‹‹Cuando oímos el grito de la asistenta, tanto Jorge como yo acudimos rápidamente a la habitación en la que el cuerpo de Patricia yacía sin vida en la cama. Al llegar, Jorge dio un desgarrador alarido: “¡¡Nooo, Isabel!!”. “¿Qué sucede?”, pregunté yo al llegar. “¿Qué está pasando? ¿Y quién es Isabel?”. “¡La señora Patricia, señor Kenneth!”, dijo la empleada de hogar. “He entrado a arreglar la habitación y la he visto en la cama. Pensaba que estaba durmiendo, pero la he visto muy pálida, la he observado bien y… ¡no respira! ¡Creo que está muerta!”. “¿Cómo?”, exclamé sin poder creer lo que oía. “Susan, por favor, llame inmediatamente a urgencias y retírese a su habitación, la avisaré si necesitamos de su presencia”.
Cuando Susan se fue, me quedé a solas en la habitación con Jorge, que parecía haber enmudecido, pero seguía allí parado. Lo sé porque en los últimos días había empezado a mejorar mi visión, y aunque no distinguía bien los objetos ni las personas, distinguía figuras y colores e intuía bastante bien lo que tenía a mi alrededor. “¿Qué has hecho, desgraciado?”, le grité a Jorge. “¡Has matado a tu mujer!”. “Yo no he sido, Kenneth, te lo juro”, me respondió casi llorando. “Soy el primer sorprendido con esto”. “¿Cómo quieres que te crea?”, le dije. “Desde que llegasteis a mi casa, Patricia y tú no habéis parado de mentirme. Incluso Sabina me ha estado engañando. No sé en qué, pero cuando a uno le falla un sentido, se le agudizan todos los demás, entre ellos el sexto, y hace un tiempo que noto a Sabina diferente, como esquiva, asustada, no es la misma persona de quien me enamoré”. “Hay muchas cosas que no sabes”, me dijo Jorge. “¡Pues ahora mismo me las vas a contar!”, le ordené. “¡Y me vas a decir toda la verdad! ¿Crees que no te oí discutir con Patricia en vuestra habitación la otra noche, después de que nos encontrarais juntos? ¿Y que no me di cuenta cuando el otro día la sorprendimos discutiendo con Sabina? ¿Me vas a decir que no la has matado por acostarse conmigo? Entonces, ¿quién lo ha hecho? ¿Y cómo? ¿Y por qué al verla has gritado el nombre de una tal Isabel? ¿Quién es?”. “Siéntate”, me dijo Jorge, “y déjame que te cuente. Ya estoy harto de guardar secretos y que las cosas me vayan cada vez peor”.
Jorge me contó todo: empezó diciéndome que Sabina no se llamaba realmente así, sino Isabel, y que no era una azafata italiana, sino una empresaria española. Me habló de su insatisfacción personal y sus trastornos psicológicos que le hacían inventarse otras personalidades y hacerse pasar por personajes inventados que sólo existían en su mente, y me contó cómo conmigo parecía haber sentado la cabeza. No obstante, me contó que estaba casada y tenía una hija, que fue concebida en la época en que empezó a estar conmigo, por lo que había serias dudas sobre su paternidad. Aquello me descolocó totalmente. ¡Podía ser que tuviera una hija y no tenía ni idea! Me explicó también cómo había conocido él a Isabel y que desde el principio había estado locamente enamorado de ella, cómo la acompañó cuando se trasladó a Londres conmigo y cómo, cuando supo que Patricia siempre había deseado todo lo que tenía Isabel (especialmente a su marido Pablo), contactó con ella y le propuso el plan de fingir que se habían casado para dar celos a Isabel y que finalmente se fijara en él, a cambio de ayudarle después a conseguir a Pablo. Me habló del extraordinario parecido de Patricia con Isabel, debido al cual había gritado el nombre de esta al ver el cadáver. Y finalmente me contó también el secreto mejor guardado de Isabel: el de su operación, así como el interesante contenido de su conversación con ella la noche en que Patricia se coló en mi cama por primera vez. Yo escuché con gran atención todo lo que me contaba, sin poder dar crédito a muchas de las cosas que me decía y fingiendo sorpresa en otros casos, pues algunas de estas confidencias ya las conocía.
En aquel momento, llegó la ambulancia con la policía. Tras confirmar que, efectivamente, Patricia estaba muerta y escudriñar la habitación, tomaron muestras, interrogaron a todos los presentes (Susan, Jorge y yo) y se llevaron el cuerpo de Patricia para practicarle la autopsia (cuyo resultado, que conocimos unos días después, fue que había muerto por una sobredosis de medicamentos). Cuando la policía se marchó, le dije a Jorge que, después de haberme mentido y sin saber con seguridad qué le había pasado a Patricia, no podía seguir ofreciéndole mi casa, así que le conminé a buscar un hotel. Cuando se marchó, lo primero que hice fue telefonear a Betty, la enfermera que me había atendido durante el coma, y le expliqué lo que había sucedido con Patricia y todo lo que me había contado Jorge. “Pero Betty”, le dije, “me has fallado. Hay una cosa que no me habías contado”.
A partir de aquel día, puse todas mis energías en encontrar a Sabina (o mejor dicho, a Isabel). ¿Dónde se habría ido? ¿Sería ella la que había dado las pastillas a Patricia o fue ella misma quien se suicidó? ¿Sería mía su hija? Había tantas cosas que le tenía que preguntar y tantas cosas que ella no sabía de mí… Si tan sólo imaginara que el día que nos conocimos en el hotel, yo no estaba allí por casualidad…››
Foto cedida por Nuria García
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