“¿En qué piensas?”, preguntó Alicia a Kenneth mientras despegaba el avión que les llevaría a Londres. “En nada”, respondió él mientras miraba su móvil esperando encontrar alguna llamada o mensaje de Isabel. La noche anterior, al salir de casa de Pablo e Isabel, Jorge invitó a Kenneth a quedarse en su casa, en vez de un hotel. Al fin y al cabo, Ken les había abierto a Patricia y a él su casa de Londres. Alicia también le ofreció su casa y le dijo que, en el estado de nervios en que se encontraba por la muerte de su hermana y los últimos acontecimientos, prefería no quedarse sola. Ken, que todavía estaba un poco enfadado con Jorge por haberle engañado y ocultado tantas cosas, aceptó la invitación de Alicia. Además, aquella chica tenía algo que le atraía, quizás fuera el parecido con Patricia o su aparente vulnerabilidad, pero le inspiraba una gran ternura y el sentimiento parecía ser mutuo.
En el asiento de atrás del avión, Jorge intentaba dormir, aunque su cabeza se iba con Betty, lamentando no haber sabido valorarla antes. Aunque, en lo más hondo de su corazón, seguía habiendo algo que daba un vuelco cuando pensaba en Isabel. Finalmente, el sueño y el cansancio le vencieron y logró quedarse dormido.
Cuando Isabel llegó a casa de sus padres la noche anterior, les contó toda la verdad sobre lo que había sido su vida en los últimos años. Lo primero que tuvo que hacer fue convencerles de que realmente era ella, a pesar de tener el aspecto de otra mujer. Después les habló de sus viajes, sus aventuras y su cambio de identidad hasta convertirse en Elisa Jurado, y les contó además cómo ellos habían marcado su infancia, imponiéndole sus criterios y reprimiendo gran parte de sus impulsos. Les relató finalmente las circunstancias en que Patricia, su mejor amiga de siempre, había muerto y cómo ahora el amor de su vida, Pablo, no quería saber nada de ella. Sus padres le abrieron las puertas de su casa mientras lo necesitara, pero no pudieron evitar sentir una tremenda angustia, culpabilidad y desconcierto al ver que aquella hija que un día criaron era ahora una completa desconocida para ellos.
Pablo, mientras tanto, trataba de asimilar todo lo que acababa de conocer. Con su hija en brazos, no paraba de dar vueltas por la casa preguntándose cómo su vida se podía haber convertido en semejante melodrama. Nunca había dejado de querer del todo a Isabel y, en las últimas semanas, había empezado a sentir algo muy especial por Elisa. Ahora comprendía por qué. Pero no podía aceptarla sin más. Sentía que había llegado demasiado lejos y dudaba que alguna vez pudiera perdonarla.
Cuando bajaron del avión, Kenneth y Alicia se despidieron de Jorge, que fue a instalarse en casa de Betty, que le había dado la llave la última vez que estuvieron juntos. Al día siguiente fue a visitarla a la cárcel y le contó que por fin se habían descubierto todas las mentiras. “Es el momento, entonces, de empezar de cero, Jorge”, le dijo Betty. “Sé que lo que te pido no es fácil, pero ¿serías capaz de esperarme?”. No hizo falta respuesta, porque el beso que Jorge le dio a Betty despejó todas sus dudas. Y más aún lo hizo la pregunta que le hizo a continuación: “Betty, ¿te casarías conmigo?”. “Claro que sí”, respondió ella.
Cuando se celebró el juicio, Susan, la asistenta de Kenneth, fue condenada a diez años de prisión por el asesinato de Patricia y Betty a tres años por ser cómplice de asesinato al haberle facilitado los medicamentos y haber sido la artífice del plan. Ambas se vieron favorecidas por el hecho de no tener antecedentes y después se beneficiaron de varias reducciones por buena conducta. Betty también realizó distintos servicios en prisión como enfermera, por lo que, al cumplir un año de condena, le concedieron la libertad tras pagar una fuerte fianza a la que hicieron frente Jorge y ella. Durante el año en que Betty estuvo presa, Jorge siguió viviendo en Málaga y atendiendo a su consulta, si bien iba a visitarla con toda la frecuencia que le era posible. En una de sus primeras visitas y tras gestionar los papeles del divorcio con Kenneth, Betty y Jorge se casaron en la capilla de la prisión. Finalizada la condena, Betty se fue a vivir con él a su casa de la Costa del Sol. “Por fin”, dijo Jorge. “¡Qué ganas tenía de tenerte a mi lado, Betty!”. “Y yo”, respondió ella, “pero hay muchas cosas que es mejor olvidar. A partir de ahora, llámame Berta”. Y le dio un cariñoso beso mientras entraba en la que sería su nueva casa cogida de la cintura del hombre por el que tanto había luchado toda su vida.
Un año antes, tras despedirse de Jorge en el aeropuerto, Kenneth y Alicia se marcharon a casa de él, que se propuso cuidar todo lo que pudiera de aquella frágil joven de la que cada vez se iba encariñando más. En los días siguientes, arreglaron todos los trámites para transportar el cuerpo de Patricia a España y, al final de la semana, Patricia por fin recibió sepultura en su ciudad, Málaga, y rodeada de los suyos, ya que incluso su padre vino de Francia al conocer la noticia. Isabel y Pablo acudieron también al entierro, en el que Alicia lloraba desconsolada abrazada de Kenneth. En ese momento, sintió que la mejor forma de vengar en cierto modo la muerte de su hermana Patricia era siguiendo su legado (es decir, arrebatándole a Isabel todo lo que quería o había querido). Y qué mejor forma que comenzar una relación con aquel hombre que tanto la estaba apoyando, por el que se sentía bastante atraída y que había sido tan importante en la vida de Isabel. Entre lágrimas, le dijo: “Ken, en estos días me he dado cuenta de que entre nosotros ha comenzado algo muy especial. ¿Tú te vendrías a vivir aquí conmigo?”. “Sabes que sí”, le dijo Kenneth, y le dio un leve beso en los labios, mientras tanto Alicia como él se encargaban de asegurarse de que Isabel y Pablo los estuvieran mirando. A los pocos días, Kenneth se mudó al piso de Alicia, justo al lado del que Pablo había compartido con Isabel y que tan frecuentado había sido también por Patricia.
Al acabar el entierro, Isabel se acercó a Pablo y habló con él por primera vez desde el día en que le había revelado toda la verdad. “¿Cómo estás?”, le preguntó tímidamente. “Bueno…”, respondió Pablo. “He tenido días mejores”. “¿Y Desirée?”, dijo Isabel. “Me gustaría verla”. “Está bien, la he dejado con mis padres. Sabes que puedes venir a verla cuando quieras”, contestó Pablo, justo antes de marcharse.
Al día siguiente, Isabel fue a ver a su hija. Pablo la miraba en silencio mientras jugaba con ella y la abrazaba, disfrutando al ver a su hija feliz y riendo con su madre, después de tanto tiempo. “Bueno, Desi”, dijo Isabel. “Mamá se tiene que ir ya. Nos vemos muy prontito”. Y le pasó la niña a Pablo. Al separarse de su madre, Desirée empezó a llorar y a decir “mamá”. “Es la primera vez que la oigo decir esa palabra”, dijo Pablo con lágrimas en los ojos. Isabel no pudo evitar romper a llorar. Pablo le pasó otra vez la niña a su madre, y al momento Desirée dejó de llorar y volvió a sonreír. Pablo e Isabel se miraron. “Isa, no te vayas”, dijo Pablo. “Esta es tu casa. Nos encantaría que te quedaras”. Y los tres se fundieron en un tierno abrazo.
Casi tres meses después, Isabel y Pablo están en el dormitorio antes de acostarse, acabando de resolver asuntos de trabajo en el ordenador. “Bueno”, dice Isabel, “yo me voy a la cama. Pero antes tengo que comprobar una cosa”. Y entra al cuarto de baño con una bolsa de plástico. “Yo también estoy acabando”, contesta Pablo. A los cinco minutos, Isabel sale del baño bastante nerviosa, diciendo: “¡Pablo! ¡Pablo!”. A Pablo, por el sobresalto, se le borra la sonrisa que tiene en la cara y cierra de golpe la tapa del ordenador. “¿Qué?”, pregunta agitado. “¡Estoy embarazada!”, dice Isabel.
Foto cedida por Mª Ángeles Jurado
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