Sandalias Con Calcetines

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sábado, 9 de abril de 2011

Capítulo 23

            ‹‹“¡¡Elisa!! ¡¡Elisa!! ¿Dónde vas?”, escuché a Pablo llamándome mientras bajaba por la escalera a toda velocidad. Al salir por la puerta del bloque, tropecé frontalmente con Jorge, que se disponía a entrar. “¡Jorge!”, exclamé, “¿qué haces tú aquí?”. “Me alegro de verte”, me dijo. “He venido a hablar con…”. Pero no pudo terminar la frase, porque en ese momento apareció Pablo, que había bajado tras de mí. “Elisa, cariño, ¿por qué has salido corriendo?”, me preguntó, justo antes de ver a su psicólogo. “¡¡Jorge!! ¿Y tú, qué haces aquí?”. “¡Vaya!”, sonrió Jorge, “si me dieran mil euros cada vez que me hacen esa pregunta… Sé que tengo muchas cosas que explicarte, Pablo. Subamos y hablemos tranquilamente, si te parece”.
            “Tú y yo no tenemos nada de qué hablar”, dijo Pablo muy enfadado. “Ya sé todo lo que hiciste para alejarme de mi mujer. Debería denunciarte al Colegio de Psicólogos por romper el secreto profesional. ¿Y todavía tienes cara para venir a mi casa?”. “Déjame subir, por favor. Sé que te he hecho daño y te pido disculpas. Ahora me arrepiento de todo. Pero déjame que te explique, por favor. O al menos déjame hablar con tu empleada, Alicia. Tengo algo importante que decirle”. Tremendamente contrariado por todo lo que estaba viviendo, Pablo accedió finalmente. Yo no sabía dónde meterme. “Bueno, tengo que irme”, dije, intentando escabullirme. “No, por favor”, dijo Jorge. “Sube. Hay cosas de las que tú también te tienes que enterar. Es el momento de acabar con las mentiras y hablar claro”. “¿De qué está hablando, Elisa?”, me preguntó Pablo. “¿Qué mentiras son esas? ¿De qué conoces tú a este hombre?”.
            Viendo que estaba en un callejón sin salida, no tuve más remedio que subir. “Vamos arriba y ya hablamos”, respondí resignada a Pablo. Al entrar en el piso, me encontré a Alicia llorando desconsolada y a Kenneth consolándola. “¿Y a esta qué le pasa?”, no pude evitar decir con desprecio. Nunca me había gustado aquella mujer, lo único que buscaba era separarme de Pablo y se había atrevido incluso a amenazarme, ya que, no sé cómo, conocía mi secreto. Pero ahora que todo iba a salir a la luz, ya no tenía que guardar las formas con ella. “No seas insensible, Elisa”, me dijo Pablo mientras Alicia me lanzaba una mirada con todo el odio de que era capaz en aquel momento. “Resulta que Alicia es la hermana de una amiga de mi mujer, Patricia, y acaba de enterarse de que ha muerto”. “¿¿Que Patricia ha muerto??”, exclamé tremendamente conmocionada y sorprendida por la noticia. “¿Cómo ha sido?”, pregunté. “¿Y Alicia es… su hermana?”.
            “Sobre cómo ha sido, puedo decir yo algo”, dijo Jorge. “Precisamente por eso he venido. En primer lugar, para buscar a Alicia, ya que no hemos podido contactar con ningún familiar de Patricia y hace falta alguien que vaya a Londres a arreglar los papeles para trasladar el cuerpo a España. Y en segundo, porque ya se sabe cómo fue. Los resultados de la autopsia revelaron que Patricia había muerto por una sobredosis de medicamentos, como ya sabéis algunos. Pues bien, ayer Susan, la asistenta de Kenneth, fue a la comisaría para confesar que había sido ella quien le había dado los fármacos, que le habían sido suministrados por Betty, una enfermera que quería eliminarla para separarla de mí, ya que siempre ha querido que estuviéramos juntos. Ahora mismo están las dos en prisión, a la espera de juicio”. “¿¿Betty??”, gritó Kenneth. “¿¿Qué Betty?? ¿Mi mujer?”. Jorge asintió.
            “¿¿Betty es tu mujer??”, exclamé sin dar crédito. Era ya demasiada información en tan poco tiempo. Patricia estaba muerta, asesinada por Betty. Mi odiada Alicia, que se encontraba totalmente en estado de shock, era su hermana. Y Betty, que a su vez tenía algún tipo de relación con Jorge, resulta que… ¡¡era la mujer de Kenneth!! Esto era más de lo que yo podía asimilar. Mi cara de sorpresa sólo era superada por la de Pablo, que no conocía a algunas de las personas de las que se estaba hablando y que, además, se había enterado antes de otra bomba que le tocaba mucho más de cerca. “Sí, es mi mujer”, dijo Kenneth dirigiéndose a mí por primera vez desde que había llegado. “Pero llevamos separados dos años y medio. Por cierto, me alegro de verte (bueno, más bien de escucharte, aunque ya puedo volver a intuir tu figura)”.
            “¡Pero bueno!”, estalló Pablo. “¿Qué está pasando aquí? ¿Cómo se ha llegado al punto de que maten a Patricia? ¿Quién es esa tal Betty? Y, Elisa… ¿de qué conoces tú a todas estas personas?”. Kenneth intervino: “Es que, cuando nos han interrumpido, me faltaba una parte de la historia que empecé a contarle. Aunque quizás ahora prefiera contársela ella”, dijo dirigiéndose a mí. Pablo me miró con una expresión interrogante, sin dar crédito a todo lo que estaba oyendo. Yo suspiré hondo, cogí aire y por fin me decidí a decir la verdad. “Pablo”, le dije, “¿es que todavía no te has dado cuenta?”››

Foto cedida por Mari Carvajal

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