“¡Empuja! ¡Empuja!”, es la palabra que se escucha a la vez en tres escenarios distintos en esa Nochebuena del 2011.
En una cárcel cerca de Londres, Betty se esfuerza por traer al mundo a su hijo, mientras Jorge le sujeta la mano y le da ánimos. Finalmente, asoma la cabeza un varón y Jorge no puede evitar que se le escape una lágrima al pensar que su primer hijo pasará sus primeros meses entre rejas. Suerte que pronto Betty será puesta en libertad y podrán vivir finalmente juntos como una familia normal. Betty coge a su niño en brazos y aprieta fuerte la mano de Jorge.
El parto de Alicia se complica, por lo que los médicos del Hospital Materno Infantil tienen que sacar a su hija por cesárea. Kenneth, que parece haber encontrado por fin la felicidad en Málaga junto a ella, no puede contener su entusiasmo cuando ve por primera vez la cara de su hija, esa que tanto tiempo llevaba esperando y que no había podido tener ni con Betty ni con Isabel. Finalmente su sueño se ha hecho realidad, y afortunadamente, ha recuperado totalmente la vista y puede asistir al nacimiento sin perderse un detalle.
A Isabel y Pablo su segundo hijo les vuelve a pillar por sorpresa. El pequeño Óscar se ha adelantado casi un mes y además parece tener urgencia por salir. Entre gritos y nervios de sus padres, el niño ve la luz por primera vez en un taxi, ante el desconcierto del taxista, que a punto está de estrellarse en más de una ocasión. Finalmente llegan al hospital, donde nada más llegar les prodigan los cuidados necesarios y les confirman que tanto la madre como el niño, que es clavadito a su padre, están en perfecto estado. Pablo sigue en el taxi. Una vez más no ha podido resistir la tensión y se ha desmayado, como ya le pasara en el alumbramiento de su primera hija. Cuando al fin llega a la habitación y puede besar a su hijo y a su mujer, lo que ninguno de los dos se imagina es que en la habitación de al lado Kenneth y Alicia acaban también de ser padres.
Tres meses después, cuando Betty es puesta en libertad y se traslada a vivir con Jorge, lo celebran con una barbacoa en su casa a la que invitan a las otras dos parejas. Así pues, se reúnen por primera vez Isabel y Pablo, Alicia y Kenneth, y Jorge y Betty, con sus respectivos hijos. Mientras celebran que, después de numerosas calamidades, el amor ha triunfado y todos son felices con sus familias, todos sonríen y se miran con complicidad unos a otros, sabiendo que esa felicidad quizás no sería tal si se conocieran algunas cosas que seguramente sea mejor seguir manteniendo en secreto.
“Tu niño es precioso”, le dijo Jorge a Isabel dos meses antes en su consulta, a la que ella seguía acudiendo como paciente. “¿Sabes que Betty y yo también hemos tenido un hijo? ¡Qué ganas tengo de que salga libre y se vengan a vivir aquí!”. “Me alegro mucho de que puedas ser feliz con ella”, dijo Isabel. “Pensar que entre nosotros podía haber algo lo único que hacía era perjudicarte. Porque estaba claro que lo nuestro era imposible. ¿Verdad?”. “Sí”, dijo Jorge. “Ahora me doy cuenta de que aquello no tenía sentido. ¡Qué tontería! Pensar que tú y yo…”. Y sin decir nada más, los dos se fundieron en un apasionado beso, tras el cual Jorge vio cumplido lo que siempre había soñado: acostarse con Isabel por primera vez… aunque no fue la última.
“Bueno”, dijo Kenneth mientras ponía su firma en el papel que tenía delante, “pues con esto ya estamos legalmente divorciados. Me alegro de que Jorge y tú vayáis a casaros. ¡Enhorabuena!”. “Gracias”, respondió Betty. “Ya sólo falta que pueda salir de aquí pronto para poder ser felices juntos fuera”. “¿Sabes?”, dijo Kenneth. “Eres la primera persona a la que se lo digo, todavía no lo sabe nadie, pero Alicia está embarazada. Por fin voy a poder tener un hijo”. “¿En serio?”, contestó entusiasmada Betty. “¡Qué bien! ¡Cuánto siento que las cosas entre nosotros no salieran bien! Eres una buena persona, Ken, y te mereces lo mejor”. “Tú tampoco mereces estar aquí”, dijo Kenneth, “la vida da demasiadas vueltas y pone a las buenas personas donde no merecen, pero al final todo vuelve al sitio donde debe estar, ya lo verás”. Betty sonrió y agachó la cabeza. Kenneth se acercó a ella y puso lentamente sus labios en los de su ya ex-esposa. Al fin y al cabo, fue su primer amor, el que dicen que nunca se olvida.
“¿Quién llamará a la puerta a las doce de la noche?”, se dijo Alicia, que estaba a punto de irse a dormir. Kenneth había ido unos días a Londres, ya que todavía le quedaban algunos asuntos por arreglar de su bufete de allí. Al abrir, vio a Pablo. Este se sorprendió al ver a Alicia abrir la puerta llevando sólo unas braguitas y una camiseta de tirantas. “¿Qué haces tú aquí?”, dijo Alicia. “Perdona que venga tan tarde”, dijo Pablo nervioso, “espero no haberte despertado. Es que Óscar no para de llorar y se me han acabado los pañales. Isa está de viaje y no sé dónde habrá una farmacia de guardia. ¿Tú no tendrías algunos para prestarme?”. “Anda, tonto, ven”, dijo ella sonriendo mientras le conducía al dormitorio, donde tenía la cuna con la niña. “Pero no hagas ruido, acaba de quedarse dormida”. Mientras seguía a Alicia, Pablo no podía dejar de mirar cómo sus nalgas se contoneaban arriba y abajo al andar, de modo que no se dio cuenta y tropezó con un sonajero que había en el suelo. Al oír el ruido, Alicia se dio la vuelta justo a tiempo para que Pablo, que agitaba los brazos como loco para tratar de mantener el equilibrio, cayera de bruces sobre ella, tirándola al suelo y quedando con la cara totalmente insertada en el escote de ella. Cuando Pablo levantó la cabeza y la miró, ambos estallaron en carcajadas y pasó lo que Alicia había deseado desde el día en que conoció a Pablo. “Bueno”, dijo Alicia riendo y guiñándole el ojo cuando Pablo se iba, “cuando quieras puedes volver. También tengo chupetes de sobra”.
Una semana después del entierro de Patricia, mientras Kenneth estaba mudándose y trayendo sus cosas a la casa de Alicia, se cruzó con Isabel por el pasillo. “¡Hola!”, le dijo, “me quedé esperando tu llamada antes de irme a Londres. ¿No viste mi mensaje?”. “Sí”, dijo Isabel, “pero no creía que fuera buena idea. He vuelto con Pablo, ¿sabes?”. “Ah, ¿sí?”, contestó Kenneth, “yo también estoy ahora con Alicia”. “Sí, ya os vi en el entierro”, dijo Isabel. “Anda, pasa”, propuso Kenneth, “te invito a un café y charlamos un rato. Alicia no está en casa. Y no es justo que nos llevemos mal. Hay muchas cosas que quedan por aclarar entre nosotros y… al fin y al cabo, vamos a ser vecinos, ¿no?”. Isabel aceptó a regañadientes, pero consideró que realmente se debían una conversación tranquila en la que zanjar varios asuntos. “Yo te quise de verdad, Ken”, dijo Isabel tras tres cafés, cinco magdalenas y casi dos horas de charla. “Lo mío contigo no fue ningún capricho. Pienso que fue un espejismo que en aquel momento necesitaba, pero la persona de la que estoy enamorada desde niña es Pablo. Espero que lo comprendas”. “Lo comprendo perfectamente”, respondió Kenneth, “y sé que debe ser así. Yo también intuyo que con Alicia me va a ir muy bien. Estoy empezando a sentir por ella cosas que nunca había sentido. Pero eso no impide que podamos ser buenos vecinos, ¿no? ¿Amigos?”. Y, abriendo los brazos, la citó en un cariñoso abrazo al que ella respondió y al que siguió un apasionado beso, tras el cual dejaron los cafés y siguieron la “conversación” en el dormitorio.
“¡Por que esta barbacoa sea la primera de muchas celebraciones juntos!”, exclamó Jorge al brindar para despedirse de los otros. “¡Y que siempre sigamos siendo amigos y estando tan unidos como ahora!”. “Lo estaremos, seguro que sí”, pensaron todos mientras hacían chocar sus copas.
Epílogo
Comienzos del verano de 2012. Isabel se arregla para su cita. No es la primera que tiene desde que se dio de alta en la página de contactos “tumedianaranja.com”, pero no puede evitar tener siempre ese gusanillo en el estómago, como si fuera la primera vez. Sabe que, pase lo que pase, será un simple divertimento que la mantendrá viva, y que no afectará a su matrimonio con Pablo, el padre de sus dos hijos, al que quiere con locura. Esta vez ha quedado con un tal Víctor, con el que ha hablado un montón de veces por internet y con el que sabe que congeniará bien, pero no ha podido saber cómo es físicamente, ya que a Víctor, al igual que a ella, no le gusta poner foto en su perfil. Ambos prefieren que las posibles “amistades” se dejen llevar por la personalidad y no por el físico. Sólo sabe que le reconocerá porque irá vestido con un pantalón vaquero y una camisa de color salmón.
Pablo aparca el coche a dos manzanas y se dirige andando hacia el bar en el que ha quedado con Beatriz. Es una zona muy céntrica y no es tan fácil aparcar cerca. Mientras camina, piensa en cómo será la chica con la que ha quedado. La conoció a través de una página de citas en internet y lo que sabe de las veces que han chateado es que le cae muy bien y que es una mujer muy alegre y simpática. Según se acerca, empieza a ponerse un poco nervioso ante la incertidumbre. Finalmente llega y se sienta junto a la barra, donde han quedado. Ha llegado un poco antes de tiempo, así que se pide una cerveza. Cuando llegue ella, sabe que la reconocerá por un vestido de flores y un bolso rojo.
A los cinco minutos, Pablo ve aparecer a Isabel en el bar. ¡Vaya! ¿Qué hará justo ahí su mujer? Ya no le da tiempo a marcharse sin que le vea, así que tendrá que inventarse algo. “¿Pablo?”, dice Isabel al llegar. “¿Qué haces tú aquí?”. “He quedado con una compañera del trabajo para que me dé unos documentos que necesito”, contesta Pablo. “¿Y tú?”. “Pues yo…”, responde Isabel mientras piensa a toda velocidad una excusa creíble, “he quedado con unos amigos para…”. De pronto, ambos se quedan mirándose. Él lleva unos vaqueros y una camisa salmón y ella, un vestido de flores y un bolso rojo. Isabel, entonces, abriendo los ojos como platos, exclama: “¡¿Tú no serás… Víctor?!”. “¡¿Beatriz?!”, dice Pablo. Y los dos comienzan a reírse. “Encantada de conocerte, Víctor”, dice Isabel. “Encantado de conocerte, Beatriz”, dice Pablo.
Y es que hay personas que están hechas la una para la otra, a pesar de todo. Hay tantas formas de ser feliz como personas, no hay una receta para la felicidad. Cada uno la vive de una manera distinta y lo importante es, una vez que la has encontrado, disfrutarla, porque no es probable que llame a tu puerta dos veces si se la cierras la primera. Los cuentos con príncipes azules, sapos encantados y finales felices donde todos comen perdices están muy bien, pero son sólo cuentos. El amor es caprichoso, muy caprichoso, y cada pareja es diferente a todas las demás. Por eso, si encuentras a la persona que te hace feliz, no la dejes escapar, por mucho que no parezca tu príncipe o tu princesa de cuento, por muy distintos que seáis, por mucho que creas que no va contigo, aunque pienses que pegáis menos que unas sandalias con calcetines.
Muchas gracias a tod@s l@s que habéis participado en SCC enviando vuestras fotos.