‹‹Cuando ingresé en la Facultad de Enfermería, estaba dispuesta a que mi vida fuera un ejemplo de entrega a los demás, de sacrificio y ayuda a todo el que me necesitara. Y ha sido así en parte, pero en otras no tanto. Aquella tarde de junio de 1996 en que estaba estudiando en la Biblioteca General de la Universidad de Málaga, cambió mi vida. Hay tantas historias de amor que han empezado en las mesas, en los pasillos, en la entrada de esta biblioteca… tantas historias que te impedían fijar la vista en los libros y que hacían que tus ojos y tus pensamientos estuvieran en otro sitio… todo el mundo iba allí a estudiar, pero el porcentaje del tiempo que realmente se dedicaba a esto era el menor… yo pensaba que la mía era una de estas historias.
Jorge estaba estudiando Psicología y tenía aquella semana el último examen de la carrera. Nos conocimos junto a la máquina dispensadora de chocolatinas que había en el hall, en uno de los múltiples “descansos” que todos hacíamos en el estudio. La máquina se acababa de tragar sus últimas monedas y la chocolatina se había quedado atascada, así que estaba dándole golpes, bastante enfadado. “Espera, tengo un truco”, le dije, acercándome. Trasteé un poco por la parte trasera de la máquina, la desenchufé y la volví a enchufar, de modo que la golosina cayó en la bandeja y él la pudo coger. “Vaya, veo que más vale maña que fuerza. ¿Cómo te llamas?”, me preguntó. “Berta”, le contesté. Y desde aquel día supe que estaba delante del hombre de mi vida.
Lástima que él no parecía pensar lo mismo. Aquella semana coincidimos más veces en la biblioteca, nos intercambiamos los teléfonos y empezamos a quedar. Él aprobó su examen y se convirtió en un estupendo psicólogo. Tras aquel verano, yo acabé también la carrera y al poco empecé a trabajar como enfermera. Nos seguimos viendo como amigos y, pasados unos meses, yo intenté un acercamiento mayor, pero él me dijo que no sentía lo mismo que yo, aunque valoraba mucho mi amistad y no quería perderme. Yo me tuve que conformar. Volví a intentarlo en varias ocasiones, pero el resultado fue siempre el mismo, así que tuve que resignarme a tenerlo como amigo, si no quería perderlo por completo. Pero nunca he dejado de estar enamorada de él.
Al cabo de dos años, se me acabó el contrato en el Hospital Materno Infantil de Málaga y me quedé sin trabajo. Elena, una amiga que trabajaba en Londres, me convenció para que me fuera allí con ella y buscara trabajo, y como nada me retenía en España, lo hice. Allí empecé una nueva vida. La vieja “Berta” murió y nació la nueva “Betty”. Al poco, conocí a un abogado, Kenneth, empezamos a salir y, en enero del 2000, nos casamos. Fuimos felices bastantes años, pero yo seguía pensando de vez en cuando qué hubiera sido de mi vida si me hubiera quedado con Jorge. Él me consideraba su mejor amiga y nos seguíamos llamando muy a menudo. Me contaba todas sus cosas y me visitaba en Londres de vez en cuando. Nunca llegó a tener una relación estable con nadie, pero cuando yo le insinuaba que lo nuestro hubiera podido funcionar, siempre me decía que no, que nosotros sólo debíamos ser amigos.
Con el tiempo, mi matrimonio con Ken se fue resintiendo. Cada vez estábamos más distantes, los hijos no venían, aunque lo intentábamos, y la relación se fue deteriorando. Hasta que en 2007, comencé a escondidas una relación con Patrick Stinson, el Jefe de Cirugía del hospital donde trabajaba. Él estaba casado y tenía dos hijos, pero su matrimonio era también un fracaso y juntos recuperamos la pasión y la ilusión que a los dos nos faltaba. Pero aquello no era más que una cortina de humo, yo seguía sin poder olvidar a Jorge.
En el verano de 2008, Jorge me llamó y me soltó la bomba: “He conocido a la mujer de mi vida”, me dijo. “Se llama Isabel y es la mujer de un paciente mío, pero su matrimonio no va a durar. Ella viaja constantemente y le es infiel con otros hombres. Estoy seguro de que, si me lo propongo, al final acabará conmigo”. En aquel momento, vi claro que no podía seguir mirando para otro lado. Aquello me dolió en el corazón como una puñalada y decidí que tenía que poner de nuevo todos los medios posibles para que Jorge se diera cuenta de que con quien debía estar era conmigo. Le confesé a Kenneth mi aventura con Patrick y me fui de su casa, mudándome con mi amiga Elena, que seguía soltera. Kenneth lo comprendió, porque en el fondo tampoco estaba a gusto con lo nuestro, así que nos separamos, pero hasta el día de hoy ninguno hemos hablado de pedir el divorcio, de hecho mantenemos una buena amistad. Yo sigo mi historia esporádica con Patrick y eso me ha abierto muchas puertas profesionalmente. Él está loco por mí y yo realmente me he aprovechado un poco de que él no quiere de ninguna manera que su mujer y sus hijos se enteren de lo nuestro, para ir alcanzando pequeños logros en mi carrera a cambio de mi silencio y de seguir a su lado.
Pues bien, como decía, cuando Jorge conoció a Isabel, yo asumí que debía hacer algo. Investigué sobre la vida de esta mujer, me enteré de dónde trabajaba y, como mi marido, Ken, estaba invitado ese mes a la presentación de un libro en Londres y yo sabía por Jorge que a ella le gustaba mucho viajar, usé mis influencias en el hospital para conseguir que Isabel recibiera, de parte de una importante empresa farmacéutica, una cita en el hotel donde era la presentación para una charla de negocios en la que establecer unas posibles relaciones comerciales con la empresa de Isabel. Una vez allí, fui para asegurarme de que Isabel y Ken se conocieran, pero no hizo falta. Nada más entrar en el hotel, él se dirigió hacia donde ella estaba y ella se encargó de echarle el lazo rápidamente. Mi plan funcionó a la perfección, porque ambos se enamoraron a primera vista, con lo que ya tendría vía libre con Jorge, que seguramente desistiría de su empeño y se olvidaría de ella. O al menos eso pensé yo, pero nada más lejos de la realidad. Jorge se convirtió en la sombra de Isabel y no perdió la esperanza, seguro de que al final ella acabaría con él.
Pasó el tiempo e Isabel estuvo casi ocho meses sin dar señales de vida, tiempo en el que Ken lo pasó bastante mal (y yo también, porque sabía que ella estaba mientras cerca de Jorge). Como manteníamos una buena amistad, Ken me llamaba de vez en cuando y me contaba sus penas. Yo al principio no le contaba nada de lo que sabía, pero cuando, tras casi un año en coma a causa del accidente, finalmente despertó, sentí que estaba en deuda con él y que debía contarle la verdad. Así, le conté que su “Sabina” en realidad se llamaba Isabel, que no era una azafata italiana sino una empresaria española, que estaba casada y que, por algún tipo de trastorno de personalidad, se había convertido en una mentirosa compulsiva. Lo que no le conté fue que había tenido una hija, cuya paternidad no estaba del todo clara, ya que pensé que era demasiada información de golpe y que no era el mejor momento (más teniendo en cuenta que él siempre había deseado tener hijos). Ken agradeció mi sinceridad y decidió seguir intentándolo con Isabel fingiendo que no sabía nada, porque al fin y al cabo los dos estaban enamorados, si bien le pareció que esta mujer guardaba demasiados secretos y se planteó intentar desenmascararla.
Durante el tiempo que duró el coma de Ken, Isabel iba a visitarlo y se preocupaba constantemente de su estado, lo que aproveché yo para hacerme amiga suya y así tratar de averiguar más cosas sobre ella y asegurarme de que Jorge no tenía ninguna oportunidad. Tanto me gané su confianza que me contó que, si bien su matrimonio era un fracaso, su corazón estaba dividido entre su marido y Kenneth. Desde aquel momento, en que se abrió ante mí con total sinceridad, empecé a verla como una persona frágil e infeliz a pesar de todo y me ofrecí para ayudarla en lo que estuviera en mi mano, como de hecho hice al poco tiempo.
Así pues, mi camino con Jorge parecía quedar despejado. Lo que no estaba dispuesta a soportar era que apareciera una nueva mujer en su vida. Por eso, cuando me contó que había contactado con una tal Patricia y que se había instalado con ella en casa de Ken haciéndola pasar por su mujer para dar celos a Isabel, no daba crédito a mis oídos. La gota que colmó el vaso fue cuando me dijo que había mantenido relaciones con Patricia y que estaba empezando a sentir algo por ella. Y aquello sí que no estaba dispuesta a permitirlo. Había esperado mucho tiempo y ya me había cansado. Si no era por las buenas, sería por las malas. Así que hablé con Susan, la asistenta de Kenneth, y le pagué una fuerte suma de dinero para que le disolviera en la bebida una gran cantidad de medicamentos que le proporcioné. Ahora, sin más obstáculos de por medio (Isabel desaparecida y Patricia muerta), parece que al fin Jorge va a ser mío para siempre.
Cuando ingresé en la Facultad de Enfermería, pensé que mi vida se basaría en ayudar a los demás, nunca que usaría mis conocimientos para matar a alguien, pero la vida da muchas vueltas y si el destino no te da lo que te mereces, a veces hay que darle un empujoncito.››
Foto cedida por Esposa de UnoQueLlega
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