llevaría a Londres. “En nada”, respondió él mientras miraba su móvil esperando encontrar alguna llamada o mensaje de Isabel. La noche anterior, al salir de casa de Pablo e Isabel, Jorge invitó a Kenneth a quedarse en su casa, en vez de un hotel. Al fin y al cabo, Ken les había abierto a Patricia y a él su casa de Londres. Alicia también le ofreció su casa y le dijo que, en el estado de nervios en que se encontraba por la muerte de su hermana y los últimos acontecimientos, prefería no quedarse sola. Ken, que todavía estaba un poco enfadado con Jorge por haberle engañado y ocultado tantas cosas, aceptó la invitación de Alicia. Además, aquella chica tenía algo que le atraía, quizás fuera el parecido con Patricia o su aparente vulnerabilidad, pero le inspiraba una gran ternura y el sentimiento parecía ser mutuo.
En el asiento de atrás del avión, Jorge intentaba dormir, aunque su cabeza se iba con Betty, lamentando no haber sabido valorarla antes. Aunque, en lo más hondo de su corazón, seguía habiendo algo que daba un vuelco cuando pensaba en Isabel. Finalmente, el sueño y el cansancio le vencieron y logró quedarse dormido.
Cuando Isabel llegó a casa de sus padres la noche anterior, les contó toda la verdad sobre lo que había sido su vida en los últimos años. Lo primero que tuvo que hacer fue convencerles de que realmente era ella, a pesar de tener el aspecto de otra mujer. Después les habló de sus viajes, sus aventuras y su cambio de identidad hasta convertirse en Elisa Jurado, y les contó además cómo ellos habían marcado su infancia, imponiéndole sus criterios y reprimiendo gran parte de sus impulsos. Les relató finalmente las circunstancias en que Patricia, su mejor amiga de siempre, había muerto y cómo ahora el amor de su vida, Pablo, no quería saber nada de ella. Sus padres le abrieron las puertas de su casa mientras lo necesitara, pero no pudieron evitar sentir una tremenda angustia, culpabilidad y desconcierto al ver que aquella hija que un día criaron era ahora una completa desconocida para ellos.
Pablo, mientras tanto, trataba de asimilar todo lo que acababa de conocer. Con su hija en brazos, no paraba de dar vueltas por la casa preguntándose cómo su vida se podía haber convertido en semejante melodrama. Nunca había dejado de querer del todo a Isabel y, en las últimas semanas, había empezado a sentir algo muy especial por Elisa. Ahora comprendía por qué. Pero no podía aceptarla sin más. Sentía que había llegado demasiado lejos y dudaba que alguna vez pudiera perdonarla.
Cuando bajaron del avión, Kenneth y Alicia se despidieron de Jorge, que fue a instalarse en casa de Betty, que le había dado la llave la última vez que estuvieron juntos. Al día siguiente fue a visitarla a la cárcel y le contó que por fin se habían descubierto todas las mentiras. “Es el momento, entonces, de empezar de cero, Jorge”, le dijo Betty. “Sé que lo que te pido no es fácil, pero ¿serías capaz de esperarme?”. No hizo falta respuesta, porque el beso que Jorge le dio a Betty despejó todas sus dudas. Y más aún lo hizo la pregunta que le hizo a continuación: “Betty, ¿te casarías conmigo?”. “Claro que sí”, respondió ella.
Cuando se celebró el juicio, Susan, la asistenta de Kenneth, fue condenada a diez años de prisión por el asesinato de Patricia y Betty a tres años por ser cómplice de asesinato al haberle facilitado los medicamentos y haber sido la artífice del plan. Ambas se vieron favorecidas por el hecho de no tener antecedentes y después se beneficiaron de varias reducciones por buena conducta. Betty también realizó distintos servicios en prisión como enfermera, por lo que, al cumplir un año de condena, le concedieron la libertad tras pagar una fuerte fianza a la que hicieron frente Jorge y ella. Durante el año en que Betty estuvo presa, Jorge siguió viviendo en Málaga y atendiendo a su consulta, si bien iba a visitarla con toda la frecuencia que le era posible. En una de sus primeras visitas y tras gestionar los papeles del divorcio con Kenneth, Betty y Jorge se casaron en la capilla de la prisión. Finalizada la condena, Betty se fue a vivir con él a su casa de la Costa del Sol. “Por fin”, dijo Jorge. “¡Qué ganas tenía de tenerte a mi lado, Betty!”. “Y yo”, respondió ella, “pero hay muchas cosas que es mejor olvidar. A partir de ahora, llámame Berta”. Y le dio un cariñoso beso mientras entraba en la que sería su nueva casa cogida de la cintura del hombre por el que tanto había luchado toda su vida.
Un año antes, tras despedirse de Jorge en el aeropuerto, Kenneth y Alicia se marcharon a casa de él, que se propuso cuidar todo lo que pudiera de aquella frágil joven de la que cada vez se iba encariñando más. En los días siguientes, arreglaron todos los trámites para transportar el cuerpo de Patricia a España y, al final de la semana, Patricia por fin recibió sepultura en su ciudad, Málaga, y rodeada de los suyos, ya que incluso su padre vino de Francia al conocer la noticia. Isabel y Pablo acudieron también al entierro, en el que Alicia lloraba desconsolada abrazada de Kenneth. En ese momento, sintió que la mejor forma de vengar en cierto modo la muerte de su hermana Patricia era siguiendo su legado (es decir, arrebatándole a Isabel todo lo que quería o había querido). Y qué mejor forma que comenzar una relación con aquel hombre que tanto la estaba apoyando, por el que se sentía bastante atraída y que había sido tan importante en la vida de Isabel. Entre lágrimas, le dijo: “Ken, en estos días me he dado cuenta de que entre nosotros ha comenzado algo muy especial. ¿Tú te vendrías a vivir aquí conmigo?”. “Sabes que sí”, le dijo Kenneth, y le dio un leve beso en los labios, mientras tanto Alicia como él se encargaban de asegurarse de que Isabel y Pablo los estuvieran mirando. A los pocos días, Kenneth se mudó al piso de Alicia, justo al lado del que Pablo había compartido con Isabel y que tan frecuentado había sido también por Patricia.
Al acabar el entierro, Isabel se acercó a Pablo y habló con él por primera vez desde el día en que le había revelado toda la verdad. “¿Cómo estás?”, le preguntó tímidamente. “Bueno…”, respondió Pablo. “He tenido días mejores”. “¿Y Desirée?”, dijo Isabel. “Me gustaría verla”. “Está bien, la he dejado con mis padres. Sabes que puedes venir a verla cuando quieras”, contestó Pablo, justo antes de marcharse.
Al día siguiente, Isabel fue a ver a su hija. Pablo la miraba en silencio mientras jugaba con ella y la abrazaba, disfrutando al ver a su hija feliz y riendo con su madre, después de tanto tiempo. “Bueno, Desi”, dijo Isabel. “Mamá se tiene que ir ya. Nos vemos muy prontito”. Y le pasó la niña a Pablo. Al separarse de su madre, Desirée empezó a llorar y a decir “mamá”. “Es la primera vez que la oigo decir esa palabra”, dijo Pablo con lágrimas en los ojos. Isabel no pudo evitar romper a llorar. Pablo le pasó otra vez la niña a su madre, y al momento Desirée dejó de llorar y volvió a sonreír. Pablo e Isabel se miraron. “Isa, no te vayas”, dijo Pablo. “Esta es tu casa. Nos encantaría que te quedaras”. Y los tres se fundieron en un tierno abrazo.
Casi tres meses después, Isabel y Pablo están en el dormitorio antes de acostarse, acabando de resolver asuntos de trabajo en el ordenador. “Bueno”, dice Isabel, “yo me voy a la cama. Pero antes tengo que comprobar una cosa”. Y entra al cuarto de baño con una bolsa de plástico. “Yo también estoy acabando”, contesta Pablo. A los cinco minutos, Isabel sale del baño bastante nerviosa, diciendo: “¡Pablo! ¡Pablo!”. A Pablo, por el sobresalto, se le borra la sonrisa que tiene en la cara y cierra de golpe la tapa del ordenador. “¿Qué?”, pregunta agitado. “¡Estoy embarazada!”, dice Isabel. 

                                           Foto cedida por Mª Ángeles Jurado

domingo, 1 de mayo de 2011

Capítulo 24

            “¿Es que todavía no te has dado cuenta?”, le preguntó Elisa a Pablo. Pero aquella frase sonó diferente. La voz de Elisa ya no era la que Pablo estaba acostumbrado a oír, sino otra que le era aun más familiar si cabe. Elisa miró fijamente a los ojos de Pablo y este pudo percibir en ellos un brillo y una expresión que hacía tiempo que no veía. “¿Tú…?”, empezó a balbucear Pablo, sin atreverse a decir en voz alta lo que se le estaba pasando por la cabeza, por miedo a decir lo que era, sin duda, un disparate. “Sí, Pablo…”, fueron las palabras de la mujer que tenía delante, “soy yo, Isabel”.
            “Pero… ¿cómo es posible? ¿Qué te has hecho?”. Pablo miraba atónito a Isabel y a todos los presentes, en cuyas caras no se apreciaba la más mínima sorpresa, ya que todos lo sabían. Isabel suspiró resignada y empezó a confesar: “Yo te quiero, Pablo. Siempre te he querido. Pero a partir de la boda, todo empezó a hacerse muy difícil para mí. Lo nuestro me asfixiaba, me agobiaba… me sentía prisionera, infeliz, sin posibilidades… pensaba que, a pesar de lo mucho que te quería, mi mundo se había reducido, se habían cerrado para mí un montón de oportunidades que ya no volvería a tener… y necesitaba aire, espacio… No tenía suficiente con mi vida y necesitaba vivir otras… por eso empecé a viajar más y en mis viajes hice cosas de las que no estoy orgullosa, pero que me liberaban, me hacían sentir viva… pero nunca te dejé de querer, para mí eran sólo aventuras sin importancia, sin sentimientos de por medio”. La cara de Pablo estaba desencajada, sin saber cómo reaccionar, mientras oía a Isabel, su mujer, hablar por la boca de “Elisa”, su nueva novia. “Por eso, cuando me enteré de que, durante mis viajes, te enrollabas con Patricia”, siguió Isabel, mientras Pablo bajaba la cabeza entre desconcertado y avergonzado, “mis esquemas se desmoronaron. Empecé a ver que realmente podía perderte y, una vez más, en vez de enfrentarme a mis problemas, volví a huir. Aprovechando la oferta que recibí para una reunión de negocios en Londres, intenté evadirme tomando una copa en el bar del hotel y ahí fue donde conocí a Ken. La verdad es que no sé cómo pasó, si fue por la confusión del momento o por qué, pero lo que empecé a sentir por él fue algo muy intenso y verdadero”, dijo mirando a Kenneth, que sonreía, “tanto que empecé a ir a Londres con cierta frecuencia y entonces fue cuando verdaderamente nuestra relación empezó a desbaratarse. Después vino la niña y las dudas sobre si el padre sería Ken o tú. ¿¿Te hiciste las pruebas??”, preguntó de pronto con la voz atropellada. “Sí”, respondió Pablo en un tono seco y serio, “confirmaron que soy su padre. No obstante, si este señor”, dijo mirando de reojo a Kenneth, “se las hiciera también, me quedaría más tranquilo”. “Por supuesto”, dijo Kenneth tragando saliva, sin poder ocultar cuánto le había afectado el haber vuelto a fracasar en su empeño por tener un hijo. Isabel cerró los ojos al saber que Pablo era el padre de Desirée, dio un suspiro silencioso y sonrió levemente. “Por eso estuve ocho meses sin ir a verte, Ken”, admitió Isabel tímidamente. “No quería que te dieras cuenta de mi embarazo ni supieras que quizá podías ser padre”. “Ya lo sé, Sabina”, dijo Kenneth guiñándole el ojo. “Cuando desperté del coma, Betty me lo contó todo: lo de tu falsa identidad, tu embarazo, cómo ella provocó que recibieras aquella invitación a Londres para que pudiéramos conocernos… A raíz de eso, mi actitud hacia ti empezó a cambiar, y creo que eso fue lo que hizo que lo nuestro finalmente se fuera enfriando”. “¿Fue cosa de ella?”, exclamó Isabel totalmente sorprendida. “Pero, ¿y cómo sabía ella todo eso sobre mí?”. “Ahí creo que tengo yo algo que ver”, intervino Jorge, que había permanecido callado presenciando la escena. “Fui yo el que le contaba todo a Berta… bueno, Betty… ha sido mi confidente y mejor amiga desde la universidad. Ella siempre deseó que hubiera algo más entre nosotros, pero yo nunca le hice caso… y ahora que realmente me he dado cuenta de que siempre debimos estar juntos, ella va a ir a la cárcel…”. Jorge soltó un enorme suspiro, miró hacia abajo avergonzado y siguió: “Y debo confesar que también fui yo el que contó toda esta historia a Patricia”. “Claro, por eso tú lo sabías y me chantajeabas, ¿no?”, dijo Isabel enfadada dirigiéndose a Alicia, que seguía sentada en un rincón, callada y sin parar de llorar. “Claro, ahora caigo… Alicia… tú eres la hermana de Patricia que se fue a Francia cuando vuestros padres se divorciaron… Yo te conocía, pero no te veía desde que tenías… ¿unos diez años?”. Alicia asintió tímidamente.
            “Un momento, un momento…”, interrumpió Pablo, que estaba atónito ante semejante festival de confesiones. “¿Qué es eso de “Sabina”? ¿Y lo del coma? ¿Y quién es esa Betty, que ha matado a Patricia?”. “Es una larga historia”, dijo Isabel. “Después de tener a Desirée, volví a Londres y Kenneth me pidió que me casara con él. Él no sabía que yo estaba ya casada, porque yo me había hecho pasar por una azafata italiana llamada “Sabina”. Es lo que tiene desenvolverte en tantos idiomas, que te puedes inventar cualquier nacionalidad y hacerla creíble. Al negarme a casarme con él, no se lo tomó bien y discutimos. Íbamos en coche y tuvimos un accidente, del cual yo salí ilesa, pero él estuvo en coma casi un año y después quedó ciego”. “Pero ya estoy bastante mejor”, dijo Kenneth, “los médicos dicen que podría recuperar la vista totalmente en unos pocos meses. Y esa Betty de la que hablamos”, siguió dirigiéndose a Pablo, “fue mi mujer. Bueno, de hecho lo sigue siendo. Pero siempre estuvo enamorada de Jorge y el amor nos hace cometer locuras. Betty es una buena persona, pero nunca sabes cómo puede reaccionar una buena persona en una situación límite. Es enfermera y sabe bien cómo funciona el cuerpo humano y cómo hacer que deje de funcionar”.
            Pablo no paraba de sacudir la cabeza, incapaz de asimilar tal sobredosis de información. “Bueno”, dijo finalmente dirigiéndose a Isabel, “todo eso está muy bien. Pero, ¿tú qué te has hecho? ¿Dónde está la Isabel que yo conocía? ¿De dónde sale Elisa? ¿Qué te ha pasado?”. Isabel miró al suelo, sin saber cómo explicarse, hasta que finalmente se armó de valor. “Creo que Kenneth lo ha dicho muy bien antes”, dijo. “El amor nos hace cometer muchas locuras. Durante el coma de Kenneth, me di cuenta de cómo había metido la pata durante todo este tiempo. De cómo había echado a perder el matrimonio con el hombre de mi vida, con la persona que siempre había querido, y cómo todo se había estropeado. Yo te había sido infiel cantidad de veces, tú estabas teniendo una aventura con Patricia, nuestra vida juntos ya no había por dónde cogerla y ni la llegada de la niña consiguió hacerla salir a flote. Por eso pensé que la única forma de volver a ser feliz contigo era empezar de cero… hacer borrón y cuenta nueva, y qué mejor forma que ser otra persona… volverte a conquistar desde el principio, para que no hubiera rencores ni resentimientos del pasado… comenzar una historia perfecta”. Pablo la escuchaba boquiabierto. “Al principio me parecía absurdo e imposible”, siguió, “pero cuando Kenneth despertó del coma y vi que había quedado ciego, me di cuenta de que semejante oportunidad no podía ser casualidad. Aprovechando su ceguera, si me hacía cambios que no fueran muy exagerados, él no se daría cuenta de nada. Además, no conocía tan bien cada rincón de mi cuerpo y de mi cara. Habíamos estado juntos sólo unas cuantas veces espaciadas en el tiempo, luego estuve ocho meses sin aparecer por su vida y después los once meses del coma. Aunque alguna que otra vez notó algo extraño, fue fácil inventarme cualquier excusa y nunca sospechó de mí, de modo que pude pasar mi convalecencia viviendo con él en Londres”. “Por eso me dijiste que te habías puesto a dieta, ¿no?”, dijo Kenneth poniéndose rojo y sintiéndose un iluso. “Sí”, admitió Isabel, “lo siento mucho, Ken. No era mi intención jugar contigo. Realmente llegué a quererte. Pero supongo que no se puede luchar contra el destino”. La cara de Kenneth reflejó una tristeza que trataba de ocultar, mientras Isabel, sintiéndose alguien despreciable por un momento, hizo una pausa en su relato, tras la cual continuó: “Fue entonces cuando lo preparé todo y me fui de casa. Durante los meses en que Ken estuvo en coma, Betty y yo nos habíamos hecho buenas amigas. Ella tenía cierto poder en el hospital, por lo que me puso en contacto con todos los profesionales necesarios para convertirme en otra persona: cirujanos plásticos, psicólogos, logopedas, foniatras… Nos inventamos que estaba huyendo de un maltratador para que los profesionales eludieran los posibles problemas éticos de lo que estaba a punto de hacer y Betty se encargó de que no hicieran más preguntas. Me hice una pequeña liposucción, para retirarme un poco de grasa que tenía en la cintura y me aumenté una talla de pecho. Me hice varios retoques en la cara: pómulos, papada, frente, nariz… y acudí  a logopedas y foniatras que me enseñaron técnicas para impostar la voz, variar ligeramente el tono y el timbre, para hacerla parecer diferente. Yo siempre fui buena imitando voces, así que me inventé una voz para el personaje de Elisa, que usaba sólo cuando hablaba contigo. Estuve ensayándola varias semanas, grabándome y escuchándome con ambas voces, para ver los defectos que tenía que corregir. Finalmente, me corté un poco el pelo, me lo ricé y me lo aclaré. No quise hacerme un cambio muy radical, porque sé que a ti siempre te han gustado las morenas”. Isabel no pudo evitar sonreír ligeramente, y Pablo le correspondió. “Esa fue precisamente una de las cosas que me gustaron de Elisa”, admitió Pablo, “que me recordaba a ti”. “Mientras me recuperaba”, continuó Isabel, “empecé a contactar contigo a través del facebook. Por entonces, todavía tenía la cara un poco hinchada por la operación, por eso puse una foto distinta. Cuando pasó un tiempo prudencial, en el que Jorge no se separó de mi lado, como siempre desde que le conozco”, miró a Jorge con complicidad y este le sonrió, “ya estaba lista para que nos viéramos. Por eso me decidí a quedar contigo como Elisa, pero por el temporal de lluvia y nieve que había en toda Europa aquellos días, el avión no pudo salir de Londres. Por eso te dejé plantado. Finalmente pudimos quedar y, en aquella primera cita, fue la primera vez en mucho tiempo en que realmente disfruté estando contigo. Después, a mi vuelta a Londres, apareció Jorge diciendo que se había casado con Patricia y la situación empezó a hacerse insostenible, hasta que encontré a Patricia en la cama con Kenneth y me di cuenta de que mi estancia allí ya no tenía sentido. No tenía por qué aguantar ciertas cosas, así que volví a Málaga y me vine a vivir contigo, lo que me sirvió también para volver a estar cerca de mi hija. Es lo que más duro ha sido durante este tiempo, estar alejada de ella, por eso no te puedes hacer idea de la felicidad que supuso volver a estar en esta casa”. Isabel se dirigió por un momento a Jorge: “¿Cómo pudiste casarte con Patricia?”. “No me casé, Isabel”, respondió Jorge, para sorpresa de Isabel y de Kenneth. “Fue sólo un engaño que planeamos Patricia y yo para separaros a Pablo y a ti y que Patricia pudiera recuperarle a él y yo conseguir finalmente seducirte a ti. Un engaño del que no hay día en que no me arrepienta. Nunca debí recurrir a esas estratagemas para intentar estar contigo. Sabes lo importante que has sido siempre para mí y que lo último que querría es hacerte daño”. Isabel respiró aliviada.
            Llegado este punto, Pablo estaba totalmente desquiciado y no sabía qué hacer ni qué decir. “Bueno”, dijo finalmente, “creo que estos señores ya se han puesto bastante al corriente de todos los detalles de mi vida privada, así que si no les importa, me gustaría que nos dejaran a solas a mi mujer y a mí para poder hablar en privado. Por favor, Alicia, tú también puedes irte a tu casa y tomarte el resto de la semana libre. Supongo que necesitarás tiempo para gestionar el traslado del cuerpo de tu hermana. Te agradecería que me informaras cuando sea el sepelio y no dudes en contar conmigo si necesitas cualquier cosa, lo que sea”. Alicia salió limpiándose todavía las lágrimas de los ojos y tras ella, Kenneth y Jorge, que se despidieron de Pablo e Isabel sin saber muy bien qué decir.
            Cuando se quedaron solos, Pablo se quedó mirando a Isabel y le dijo: ”¿Y ahora, qué? ¿Cuál es tu intención? ¿Pretendes que haga como si no hubiera pasado nada y vivamos felices para siempre? ¿Cómo debería llamarte, Isabel o Elisa? ¿O quizás Sabina?”. Isabel bajó la cabeza avergonzada. “No espero que sea fácil”, dijo, “sé que esta historia surrealista es difícil de asimilar y no espero que corras a mis brazos, pero todo lo que he hecho ha sido porque te quiero y porque quería volver a ser feliz contigo sin lastres de culpas o rencores pasados”. “Y si esto no hubiera salido a la luz”, respondió Pablo, “¿cuál era tu intención? ¿Haberte hecho pasar por Elisa para siempre y construir nuestra vida juntos a partir de una mentira?”. Isabel se quedó callada, sin atreverse a mirar a Pablo. “Tú no eres la mujer con la que me casé. Ni siquiera te pareces a ella. Lo que ha pasado está ahí, y no puedo mirar simplemente hacia otro lado. Sé que yo tampoco he sido un santo, pero creo que esto supera cualquier pequeño desliz que yo haya podido cometer”. “Quizá no soy la mujer con la que te casaste”, contestó Isabel, “pero sí soy de la que te enamoraste e invitaste a vivir a tu casa, no lo olvides. Hace dos días estábamos juntos en esta casa y éramos felices”. “Lo siento”, dijo Pablo. “No es tan fácil. Ahora mismo no estoy preparado para vivir contigo. Esta casa es de los dos, así que uno tendrá que irse. Quédate tú si quieres, yo recogeré mis cosas”. “No, de ninguna manera”, respondió Isabel, “si alguien tiene que irse soy yo, que he sido la que ha provocado todo y ha abandonado el hogar. Ahora mismo me marcho. Déjame sólo que pase unos minutos con mi hija. Y de verdad que lo siento y me gustaría que todo hubiera pasado de otra manera”.
            Isabel subió al cuarto de Desirée mientras Pablo se echaba en el sofá, aturdido por el torrente de emociones que había experimentado en las últimas horas. Cuando Isabel estaba arriba, recibió un mensaje en el móvil. Era de Kenneth y decía: “Isabel, si he venido hasta aquí ha sido para hablar contigo y no quiero irme sin hacerlo. Yo te sigo queriendo. Vuelvo a Londres mañana por la tarde. Llámame antes, por favor”.
            En su teléfono se leía: “Mensaje enviado”. Kenneth se acomodó en el sillón en casa de Alicia. Esta vino y se acurrucó sobre él, que le echó cariñosamente el brazo por el hombro y la acercó hacia él.

                                                          Foto cedida por Laura Cuevas

sábado, 9 de abril de 2011

Capítulo 23

            ‹‹“¡¡Elisa!! ¡¡Elisa!! ¿Dónde vas?”, escuché a Pablo llamándome mientras bajaba por la escalera a toda velocidad. Al salir por la puerta del bloque, tropecé frontalmente con Jorge, que se disponía a entrar. “¡Jorge!”, exclamé, “¿qué haces tú aquí?”. “Me alegro de verte”, me dijo. “He venido a hablar con…”. Pero no pudo terminar la frase, porque en ese momento apareció Pablo, que había bajado tras de mí. “Elisa, cariño, ¿por qué has salido corriendo?”, me preguntó, justo antes de ver a su psicólogo. “¡¡Jorge!! ¿Y tú, qué haces aquí?”. “¡Vaya!”, sonrió Jorge, “si me dieran mil euros cada vez que me hacen esa pregunta… Sé que tengo muchas cosas que explicarte, Pablo. Subamos y hablemos tranquilamente, si te parece”.
            “Tú y yo no tenemos nada de qué hablar”, dijo Pablo muy enfadado. “Ya sé todo lo que hiciste para alejarme de mi mujer. Debería denunciarte al Colegio de Psicólogos por romper el secreto profesional. ¿Y todavía tienes cara para venir a mi casa?”. “Déjame subir, por favor. Sé que te he hecho daño y te pido disculpas. Ahora me arrepiento de todo. Pero déjame que te explique, por favor. O al menos déjame hablar con tu empleada, Alicia. Tengo algo importante que decirle”. Tremendamente contrariado por todo lo que estaba viviendo, Pablo accedió finalmente. Yo no sabía dónde meterme. “Bueno, tengo que irme”, dije, intentando escabullirme. “No, por favor”, dijo Jorge. “Sube. Hay cosas de las que tú también te tienes que enterar. Es el momento de acabar con las mentiras y hablar claro”. “¿De qué está hablando, Elisa?”, me preguntó Pablo. “¿Qué mentiras son esas? ¿De qué conoces tú a este hombre?”.
            Viendo que estaba en un callejón sin salida, no tuve más remedio que subir. “Vamos arriba y ya hablamos”, respondí resignada a Pablo. Al entrar en el piso, me encontré a Alicia llorando desconsolada y a Kenneth consolándola. “¿Y a esta qué le pasa?”, no pude evitar decir con desprecio. Nunca me había gustado aquella mujer, lo único que buscaba era separarme de Pablo y se había atrevido incluso a amenazarme, ya que, no sé cómo, conocía mi secreto. Pero ahora que todo iba a salir a la luz, ya no tenía que guardar las formas con ella. “No seas insensible, Elisa”, me dijo Pablo mientras Alicia me lanzaba una mirada con todo el odio de que era capaz en aquel momento. “Resulta que Alicia es la hermana de una amiga de mi mujer, Patricia, y acaba de enterarse de que ha muerto”. “¿¿Que Patricia ha muerto??”, exclamé tremendamente conmocionada y sorprendida por la noticia. “¿Cómo ha sido?”, pregunté. “¿Y Alicia es… su hermana?”.
            “Sobre cómo ha sido, puedo decir yo algo”, dijo Jorge. “Precisamente por eso he venido. En primer lugar, para buscar a Alicia, ya que no hemos podido contactar con ningún familiar de Patricia y hace falta alguien que vaya a Londres a arreglar los papeles para trasladar el cuerpo a España. Y en segundo, porque ya se sabe cómo fue. Los resultados de la autopsia revelaron que Patricia había muerto por una sobredosis de medicamentos, como ya sabéis algunos. Pues bien, ayer Susan, la asistenta de Kenneth, fue a la comisaría para confesar que había sido ella quien le había dado los fármacos, que le habían sido suministrados por Betty, una enfermera que quería eliminarla para separarla de mí, ya que siempre ha querido que estuviéramos juntos. Ahora mismo están las dos en prisión, a la espera de juicio”. “¿¿Betty??”, gritó Kenneth. “¿¿Qué Betty?? ¿Mi mujer?”. Jorge asintió.
            “¿¿Betty es tu mujer??”, exclamé sin dar crédito. Era ya demasiada información en tan poco tiempo. Patricia estaba muerta, asesinada por Betty. Mi odiada Alicia, que se encontraba totalmente en estado de shock, era su hermana. Y Betty, que a su vez tenía algún tipo de relación con Jorge, resulta que… ¡¡era la mujer de Kenneth!! Esto era más de lo que yo podía asimilar. Mi cara de sorpresa sólo era superada por la de Pablo, que no conocía a algunas de las personas de las que se estaba hablando y que, además, se había enterado antes de otra bomba que le tocaba mucho más de cerca. “Sí, es mi mujer”, dijo Kenneth dirigiéndose a mí por primera vez desde que había llegado. “Pero llevamos separados dos años y medio. Por cierto, me alegro de verte (bueno, más bien de escucharte, aunque ya puedo volver a intuir tu figura)”.
            “¡Pero bueno!”, estalló Pablo. “¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo se ha llegado al punto de que maten a Patricia? ¿Quién es esa tal Betty? Y, Elisa… ¿de qué conoces tú a todas estas personas?”. Kenneth intervino: “Es que, cuando nos han interrumpido, me faltaba una parte de la historia que empecé a contarle. Aunque quizás ahora prefiera contársela ella”, dijo dirigiéndose a mí. Pablo me miró con una expresión interrogante, sin dar crédito a todo lo que estaba oyendo. Yo suspiré hondo, cogí aire y por fin me decidí a decir la verdad. “Pablo”, le dije, “¿es que todavía no te has dado cuenta?”››

Foto cedida por Mari Carvajal

domingo, 3 de abril de 2011

Capítulo 22

            ‹‹Dicen que recordar es volver a vivir, y yo creo que es verdad en cierto modo. Cuando echas la vista atrás y pasan por tu cabeza las cosas y personas con las que has compartido tu vida, aunque no vuelvas a vivir la experiencia físicamente, sí te invaden de nuevo las mismas emociones, sentimientos, angustias y alegrías que en su día marcaron las etapas de tu viaje. Y si tu viaje ha sido tan agitado como el mío, hay mucho que revivir.
Mucha gente dice que con mi vida se podría escribir una novela. Yo no creo que sea para tanto, pero hoy, con medio siglo a mis espaldas, lanzo una mirada nostálgica y emocionada a lo que ha sido mi vida a través de mi diario personal. Sé que pensarán: “En el mundo de hoy, donde todo es público en internet, donde millones de personas escriben un blog en el que muestran al mundo aquello que quieren dar a conocer de sí mismos, de sus experiencias vitales y de su universo personal y donde cualquier hijo de vecino expone públicamente cada día sus sentimientos y hasta el más mínimo detalle de su vida en las redes sociales (no sé bien si como una forma de exteriorizar su interioridad compartiendo masivamente sus gustos, inquietudes, bromas, ideas y preocupaciones, si con un propósito “autopromocional”, para vender una imagen de sí mismos que les haga más populares, o si como una llamada angustiada de socorro para dar a conocer a sus cientos de mal llamados “amigos” virtuales una careta que oculta una dramática soledad y vacío existencial), ¿queda todavía alguien que lleve un diario personal escrito a mano?
Pues sí. No sé si seré la única persona que lo hace ya, pero durante toda mi vida, desde que aprendí a escribir, no ha habido un día en que no haya dedicado al menos un momento a plasmar en el papel lo que había dado de sí la jornada, las risas, dudas y sinsabores que habían centrado mi ajetreo diario, como una forma de autoevaluarme al final del día y tomar conciencia de muchas cosas que, de otro modo, me habrían pasado desapercibidas. La verdad es que hacerlo me ha ayudado bastante, lo mismo que me hace mucho bien revisar estos escritos de vez en cuando. Es por eso que me he decidido a compartir una selección de estas reflexiones publicando mis memorias. De los cientos de libretas que he rellenado desde mi niñez, he elegido aquellos momentos que han sido trascendentales en mi vida y les he dado forma de libro, al que he titulado: “Isabel Espinosa. La vida merece ser vivida”. Antes de enviarlo a la editorial, me gustaría compartir con ustedes algunas de las entradas más significativas. Otras muy interesantes me las reservo, que no hay que dar toda la información de golpe. Espero que les permitan conocerme un poco mejor, que no me juzguen y me acepten tal como soy, con mis virtudes y mis defectos, como cualquiera.››
6 de enero de 1985: “Hola, querido diario. Hoy los Reyes te han traído para mí. ¡Qué ilusión! Voy a empezar a escribirte ahora mismo. Espero tener cosas que contarte todos los días. A ver, porque mi vida es un poco aburrida.”
15 de septiembre de 1989: “Hoy en el cole he conocido a un niño nuevo. Se llama Pablo y se ha sentado a mi lado, pero casi no ha hablado nada conmigo. Sólo miraba para abajo y se ponía colorado. Es más mono…”
30 de septiembre de 1992: “Esta tarde hemos estado todos en el cine y tomando un helado. Pablo es un ganso, no para de hacer tonterías. Cada vez me gusta más. Mañana empezamos en el instituto, menos mal que va a ir al mismo que yo.”
20 de agosto de 1994: “Hoy por fin nos hemos besado. Pensaba que Pablo no se iba a decidir nunca. Le he dicho que me acompañara a casa desde la feria para no coger un taxi sola y luego en la puerta de casa, hemos empezado a hablar… y por fin ha pasado. Mamá y papá me han echado la bronca por llegar tarde, pero me da igual. Hoy soy feliz.”
18 de junio de 1996: “Bueno… pues ya he aprobado la Selectividad. Una cosa menos. Ahora, a echar la matrícula en Empresariales. Mira que les he dicho a mis padres que yo lo que quiero hacer es Medicina o Veterinaria, pero nada, no hay quien pueda con ellos, así que por no escucharlos… ¡Qué harta estoy de que me mangoneen! No se dan cuenta de que ya soy mayor…”
21 de octubre de 1998: “Acabo de ver en la tele una peli de los años 50: “Las tres caras de Eva”. Va de una mujer con trastorno de personalidad, que se comporta como si fuera tres personas distintas. ¿Te imaginas si, cuando te agobia tu vida, fuera tan fácil vivir otra? ¡Quién pudiera...!”
1 de julio de 2000: “He empezado a trabajar en la empresa de papá. Espero que me vaya bien. La gente de momento me mira como si fuera una enchufada que está aquí sólo porque es la hija del jefe. Me hablan con amabilidad, pero me da la sensación de que cuchichean todo el rato. Menos mal que al menos también ha entrado Patricia y tengo alguien con quien desahogarme.”
20 de agosto de 2004: “Hoy Pablo y yo hemos hecho diez años juntos. ¡¡Y me ha pedido que nos casemos!! Por supuesto, le he dicho que sí. ¡Qué ilusión! Lo único que me ha chafado un poco el día es que, cuando se lo he contado a Patri, la he notado muy rara, como si no se alegrara. Seguramente lo está pasando mal desde que lo dejó con su novio.”
12 de octubre de 2005: “Pablo y yo somos marido y mujer. Sin embargo, no ha sido, como debería, el día más feliz de mi vida. Sé que somos tal para cual, que nos conocemos desde niños y que lo quiero más que a nada, pero siento que no he tenido la oportunidad de comparar, de equivocarme, de vivir… ¿Y si me he precipitado y Pablo no es el hombre de mi vida? Espero no haber cometido un error. Hoy me he derrumbado con Patricia mientras me arreglaba para la boda, se lo he contado todo y ella me ha aconsejado. Menos mal que al menos con ella sé que podré contar siempre.”
7 de diciembre de 2005: “Ya he llegado a Nueva York. La verdad es que no sé por qué en la empresa me mandan tanto de viaje, porque realmente las gestiones que he venido a hacer se podrían hacer por teléfono o por internet. Pero bueno, he decidido aprovechar la ocasión y disfrutar, así que hoy he hecho algo de lo que no sé si me arrepentiré, pero ¡Dios!, me he sentido viva por primera vez en mucho tiempo. Estaba en un bar y me he hecho pasar por una oncóloga, le he contado una trola a un tío y al final… nos hemos acostado. Es la primera vez que engaño a Pablo, pero es que lo necesitaba. Me estaba matando la sensación de que, estando con un solo hombre en tu vida, no puedes saber si has hecho lo correcto. En cualquier caso, yo a Pablo lo quiero con locura y, al fin y al cabo, ojos que no ven, corazón que no siente. La verdad es que lo necesitaba.”
3 de julio de 2008: “Estoy fatal. Hoy ha venido a verme un tal Jorge, que por lo visto es el psicólogo de Pablo, y me ha contado que lleva engañándome desde que nos casamos. Ya sé que yo también he hecho lo mismo, pero yo en el fondo le quiero. ¿Y si él no me quiere a mí? Pero lo peor no es eso. Con quien me ha estado engañando es… ¡con Patri! ¡Con mi mejor amiga! Claro, con razón me aconsejó el día de mi boda que me atreviera a vivir las vidas que quisiera. Será guarra la tía… Ya no sé en quién puedo confiar, mi mundo se ha dado la vuelta. No sé qué hacer. Necesito aire.”
15 de julio de 2008: “Me ha escrito una empresa inglesa para tratar un tema de negocios. La cita es en Londres. Puede que sea la oportunidad que me hacía falta para cambiar de aires. Mañana me voy. Ojalá consiga despejarme.”
16 de julio de 2008: “Hoy he conocido a Kenneth. Me parece que con él es distinto que con todos los otros. Creo que puede ser alguien muy especial en mi vida.”
1 de septiembre de 2008: “¡Dios mío! ¡Estoy embarazada! Y ahora, ¿qué hago? Si ni siquiera sé si es de Pablo o de Kenneth… Ahora sí que me he metido en un buen lío.”
24 de noviembre de 2008: “Hoy he estado otra vez con Ken. Pero no voy a volver a verle hasta que dé a luz. Pronto empezará a notárseme el embarazo y no puedo permitir que se dé cuenta y empiece a hacerme preguntas. Quizás lo mejor sería que me olvidara de él… pero no puedo.”
5 de mayo de 2009: “Hoy ha nacido mi hija Desirée. Y Pablo ha estado a mi lado todo el tiempo. Ha sido un poco torpe, pero es normal, es la primera vez que se ve en esa situación, y además, los últimos meses las cosas no han sido precisamente fáciles entre nosotros. Claramente nos hemos distanciado. ¿Por qué ha tenido que pasarnos esto? Con lo que nos hemos querido siempre…”
30 de julio de 2009: “Hoy he vuelto a ver a Kenneth. Lo he pensado mucho, porque a veces pienso que debería darme otra oportunidad con Pablo. Pero no he podido evitarlo. Por Ken también siento algo especial. Por supuesto, no le he dicho nada de que he tenido una hija. Bueno, me voy, que me está llamando.”
31 de julio de 2009: “¡Qué día tan horrible! Esta mañana Ken me pidió que me casara con él. No sabía cómo reaccionar, fue una situación muy violenta. Al final le di largas y pensaba que le había convencido de que era lo mejor, pero cuando íbamos en coche al aeropuerto, empezamos a pelear y tuvimos un accidente. Yo estoy bien, afortunadamente, pero él estaba muy mal. Se lo han llevado al hospital y está en coma. ¿Cómo se me ha podido complicar tanto la vida?”
29 de junio de 2010: “Gracias a Dios, Ken ha salido del coma. Betty me llamó esta mañana y cogí rápidamente un avión. Pero no todo han sido buenas noticias. A consecuencia del accidente, ha quedado ciego. Se ha llevado una gran alegría cuando hemos hablado. Le he prometido que no me voy a separar de él y, en cierto modo, le quiero y creo que se lo debo. Pero no sé, tengo muchas dudas. Últimamente me he vuelto a sentir un poco más cerca de Pablo. He estado hablando con Betty, que se ha convertido en una gran amiga para mí y me ha prometido que me ayudará a buscar una solución.”
9 de octubre de 2010: “Betty me ha llamado para decirme que está todo listo para la operación. Ya no hay vuelta atrás. Espero no estar equivocándome. Tengo todo listo y esta noche salgo para Londres. Jorge me va a acompañar, es el que más me ha apoyado en esto. Menos mal que a él puedo contarle todo, si no tanto secreto me habría quemado ya por dentro. No voy a despedirme de Pablo. No sé lo que pensará mañana cuando despierte y no me encuentre, pero espero que me pueda perdonar. Al fin y al cabo, todo esto lo hago por salvar nuestro futuro juntos. Lo que más me duele es tener que separarme de mi niña, aunque sea temporalmente. Ojalá cuando sea mayor y algún día le cuente esto, pueda comprenderme y perdonarme.”
24 de diciembre de 2010: “Cada vez que creo que no me puedo sorprender más, la vida me sale con algo nuevo. Hoy se ha presentado Jorge en casa de Kenneth diciendo que se acababa de casar. ¿Te lo puedes creer? Jorge… que siempre ha estado loco por mí, aunque yo siempre le rechazaba… y se ha casado. Pero no con cualquiera, no. Se ha casado con Patricia, sabiendo como sabe el daño que me ha hecho. Y no puedo evitar sentirme un poquitín celosa. Ya no sé qué pensar. Si no puedo confiar ni siquiera en Jorge, ¿quién me queda? Porque con Kenneth las cosas cada vez van peor. Tengo ya claro que lo nuestro sólo fue un espejismo. Ya lo que me queda es esperar que mis planes con Pablo salgan bien. El anzuelo ya está echado, lo que falta es ir tirando del sedal. Lo que está claro es que esta ha sido sin duda la peor Nochebuena de mi vida.”
25 de diciembre de 2010: “Esta tía ya no sabe cómo hacerme más daño. Pero, ¿qué le he hecho yo? Acabo de encontrar a Patricia en la cama con Kenneth. De verdad que no sé todavía cómo he podido contenerme y no arrancarle los pelos uno a uno. Pero esto se ha acabado. No pienso aguantar ni un día más. Mañana a primera hora me voy de aquí. Ahora tengo que centrarme en lo que realmente es importante para mí.”
24 de diciembre de 2011: “Hoy ha nacido Óscar, mi segundo hijo. Poder ver su cara y la de su padre mirándome embobado es lo más bonito que me ha pasado en la vida. Esto me ha devuelto la fe en la Navidad. Ojalá seamos muy felices todos juntos para siempre, que ya creo que nos lo merecemos.”
10 de julio de 2012: “¿Qué le vamos a hacer? El ser humano es el único que tropieza dos o tres o las veces que haga falta con la misma piedra. Pero ¿qué importa? ¿Acaso alguien tiene la fórmula de la felicidad? Cada uno vive y disfruta la vida a su manera.”
17 de marzo de 2028: “Hoy he cumplido cincuenta años y he tenido el mejor regalo: el nacimiento de mi primera nieta. Cuando echo la vista atrás, lo único que puedo decir es que me siento orgullosa de mi vida. He tenido muchos aciertos y he cometido también errores, pero he sabido aprender de ellos y sacarles el lado bueno. Hoy no me arrepiento de nada y he decidido contar mi historia por si alguien puede aprender de ella.”

Foto cedida por Francisco Javier Palanco

domingo, 27 de marzo de 2011

Capítulo 21

            ‹‹Hay quien dice que todo ocurre por algún motivo, nada pasa por casualidad. Cualquier acción tiene una consecuencia directa o indirecta y todo lo que hacemos repercute en los demás y en nosotros mismos, antes o después.
Otros afirman que el futuro está escrito, estamos predestinados. Es decir, lo que tiene que ocurrir, ocurrirá inevitablemente, y nuestras relaciones con los que nos rodean están escritas; hagamos lo que hagamos y queramos o no, no hay forma de cambiar esos acontecimientos. Esto no deja de ser paradójico, ya que entra en confrontación con el libre albedrío del ser humano, según el cual las personas tenemos la libertad de elegir y tomar nuestras propias decisiones. Los defensores de la paradoja de la predestinación justifican esto sosteniendo que, si bien somos libres de tomar nuestras decisiones y obtener así distintos resultados o acontecimientos en función de las mismas, estas elecciones y comportamientos nuestros están también ya escritos, por lo que, si bien lo que ocurra dependerá de las opciones que vayamos tomando, todas estas decisiones y, por tanto, sus resultados, están ya predeterminados desde el principio de los tiempos.
Existe otra teoría que afirma que entre todos nosotros, entre cada pareja de personas elegidas al azar entre todos los individuos que poblamos la Tierra, hay sólo seis grados de separación. Esto quiere decir que si elegimos al azar a dos personas de cualquier parte del mundo, podemos establecer una relación entre ellos mediante una cadena de conocidos formada por un máximo de cinco eslabones; en otras palabras, que el mundo es un pañuelo.
Finalmente, hay quienes dicen que cada uno de nosotros tenemos a nuestra media naranja, una persona con la cual conectamos perfectamente a todos los niveles, nuestra pareja ideal, aquella con la que deberíamos pasar el resto de nuestra vida una vez que la encontramos. Lo que no te dicen es cómo saber cuándo la has encontrado. Hay veces que tienes que exprimir un cesto lleno de medios limones antes de encontrar a tu media naranja, y otras en que la encuentras antes siquiera de empezar a buscar. Y en cualquier caso, hay veces que la encuentras pero no la reconoces, y te empeñas en seguir buscando, sin saber que lo que necesitas lo tienes delante de tus ojos, llegando incluso a dejar que se escape por tontas inseguridades, recelos o desconfianzas o por una búsqueda irracional de la perfección, cuando lo que debemos hacer no es buscar a la persona perfecta, sino buscar la perfección en la persona que tenemos al lado. No obstante, es difícil saber cuándo has dado con tu otra mitad, porque el hecho innegable es que todas las relaciones de pareja que tenemos a lo largo de nuestra vida acaban antes o después; todas, menos la última. Lo que pasa es que, cada vez que empezamos una relación seria, lo hacemos pensando que esa va a ser la última. Pero no siempre acertamos.
Y si cogen todas estas teorías y otras más que ustedes quieran, las ponen en una coctelera, la agitan bien y sirven la mezcla bien fría y con una sombrillita, obtendrán mi vida.
Mi media naranja se llamaba Isabel; o al menos eso pensaba yo. Nos conocimos de pequeños y pronto supimos que estábamos hechos el uno para el otro y que nuestro destino era estar juntos. Tan seguros estábamos que, hace algo más de cinco años, nos casamos. Y ese fue el principio del fin de nuestra relación. Por mi vida pasó después Patricia, que fue simplemente una vía de escape para evadirme de las ausencias, no sólo físicas, de Isabel. Pero fue una mala idea, un medio limón. Isabel se fue y me dejó con nuestra hija, y lo de Patricia acabó porque no podía ser de otra forma. Ahora he encontrado a Elisa y por ella estoy empezando a sentir algo muy especial. Pienso que a lo mejor no fue casualidad que lo mío con Isa saliera mal. Quizás tenía que pasar para que la conociera a ella. Puede que sea Elisa la mujer de mi vida, aunque hay momentos en que recuerdo a Isa y los buenos momentos que compartimos durante tantos años y se me derrumba todo. No me la puedo quitar de la cabeza y la recuerdo cada día. Suerte que luego veo a Elisa y puedo volver a sonreír.
Hoy ha sido un día especialmente duro e intenso en ese aspecto, porque además sabía que Elisa no me estaría esperando al llegar, ya que tenía previsto un viaje para una reunión de trabajo. Lo que no entraba en mis planes es que, al llegar, Alicia, la chica que tengo empleada en casa, me sorprendiera con un masaje y empezara a besarme. Al principio me desconcertó y quise evitarla, pero finalmente no pude evitar sucumbir a sus mimos, pese a saber que era otro error más a añadir a la lista. Suerte que, en aquel momento, pegaron a la puerta.  
Ella dio un respingo y saltó del sofá, arreglándose la ropa. “Esto no ha pasado, ¿de acuerdo, Alicia?”, le dije mientras me dirigía a la puerta. Al abrir, un desconocido con la mirada perdida y acento inglés me preguntó: “y quise evitarla, pero finalmente no pude evitar sucumbir a sus mimos, pese a saber que era otro error mpartimos dura¿Está Isabel?”. “¿Perdón?”, dije yo. “Isabel lleva meses sin venir. ¿Quién es usted?”. “Me llamo Kenneth Wallace. ¿Puedo pasar?”. “Adelante”, le dije, no sin cierto recelo. “Alicia, ¿puedes subir a cuidar de la niña y dejarnos solos?”. “¿La niña?”, exclamó Kenneth. “¿Es la hija de Isabel? ¿Puedo verla? Bueno, se habrá dado cuenta de que no veo bien, estoy empezando a recuperar la vista. Pero me encantaría acercarme a ella. Le contaré antes quién soy”.
Aquel hombre me contó que era la actual pareja de Isabel, aunque las cosas no les habían ido muy bien últimamente. Me explicó cómo la había conocido y cómo Isabel se había dedicado a recorrer el mundo inventándose personalidades y teniendo aventuras con cantidad de hombres. Me dijo que todo esto lo sabía porque su mujer, de la que estaba separado, era una buena amiga de Jorge, mi psicólogo, que por lo visto mantenía una extraña relación también con Isabel (cosa que yo ignoraba completamente, hasta ahora). Comentó que Isabel estaba viviendo con él nada menos que en Londres y cómo, en las recientes navidades, Jorge y Patricia se habían alojado en su casa fingiendo estar casados. Dijo también que acababa de saber que Isabel había tenido una hija y que pensaba que podía ser él el padre, a lo que yo le respondí que, tras hacer las pruebas correspondientes, había quedado demostrado que el padre de Desirée era yo. Aquello hizo que su expresión se ensombreciera, ya que por lo visto llevaba muchos años deseando un hijo que nunca llegaba. Por último, para rematar el estado de shock en que me encontraba ante tal cantidad de noticias, me contó que estaba buscando a Isabel porque había desaparecido y era una de las sospechosas del asesinato de Patricia, que había aparecido muerta por sobredosis de fármacos.
Al oír esto último, Alicia, que había estado escuchando todo desde el pasillo, salió horrorizada: “¿Qué Patricia está muerta?”, gritó derrumbándose y llorando. Extrañado, le pregunté: “¿Qué hacías escuchando? ¿Y de qué conocías tú a Patricia?”. “¿Qué de qué la conocía?”, gritó. “Patricia era mi hermana”.
En ese momento, se abrió la puerta y se pudo oír a Elisa, que volvía diciendo: “Cariño, ya estoy en casa. Se ha suspendido la reunión”. Cuando Elisa entró al salón y vio a Kenneth, su cara se descompuso y tan sólo acertó a dar media vuelta y volverse a ir dando un portazo, sin mediar palabra.››

Foto cedida por Belén Miranda

lunes, 21 de marzo de 2011

Capítulo 20

            ‹‹Cuando ingresé en la Facultad de Enfermería, estaba dispuesta a que mi vida fuera un ejemplo de entrega a los demás, de sacrificio y ayuda a todo el que me necesitara. Y ha sido así en parte, pero en otras no tanto. Aquella tarde de junio de 1996 en que estaba estudiando en la Biblioteca General de la Universidad de Málaga, cambió mi vida. Hay tantas historias de amor que han empezado en las mesas, en los pasillos, en la entrada de esta biblioteca… tantas historias que te impedían fijar la vista en los libros y que hacían que tus ojos y tus pensamientos estuvieran en otro sitio… todo el mundo iba allí a estudiar, pero el porcentaje del tiempo que realmente se dedicaba a esto era el menor… yo pensaba que la mía era una de estas historias.
Jorge estaba estudiando Psicología y tenía aquella semana el último examen de la carrera. Nos conocimos junto a la máquina dispensadora de chocolatinas que había en el hall, en uno de los múltiples “descansos” que todos hacíamos en el estudio. La máquina se acababa de tragar sus últimas monedas y la chocolatina se había quedado atascada, así que estaba dándole golpes, bastante enfadado. “Espera, tengo un truco”, le dije, acercándome. Trasteé un poco por la parte trasera de la máquina, la desenchufé y la volví a enchufar, de modo que la golosina cayó en la bandeja y él la pudo coger. “Vaya, veo que más vale maña que fuerza. ¿Cómo te llamas?”, me preguntó. “Berta”, le contesté. Y desde aquel día supe que estaba delante del hombre de mi vida.
Lástima que él no parecía pensar lo mismo. Aquella semana coincidimos más veces en la biblioteca, nos intercambiamos los teléfonos y empezamos a quedar. Él aprobó su examen y se convirtió en un estupendo psicólogo. Tras aquel verano, yo acabé también la carrera y al poco empecé a trabajar como enfermera. Nos seguimos viendo como amigos y, pasados unos meses, yo intenté un acercamiento mayor, pero él me dijo que no sentía lo mismo que yo, aunque valoraba mucho mi amistad y no quería perderme. Yo me tuve que conformar. Volví a intentarlo en varias ocasiones, pero el resultado fue siempre el mismo, así que tuve que resignarme a tenerlo como amigo, si no quería perderlo por completo. Pero nunca he dejado de estar enamorada de él.
Al cabo de dos años, se me acabó el contrato en el Hospital Materno Infantil de Málaga y me quedé sin trabajo. Elena, una amiga que trabajaba en Londres, me convenció para que me fuera allí con ella y buscara trabajo, y como nada me retenía en España, lo hice. Allí empecé una nueva vida. La vieja “Berta” murió y nació la nueva “Betty”. Al poco, conocí a un abogado, Kenneth, empezamos a salir y, en enero del 2000, nos casamos. Fuimos felices bastantes años, pero yo seguía pensando de vez en cuando qué hubiera sido de mi vida si me hubiera quedado con Jorge. Él me consideraba su mejor amiga y nos seguíamos llamando muy a menudo. Me contaba todas sus cosas y me visitaba en Londres de vez en cuando. Nunca llegó a tener una relación estable con nadie, pero cuando yo le insinuaba que lo nuestro hubiera podido funcionar, siempre me decía que no, que nosotros sólo debíamos ser amigos.
Con el tiempo, mi matrimonio con Ken se fue resintiendo. Cada vez estábamos más distantes, los hijos no venían, aunque lo intentábamos, y la relación se fue deteriorando. Hasta que en 2007, comencé a escondidas una relación con Patrick Stinson, el Jefe de Cirugía del hospital donde trabajaba. Él estaba casado y tenía dos hijos, pero su matrimonio era también un fracaso y juntos recuperamos la pasión y la ilusión que a los dos nos faltaba. Pero aquello no era más que una cortina de humo, yo seguía sin poder olvidar a Jorge.
En el verano de 2008, Jorge me llamó y me soltó la bomba: “He conocido a la mujer de mi vida”, me dijo. “Se llama Isabel y es la mujer de un paciente mío, pero su matrimonio no va a durar. Ella viaja constantemente y le es infiel con otros hombres. Estoy seguro de que, si me lo propongo, al final acabará conmigo”. En aquel momento, vi claro que no podía seguir mirando para otro lado. Aquello me dolió en el corazón como una puñalada y decidí que tenía que poner de nuevo todos los medios posibles para que Jorge se diera cuenta de que con quien debía estar era conmigo. Le confesé a Kenneth mi aventura con Patrick y me fui de su casa, mudándome con mi amiga Elena, que seguía soltera. Kenneth lo comprendió, porque en el fondo tampoco estaba a gusto con lo nuestro, así que nos separamos, pero hasta el día de hoy ninguno hemos hablado de pedir el divorcio, de hecho mantenemos una buena amistad. Yo sigo mi historia esporádica con Patrick y eso me ha abierto muchas puertas profesionalmente. Él está loco por mí y yo realmente me he aprovechado un poco de que él no quiere de ninguna manera que su mujer y sus hijos se enteren de lo nuestro, para ir alcanzando pequeños logros en mi carrera a cambio de mi silencio y de seguir a su lado.
Pues bien, como decía, cuando Jorge conoció a Isabel, yo asumí que debía hacer algo. Investigué sobre la vida de esta mujer, me enteré de dónde trabajaba y, como mi marido, Ken, estaba invitado ese mes a la presentación de un libro en Londres y yo sabía por Jorge que a ella le gustaba mucho viajar, usé mis influencias en el hospital para conseguir que Isabel recibiera, de parte de una importante empresa farmacéutica, una cita en el hotel donde era la presentación para una charla de negocios en la que establecer unas posibles relaciones comerciales con la empresa de Isabel. Una vez allí, fui para asegurarme de que Isabel y Ken se conocieran, pero no hizo falta. Nada más entrar en el hotel, él se dirigió hacia donde ella estaba y ella se encargó de echarle el lazo rápidamente. Mi plan funcionó a la perfección, porque ambos se enamoraron a primera vista, con lo que ya tendría vía libre con Jorge, que seguramente desistiría de su empeño y se olvidaría de ella. O al menos eso pensé yo, pero nada más lejos de la realidad. Jorge se convirtió en la sombra de Isabel y no perdió la esperanza, seguro de que al final ella acabaría con él.
Pasó el tiempo e Isabel estuvo casi ocho meses sin dar señales de vida, tiempo en el que Ken lo pasó bastante mal (y yo también, porque sabía que ella estaba mientras cerca de Jorge). Como manteníamos una buena amistad, Ken me llamaba de vez en cuando y me contaba sus penas. Yo al principio no le contaba nada de lo que sabía, pero cuando, tras casi un año en coma a causa del accidente, finalmente despertó, sentí que estaba en deuda con él y que debía contarle la verdad. Así, le conté que su “Sabina” en realidad se llamaba Isabel, que no era una azafata italiana sino una empresaria española, que estaba casada y que, por algún tipo de trastorno de personalidad, se había convertido en una mentirosa compulsiva. Lo que no le conté fue que había tenido una hija, cuya paternidad no estaba del todo clara, ya que pensé que era demasiada información de golpe y que no era el mejor momento (más teniendo en cuenta que él siempre había deseado tener hijos). ntras él habcompulsiva. bna azafata italiana sino una empresaria española, que estaba casada y que, por algcontaba sus penas. es de vida, tiempo en el que Ken lo pasKen agradeció mi sinceridad y decidió seguir intentándolo con Isabel fingiendo que no sabía nada, porque al fin y al cabo los dos estaban enamorados, si bien le pareció que esta mujer guardaba demasiados secretos y se planteó intentar desenmascararla.
Durante el tiempo que duró el coma de Ken, Isabel iba a visitarlo y se preocupaba constantemente de su estado, lo que aproveché yo para hacerme amiga suya y así tratar de averiguar más cosas sobre ella y asegurarme de que Jorge no tenía ninguna oportunidad. Tanto me gané su confianza que me contó que, si bien su matrimonio era un fracaso, su corazón estaba dividido entre su marido y Kenneth. Desde aquel momento, en que se abrió ante mí con total sinceridad, empecé a verla como una persona frágil e infeliz a pesar de todo y me ofrecí para ayudarla en lo que estuviera en mi mano, como de hecho hice al poco tiempo.
Así pues, mi camino con Jorge parecía quedar despejado. Lo que no estaba dispuesta a soportar era que apareciera una nueva mujer en su vida. Por eso, cuando me contó que había contactado con una tal Patricia y que se había instalado con ella en casa de Ken haciéndola pasar por su mujer para dar celos a Isabel, no daba crédito a mis oídos. La gota que colmó el vaso fue cuando me dijo que había mantenido relaciones con Patricia y que estaba empezando a sentir algo por ella. Y aquello sí que no estaba dispuesta a permitirlo. Había esperado mucho tiempo y ya me había cansado. Si no era por las buenas, sería por las malas. Así que hablé con Susan, la asistenta de Kenneth, y le pagué una fuerte suma de dinero para que le disolviera en la bebida una gran cantidad de medicamentos que le proporcioné. Ahora, sin más obstáculos de por medio (Isabel desaparecida y Patricia muerta), parece que al fin Jorge va a ser mío para siempre.
Cuando ingresé en la Facultad de Enfermería, pensé que mi vida se basaría en ayudar a los demás, nunca que usaría mis conocimientos para matar a alguien, pero la vida da muchas vueltas y si el destino no te da lo que te mereces, a veces hay que darle un empujoncito.››

Foto cedida por Esposa de UnoQueLlega