‹‹Hay quien dice que todo ocurre por algún motivo, nada pasa por casualidad. Cualquier acción tiene una consecuencia directa o indirecta y todo lo que hacemos repercute en los demás y en nosotros mismos, antes o después.
Otros afirman que el futuro está escrito, estamos predestinados. Es decir, lo que tiene que ocurrir, ocurrirá inevitablemente, y nuestras relaciones con los que nos rodean están escritas; hagamos lo que hagamos y queramos o no, no hay forma de cambiar esos acontecimientos. Esto no deja de ser paradójico, ya que entra en confrontación con el libre albedrío del ser humano, según el cual las personas tenemos la libertad de elegir y tomar nuestras propias decisiones. Los defensores de la paradoja de la predestinación justifican esto sosteniendo que, si bien somos libres de tomar nuestras decisiones y obtener así distintos resultados o acontecimientos en función de las mismas, estas elecciones y comportamientos nuestros están también ya escritos, por lo que, si bien lo que ocurra dependerá de las opciones que vayamos tomando, todas estas decisiones y, por tanto, sus resultados, están ya predeterminados desde el principio de los tiempos.
Existe otra teoría que afirma que entre todos nosotros, entre cada pareja de personas elegidas al azar entre todos los individuos que poblamos la Tierra, hay sólo seis grados de separación. Esto quiere decir que si elegimos al azar a dos personas de cualquier parte del mundo, podemos establecer una relación entre ellos mediante una cadena de conocidos formada por un máximo de cinco eslabones; en otras palabras, que el mundo es un pañuelo.
Finalmente, hay quienes dicen que cada uno de nosotros tenemos a nuestra media naranja, una persona con la cual conectamos perfectamente a todos los niveles, nuestra pareja ideal, aquella con la que deberíamos pasar el resto de nuestra vida una vez que la encontramos. Lo que no te dicen es cómo saber cuándo la has encontrado. Hay veces que tienes que exprimir un cesto lleno de medios limones antes de encontrar a tu media naranja, y otras en que la encuentras antes siquiera de empezar a buscar. Y en cualquier caso, hay veces que la encuentras pero no la reconoces, y te empeñas en seguir buscando, sin saber que lo que necesitas lo tienes delante de tus ojos, llegando incluso a dejar que se escape por tontas inseguridades, recelos o desconfianzas o por una búsqueda irracional de la perfección, cuando lo que debemos hacer no es buscar a la persona perfecta, sino buscar la perfección en la persona que tenemos al lado. No obstante, es difícil saber cuándo has dado con tu otra mitad, porque el hecho innegable es que todas las relaciones de pareja que tenemos a lo largo de nuestra vida acaban antes o después; todas, menos la última. Lo que pasa es que, cada vez que empezamos una relación seria, lo hacemos pensando que esa va a ser la última. Pero no siempre acertamos.
Y si cogen todas estas teorías y otras más que ustedes quieran, las ponen en una coctelera, la agitan bien y sirven la mezcla bien fría y con una sombrillita, obtendrán mi vida.
Mi media naranja se llamaba Isabel; o al menos eso pensaba yo. Nos conocimos de pequeños y pronto supimos que estábamos hechos el uno para el otro y que nuestro destino era estar juntos. Tan seguros estábamos que, hace algo más de cinco años, nos casamos. Y ese fue el principio del fin de nuestra relación. Por mi vida pasó después Patricia, que fue simplemente una vía de escape para evadirme de las ausencias, no sólo físicas, de Isabel. Pero fue una mala idea, un medio limón. Isabel se fue y me dejó con nuestra hija, y lo de Patricia acabó porque no podía ser de otra forma. Ahora he encontrado a Elisa y por ella estoy empezando a sentir algo muy especial. Pienso que a lo mejor no fue casualidad que lo mío con Isa saliera mal. Quizás tenía que pasar para que la conociera a ella. Puede que sea Elisa la mujer de mi vida, aunque hay momentos en que recuerdo a Isa y los buenos momentos que compartimos durante tantos años y se me derrumba todo. No me la puedo quitar de la cabeza y la recuerdo cada día. Suerte que luego veo a Elisa y puedo volver a sonreír.
Hoy ha sido un día especialmente duro e intenso en ese aspecto, porque además sabía que Elisa no me estaría esperando al llegar, ya que tenía previsto un viaje para una reunión de trabajo. Lo que no entraba en mis planes es que, al llegar, Alicia, la chica que tengo empleada en casa, me sorprendiera con un masaje y empezara a besarme. Al principio me desconcertó y quise evitarla, pero finalmente no pude evitar sucumbir a sus mimos, pese a saber que era otro error más a añadir a la lista. Suerte que, en aquel momento, pegaron a la puerta.
Ella dio un respingo y saltó del sofá, arreglándose la ropa. “Esto no ha pasado, ¿de acuerdo, Alicia?”, le dije mientras me dirigía a la puerta. Al abrir, un desconocido con la mirada perdida y acento inglés me preguntó: “ ¿Está Isabel?”. “¿Perdón?”, dije yo. “Isabel lleva meses sin venir. ¿Quién es usted?”. “Me llamo Kenneth Wallace. ¿Puedo pasar?”. “Adelante”, le dije, no sin cierto recelo. “Alicia, ¿puedes subir a cuidar de la niña y dejarnos solos?”. “¿La niña?”, exclamó Kenneth. “¿Es la hija de Isabel? ¿Puedo verla? Bueno, se habrá dado cuenta de que no veo bien, estoy empezando a recuperar la vista. Pero me encantaría acercarme a ella. Le contaré antes quién soy”.
Aquel hombre me contó que era la actual pareja de Isabel, aunque las cosas no les habían ido muy bien últimamente. Me explicó cómo la había conocido y cómo Isabel se había dedicado a recorrer el mundo inventándose personalidades y teniendo aventuras con cantidad de hombres. Me dijo que todo esto lo sabía porque su mujer, de la que estaba separado, era una buena amiga de Jorge, mi psicólogo, que por lo visto mantenía una extraña relación también con Isabel (cosa que yo ignoraba completamente, hasta ahora). Comentó que Isabel estaba viviendo con él nada menos que en Londres y cómo, en las recientes navidades, Jorge y Patricia se habían alojado en su casa fingiendo estar casados. Dijo también que acababa de saber que Isabel había tenido una hija y que pensaba que podía ser él el padre, a lo que yo le respondí que, tras hacer las pruebas correspondientes, había quedado demostrado que el padre de Desirée era yo. Aquello hizo que su expresión se ensombreciera, ya que por lo visto llevaba muchos años deseando un hijo que nunca llegaba. Por último, para rematar el estado de shock en que me encontraba ante tal cantidad de noticias, me contó que estaba buscando a Isabel porque había desaparecido y era una de las sospechosas del asesinato de Patricia, que había aparecido muerta por sobredosis de fármacos.
Al oír esto último, Alicia, que había estado escuchando todo desde el pasillo, salió horrorizada: “¿Qué Patricia está muerta?”, gritó derrumbándose y llorando. Extrañado, le pregunté: “¿Qué hacías escuchando? ¿Y de qué conocías tú a Patricia?”. “¿Qué de qué la conocía?”, gritó. “Patricia era mi hermana”.
En ese momento, se abrió la puerta y se pudo oír a Elisa, que volvía diciendo: “Cariño, ya estoy en casa. Se ha suspendido la reunión”. Cuando Elisa entró al salón y vio a Kenneth, su cara se descompuso y tan sólo acertó a dar media vuelta y volverse a ir dando un portazo, sin mediar palabra.››
Foto cedida por Belén Miranda