Sandalias Con Calcetines

Sandalias Con Calcetines

domingo, 13 de marzo de 2011

Capítulo 19

            ‹‹¿Por qué nos complicamos tanto la vida para ser felices? ¿Por qué el amor es tan caprichoso? Nos empeñamos en enamorarnos de quien no nos hace caso y en cambio, despreciamos a quienes lo darían todo por nosotros. Con lo fácil que sería encontrar a tu media naranja desde el primer momento y que ella pensara lo mismo. ¡Pero en qué pocos casos sucede así…!
            Hasta que conocí a Isabel, no había querido realmente a nadie. Cuando ella apareció, empecé a encontrarle un sentido a mi vida. Un sentido que no ha hecho, sin embargo, más que traerme complicaciones, dificultades y sufrimiento. Aquí estoy ahora, dos años y medio después, en el mismo punto de nuestra relación (es decir, yo intentándolo y ella rechazándome), pero a dos mil kilómetros de mi casa, en Londres, en casa de un desconocido y fingiendo estar casado con una mujer que hace unos meses no conocía y que ahora… ¡está muerta! ¿Se puede ser más patético? Pues sí, porque así y todo, sigo arrastrándome.
            Hace dos noches, mientras Patricia aprovechaba para seducir a Kenneth, Isabel y yo tuvimos una interesante conversación. “¿Cómo has podido casarte con esta arpía, Jorge?”, me dijo. “Esa mujer me ha quitado todo lo que tenía y todo lo que era. Se ha adueñado de mi vida, me ha robado a mi marido, me ha separado de mi hija. Y ahora pretende separarme también de ti, que eres lo único que me queda. Mi mejor amigo, el único en el que puedo confiar, que conoces toda mi vida, mis secretos mejor guardados, el único que me aconseja. Si tú también me faltas, no podría soportarlo, me quedaría definitivamente sola. Tú eres el que me hace mantener un hilo de cordura y saber quién soy, sin volverme completamente loca en medio de esta pantomima que he ido creando y que ha ido creciendo tanto que se me ha escapado de las manos y está a punto de devorarme”. Al oír aquellas palabras, a punto estuve de mandarlo todo a tomar viento y decirle la verdad, que no estaba casado con Patricia, pero finalmente decidí mantener el engaño y perder simplemente la dignidad, que al fin y al cabo, ya la tenía bajo mínimos. “Isabel”, le dije finalmente, “sabes que eres la persona que más he querido y quiero, la que da sentido a mi vida y me mantiene luchando en medio de este sinsentido en que se ha convertido mi vida. Si tú quieres, yo dejo a mi mujer y paso el resto de mi vida contigo. ¡Vámonos lejos de todo esto, tú y yo solos, donde nadie nos conozca y donde podamos empezar de cero!”. Y diciendo esto, me abalancé sobre ella y le di un beso en los labios. Pero ella rápidamente adelantó las manos y me separó bruscamente, volviendo la cara. “¡No, Jorge!”, me dijo empezando a llorar. “No me lo hagas más difícil. Tú ya sabes lo que yo siento. Sabes que Kenneth me hace feliz… bueno, o me hacía, porque ahora ya no sé lo que siento. A lo mejor fue todo un espejismo, para huir de mi infelicidad con Pablo. Pero ahora veo que esa infelicidad es la que me hace feliz. Tú sabes todo lo que he hecho para volver a estar con él. Y ahora que el plan está en marcha y va según lo previsto, no puedo echarme atrás… ¡no quiero echarme atrás! Tengo que llegar hasta el final, pero ya no puedo seguir aquí. Esto me asfixia, me ahoga. Yo te necesito, Jorge. Contigo he llegado hasta aquí y sin ti no sé si puedo seguir sola. Pero no me pidas más. Yo te quiero muchísimo, pero sólo como a un amigo”.
            No sé si alguna vez les han dicho esa frase, pero les aseguro que es lo peor que te puede decir la persona a la que quieres. Hasta entonces, me había hecho a la idea de que Isabel no estaba enamorada de mí, pero siempre había seguido ahí, intentándolo, esperando que algún día ella cambiara de opinión y realmente viera en mí lo que yo veía en ella. Pero aquella vez ya no pude más. Estaba harto de esperar, de pisotear mi dignidad y arrastrarme, de seguir ayudándola a luchar por otros hombres que no eran yo. Y mi reciente escarceo con Patricia me dio la fuerza necesaria para ponerme en mi sitio. “¡No!”, le grité, “ya está bien. Se ha acabado la amistad. Tú sabes bien lo que siento y lo que quiero, así que si no puedes dármelo, lo mejor será que te olvides para siempre de mí. No cuentes con que te siga ayudando. ¡Hasta aquí hemos llegado!”.
            Isabel se quedó callada. Creo que fue la primera vez que vi en ella esa mirada perdida. Era una mezcla de miedo, tristeza, rabia, impotencia… parecía una niña pequeña que hubiera perdido a su madre en los grandes almacenes y estuviera a punto de estallar en llanto. Rápidamente, me arrepentí de lo que acababa de decir, pero ya era tarde. Isabel se levantó con una determinación que nunca le había visto y me dijo: “Pues si eso es lo que quieres, muy bien. Serás responsable de lo que pase a partir de ahora. ¡Hasta nunca!”, y salió de la habitación dando un portazo. Yo fui corriendo detrás de ella, sin poder perdonarme lo que acababa de hacer, y cuando llegamos al dormitorio principal, encontramos a Patricia en la cama con Kenneth. El resto de la historia ya lo conocen. Ahora Patricia está muerta, todos somos sospechosos y yo no puedo parar de pensar si Isabel habrá tenido algo que ver y si yo he tenido alguna responsabilidad en ello.
            Esta es mi primera noche fuera de la casa de Kenneth. Estoy en un hotel a las afueras de Londres, atormentado por mis fantasmas, así que he llamado a la que, desde mi infancia, ha sido mi único apoyo en los momentos malos. Mi mejor amiga, Berta, la única que me comprende y me apoya, haga lo que haga. La que conoce todos mis secretos y toda mi historia con Isabel. Hace ya muchos años que me confesó que estaba enamorada de mí y que lo dejaría todo si yo la aceptaba, aunque yo nunca le he dado opción, por lo que ha hecho su vida por su cuenta, pero aún así sigue siendo la persona más valiosa en mi vida. ¿Les suena la historia? Sí, como les he dicho, el amor es caprichoso, nunca quieres lo que tienes ni puedes tener lo que quieres, y así pasas la vida, con lo fácil que sería ser felices…
            Cuando llegó al hotel, le conté a Berta todo lo que había pasado y ella me aconsejó sin juzgarme, como siempre hacía. Yo tampoco la juzgaba. Ella estaba casada, pero llevaba tres años teniendo una aventura con otro hombre, también casado y con hijos. “Sabes que me pasa lo mismo que a ti, Jorge. Siempre he buscado la felicidad, pero no la he encontrado, ni en mi matrimonio con Kenneth ni en mi relación con Patrick. Porque el único que puede hacerme feliz eres tú. ¿Por qué no dejamos de buscar fuera lo que nunca vamos a encontrar? Nosotros estamos hechos el uno para el otro”. Por primera vez pensé que quizás tenía razón, así que, cuando ella me besó, yo no la rechacé. “¿Estás segura de que esto no es un error, Berta?”, le pregunté. “Déjate llevar y no pienses”, me respondió, “y no me llames Berta, que sabes que no me gusta. Desde que vine a Londres, todos me llaman Betty”.››
Foto cedida por Uno Que Llega

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