“¿Es que todavía no te has dado cuenta?”, le preguntó Elisa a Pablo. Pero aquella frase sonó diferente. La voz de Elisa ya no era la que Pablo estaba acostumbrado a oír, sino otra que le era aun más familiar si cabe. Elisa miró fijamente a los ojos de Pablo y este pudo percibir en ellos un brillo y una expresión que hacía tiempo que no veía. “¿Tú…?”, empezó a balbucear Pablo, sin atreverse a decir en voz alta lo que se le estaba pasando por la cabeza, por miedo a decir lo que era, sin duda, un disparate. “Sí, Pablo…”, fueron las palabras de la mujer que tenía delante, “soy yo, Isabel”.
“Pero… ¿cómo es posible? ¿Qué te has hecho?”. Pablo miraba atónito a Isabel y a todos los presentes, en cuyas caras no se apreciaba la más mínima sorpresa, ya que todos lo sabían. Isabel suspiró resignada y empezó a confesar: “Yo te quiero, Pablo. Siempre te he querido. Pero a partir de la boda, todo empezó a hacerse muy difícil para mí. Lo nuestro me asfixiaba, me agobiaba… me sentía prisionera, infeliz, sin posibilidades… pensaba que, a pesar de lo mucho que te quería, mi mundo se había reducido, se habían cerrado para mí un montón de oportunidades que ya no volvería a tener… y necesitaba aire, espacio… No tenía suficiente con mi vida y necesitaba vivir otras… por eso empecé a viajar más y en mis viajes hice cosas de las que no estoy orgullosa, pero que me liberaban, me hacían sentir viva… pero nunca te dejé de querer, para mí eran sólo aventuras sin importancia, sin sentimientos de por medio”. La cara de Pablo estaba desencajada, sin saber cómo reaccionar, mientras oía a Isabel, su mujer, hablar por la boca de “Elisa”, su nueva novia. “Por eso, cuando me enteré de que, durante mis viajes, te enrollabas con Patricia”, siguió Isabel, mientras Pablo bajaba la cabeza entre desconcertado y avergonzado, “mis esquemas se desmoronaron. Empecé a ver que realmente podía perderte y, una vez más, en vez de enfrentarme a mis problemas, volví a huir. Aprovechando la oferta que recibí para una reunión de negocios en Londres, intenté evadirme tomando una copa en el bar del hotel y ahí fue donde conocí a Ken. La verdad es que no sé cómo pasó, si fue por la confusión del momento o por qué, pero lo que empecé a sentir por él fue algo muy intenso y verdadero”, dijo mirando a Kenneth, que sonreía, “tanto que empecé a ir a Londres con cierta frecuencia y entonces fue cuando verdaderamente nuestra relación empezó a desbaratarse. Después vino la niña y las dudas sobre si el padre sería Ken o tú. ¿¿Te hiciste las pruebas??”, preguntó de pronto con la voz atropellada. “Sí”, respondió Pablo en un tono seco y serio, “confirmaron que soy su padre. No obstante, si este señor”, dijo mirando de reojo a Kenneth, “se las hiciera también, me quedaría más tranquilo”. “Por supuesto”, dijo Kenneth tragando saliva, sin poder ocultar cuánto le había afectado el haber vuelto a fracasar en su empeño por tener un hijo. Isabel cerró los ojos al saber que Pablo era el padre de Desirée, dio un suspiro silencioso y sonrió levemente. “Por eso estuve ocho meses sin ir a verte, Ken”, admitió Isabel tímidamente. “No quería que te dieras cuenta de mi embarazo ni supieras que quizá podías ser padre”. “Ya lo sé, Sabina”, dijo Kenneth guiñándole el ojo. “Cuando desperté del coma, Betty me lo contó todo: lo de tu falsa identidad, tu embarazo, cómo ella provocó que recibieras aquella invitación a Londres para que pudiéramos conocernos… A raíz de eso, mi actitud hacia ti empezó a cambiar, y creo que eso fue lo que hizo que lo nuestro finalmente se fuera enfriando”. “¿Fue cosa de ella?”, exclamó Isabel totalmente sorprendida. “Pero, ¿y cómo sabía ella todo eso sobre mí?”. “Ahí creo que tengo yo algo que ver”, intervino Jorge, que había permanecido callado presenciando la escena. “Fui yo el que le contaba todo a Berta… bueno, Betty… ha sido mi confidente y mejor amiga desde la universidad. Ella siempre deseó que hubiera algo más entre nosotros, pero yo nunca le hice caso… y ahora que realmente me he dado cuenta de que siempre debimos estar juntos, ella va a ir a la cárcel…”. Jorge soltó un enorme suspiro, miró hacia abajo avergonzado y siguió: “Y debo confesar que también fui yo el que contó toda esta historia a Patricia”. “Claro, por eso tú lo sabías y me chantajeabas, ¿no?”, dijo Isabel enfadada dirigiéndose a Alicia, que seguía sentada en un rincón, callada y sin parar de llorar. “Claro, ahora caigo… Alicia… tú eres la hermana de Patricia que se fue a Francia cuando vuestros padres se divorciaron… Yo te conocía, pero no te veía desde que tenías… ¿unos diez años?”. Alicia asintió tímidamente.
“Un momento, un momento…”, interrumpió Pablo, que estaba atónito ante semejante festival de confesiones. “¿Qué es eso de “Sabina”? ¿Y lo del coma? ¿Y quién es esa Betty, que ha matado a Patricia?”. “Es una larga historia”, dijo Isabel. “Después de tener a Desirée, volví a Londres y Kenneth me pidió que me casara con él. Él no sabía que yo estaba ya casada, porque yo me había hecho pasar por una azafata italiana llamada “Sabina”. Es lo que tiene desenvolverte en tantos idiomas, que te puedes inventar cualquier nacionalidad y hacerla creíble. Al negarme a casarme con él, no se lo tomó bien y discutimos. Íbamos en coche y tuvimos un accidente, del cual yo salí ilesa, pero él estuvo en coma casi un año y después quedó ciego”. “Pero ya estoy bastante mejor”, dijo Kenneth, “los médicos dicen que podría recuperar la vista totalmente en unos pocos meses. Y esa Betty de la que hablamos”, siguió dirigiéndose a Pablo, “fue mi mujer. Bueno, de hecho lo sigue siendo. Pero siempre estuvo enamorada de Jorge y el amor nos hace cometer locuras. Betty es una buena persona, pero nunca sabes cómo puede reaccionar una buena persona en una situación límite. Es enfermera y sabe bien cómo funciona el cuerpo humano y cómo hacer que deje de funcionar”.
Pablo no paraba de sacudir la cabeza, incapaz de asimilar tal sobredosis de información. “Bueno”, dijo finalmente dirigiéndose a Isabel, “todo eso está muy bien. Pero, ¿tú qué te has hecho? ¿Dónde está la Isabel que yo conocía? ¿De dónde sale Elisa? ¿Qué te ha pasado?”. Isabel miró al suelo, sin saber cómo explicarse, hasta que finalmente se armó de valor. “Creo que Kenneth lo ha dicho muy bien antes”, dijo. “El amor nos hace cometer muchas locuras. Durante el coma de Kenneth, me di cuenta de cómo había metido la pata durante todo este tiempo. De cómo había echado a perder el matrimonio con el hombre de mi vida, con la persona que siempre había querido, y cómo todo se había estropeado. Yo te había sido infiel cantidad de veces, tú estabas teniendo una aventura con Patricia, nuestra vida juntos ya no había por dónde cogerla y ni la llegada de la niña consiguió hacerla salir a flote. Por eso pensé que la única forma de volver a ser feliz contigo era empezar de cero… hacer borrón y cuenta nueva, y qué mejor forma que ser otra persona… volverte a conquistar desde el principio, para que no hubiera rencores ni resentimientos del pasado… comenzar una historia perfecta”. Pablo la escuchaba boquiabierto. “Al principio me parecía absurdo e imposible”, siguió, “pero cuando Kenneth despertó del coma y vi que había quedado ciego, me di cuenta de que semejante oportunidad no podía ser casualidad. Aprovechando su ceguera, si me hacía cambios que no fueran muy exagerados, él no se daría cuenta de nada. Además, no conocía tan bien cada rincón de mi cuerpo y de mi cara. Habíamos estado juntos sólo unas cuantas veces espaciadas en el tiempo, luego estuve ocho meses sin aparecer por su vida y después los once meses del coma. Aunque alguna que otra vez notó algo extraño, fue fácil inventarme cualquier excusa y nunca sospechó de mí, de modo que pude pasar mi convalecencia viviendo con él en Londres”. “Por eso me dijiste que te habías puesto a dieta, ¿no?”, dijo Kenneth poniéndose rojo y sintiéndose un iluso. “Sí”, admitió Isabel, “lo siento mucho, Ken. No era mi intención jugar contigo. Realmente llegué a quererte. Pero supongo que no se puede luchar contra el destino”. La cara de Kenneth reflejó una tristeza que trataba de ocultar, mientras Isabel, sintiéndose alguien despreciable por un momento, hizo una pausa en su relato, tras la cual continuó: “Fue entonces cuando lo preparé todo y me fui de casa. Durante los meses en que Ken estuvo en coma, Betty y yo nos habíamos hecho buenas amigas. Ella tenía cierto poder en el hospital, por lo que me puso en contacto con todos los profesionales necesarios para convertirme en otra persona: cirujanos plásticos, psicólogos, logopedas, foniatras… Nos inventamos que estaba huyendo de un maltratador para que los profesionales eludieran los posibles problemas éticos de lo que estaba a punto de hacer y Betty se encargó de que no hicieran más preguntas. Me hice una pequeña liposucción, para retirarme un poco de grasa que tenía en la cintura y me aumenté una talla de pecho. Me hice varios retoques en la cara: pómulos, papada, frente, nariz… y acudí a logopedas y foniatras que me enseñaron técnicas para impostar la voz, variar ligeramente el tono y el timbre, para hacerla parecer diferente. Yo siempre fui buena imitando voces, así que me inventé una voz para el personaje de Elisa, que usaba sólo cuando hablaba contigo. Estuve ensayándola varias semanas, grabándome y escuchándome con ambas voces, para ver los defectos que tenía que corregir. Finalmente, me corté un poco el pelo, me lo ricé y me lo aclaré. No quise hacerme un cambio muy radical, porque sé que a ti siempre te han gustado las morenas”. Isabel no pudo evitar sonreír ligeramente, y Pablo le correspondió. “Esa fue precisamente una de las cosas que me gustaron de Elisa”, admitió Pablo, “que me recordaba a ti”. “Mientras me recuperaba”, continuó Isabel, “empecé a contactar contigo a través del facebook. Por entonces, todavía tenía la cara un poco hinchada por la operación, por eso puse una foto distinta. Cuando pasó un tiempo prudencial, en el que Jorge no se separó de mi lado, como siempre desde que le conozco”, miró a Jorge con complicidad y este le sonrió, “ya estaba lista para que nos viéramos. Por eso me decidí a quedar contigo como Elisa, pero por el temporal de lluvia y nieve que había en toda Europa aquellos días, el avión no pudo salir de Londres. Por eso te dejé plantado. Finalmente pudimos quedar y, en aquella primera cita, fue la primera vez en mucho tiempo en que realmente disfruté estando contigo. Después, a mi vuelta a Londres, apareció Jorge diciendo que se había casado con Patricia y la situación empezó a hacerse insostenible, hasta que encontré a Patricia en la cama con Kenneth y me di cuenta de que mi estancia allí ya no tenía sentido. No tenía por qué aguantar ciertas cosas, así que volví a Málaga y me vine a vivir contigo, lo que me sirvió también para volver a estar cerca de mi hija. Es lo que más duro ha sido durante este tiempo, estar alejada de ella, por eso no te puedes hacer idea de la felicidad que supuso volver a estar en esta casa”. Isabel se dirigió por un momento a Jorge: “¿Cómo pudiste casarte con Patricia?”. “No me casé, Isabel”, respondió Jorge, para sorpresa de Isabel y de Kenneth. “Fue sólo un engaño que planeamos Patricia y yo para separaros a Pablo y a ti y que Patricia pudiera recuperarle a él y yo conseguir finalmente seducirte a ti. Un engaño del que no hay día en que no me arrepienta. Nunca debí recurrir a esas estratagemas para intentar estar contigo. Sabes lo importante que has sido siempre para mí y que lo último que querría es hacerte daño”. Isabel respiró aliviada.
Llegado este punto, Pablo estaba totalmente desquiciado y no sabía qué hacer ni qué decir. “Bueno”, dijo finalmente, “creo que estos señores ya se han puesto bastante al corriente de todos los detalles de mi vida privada, así que si no les importa, me gustaría que nos dejaran a solas a mi mujer y a mí para poder hablar en privado. Por favor, Alicia, tú también puedes irte a tu casa y tomarte el resto de la semana libre. Supongo que necesitarás tiempo para gestionar el traslado del cuerpo de tu hermana. Te agradecería que me informaras cuando sea el sepelio y no dudes en contar conmigo si necesitas cualquier cosa, lo que sea”. Alicia salió limpiándose todavía las lágrimas de los ojos y tras ella, Kenneth y Jorge, que se despidieron de Pablo e Isabel sin saber muy bien qué decir.
Cuando se quedaron solos, Pablo se quedó mirando a Isabel y le dijo: ”¿Y ahora, qué? ¿Cuál es tu intención? ¿Pretendes que haga como si no hubiera pasado nada y vivamos felices para siempre? ¿Cómo debería llamarte, Isabel o Elisa? ¿O quizás Sabina?”. Isabel bajó la cabeza avergonzada. “No espero que sea fácil”, dijo, “sé que esta historia surrealista es difícil de asimilar y no espero que corras a mis brazos, pero todo lo que he hecho ha sido porque te quiero y porque quería volver a ser feliz contigo sin lastres de culpas o rencores pasados”. “Y si esto no hubiera salido a la luz”, respondió Pablo, “¿cuál era tu intención? ¿Haberte hecho pasar por Elisa para siempre y construir nuestra vida juntos a partir de una mentira?”. Isabel se quedó callada, sin atreverse a mirar a Pablo. “Tú no eres la mujer con la que me casé. Ni siquiera te pareces a ella. Lo que ha pasado está ahí, y no puedo mirar simplemente hacia otro lado. Sé que yo tampoco he sido un santo, pero creo que esto supera cualquier pequeño desliz que yo haya podido cometer”. “Quizá no soy la mujer con la que te casaste”, contestó Isabel, “pero sí soy de la que te enamoraste e invitaste a vivir a tu casa, no lo olvides. Hace dos días estábamos juntos en esta casa y éramos felices”. “Lo siento”, dijo Pablo. “No es tan fácil. Ahora mismo no estoy preparado para vivir contigo. Esta casa es de los dos, así que uno tendrá que irse. Quédate tú si quieres, yo recogeré mis cosas”. “No, de ninguna manera”, respondió Isabel, “si alguien tiene que irse soy yo, que he sido la que ha provocado todo y ha abandonado el hogar. Ahora mismo me marcho. Déjame sólo que pase unos minutos con mi hija. Y de verdad que lo siento y me gustaría que todo hubiera pasado de otra manera”.
Isabel subió al cuarto de Desirée mientras Pablo se echaba en el sofá, aturdido por el torrente de emociones que había experimentado en las últimas horas. Cuando Isabel estaba arriba, recibió un mensaje en el móvil. Era de Kenneth y decía: “Isabel, si he venido hasta aquí ha sido para hablar contigo y no quiero irme sin hacerlo. Yo te sigo queriendo. Vuelvo a Londres mañana por la tarde. Llámame antes, por favor”.
En su teléfono se leía: “Mensaje enviado”. Kenneth se acomodó en el sillón en casa de Alicia. Esta vino y se acurrucó sobre él, que le echó cariñosamente el brazo por el hombro y la acercó hacia él.
Foto cedida por Laura Cuevas
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