Sandalias Con Calcetines

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domingo, 27 de marzo de 2011

Capítulo 21

            ‹‹Hay quien dice que todo ocurre por algún motivo, nada pasa por casualidad. Cualquier acción tiene una consecuencia directa o indirecta y todo lo que hacemos repercute en los demás y en nosotros mismos, antes o después.
Otros afirman que el futuro está escrito, estamos predestinados. Es decir, lo que tiene que ocurrir, ocurrirá inevitablemente, y nuestras relaciones con los que nos rodean están escritas; hagamos lo que hagamos y queramos o no, no hay forma de cambiar esos acontecimientos. Esto no deja de ser paradójico, ya que entra en confrontación con el libre albedrío del ser humano, según el cual las personas tenemos la libertad de elegir y tomar nuestras propias decisiones. Los defensores de la paradoja de la predestinación justifican esto sosteniendo que, si bien somos libres de tomar nuestras decisiones y obtener así distintos resultados o acontecimientos en función de las mismas, estas elecciones y comportamientos nuestros están también ya escritos, por lo que, si bien lo que ocurra dependerá de las opciones que vayamos tomando, todas estas decisiones y, por tanto, sus resultados, están ya predeterminados desde el principio de los tiempos.
Existe otra teoría que afirma que entre todos nosotros, entre cada pareja de personas elegidas al azar entre todos los individuos que poblamos la Tierra, hay sólo seis grados de separación. Esto quiere decir que si elegimos al azar a dos personas de cualquier parte del mundo, podemos establecer una relación entre ellos mediante una cadena de conocidos formada por un máximo de cinco eslabones; en otras palabras, que el mundo es un pañuelo.
Finalmente, hay quienes dicen que cada uno de nosotros tenemos a nuestra media naranja, una persona con la cual conectamos perfectamente a todos los niveles, nuestra pareja ideal, aquella con la que deberíamos pasar el resto de nuestra vida una vez que la encontramos. Lo que no te dicen es cómo saber cuándo la has encontrado. Hay veces que tienes que exprimir un cesto lleno de medios limones antes de encontrar a tu media naranja, y otras en que la encuentras antes siquiera de empezar a buscar. Y en cualquier caso, hay veces que la encuentras pero no la reconoces, y te empeñas en seguir buscando, sin saber que lo que necesitas lo tienes delante de tus ojos, llegando incluso a dejar que se escape por tontas inseguridades, recelos o desconfianzas o por una búsqueda irracional de la perfección, cuando lo que debemos hacer no es buscar a la persona perfecta, sino buscar la perfección en la persona que tenemos al lado. No obstante, es difícil saber cuándo has dado con tu otra mitad, porque el hecho innegable es que todas las relaciones de pareja que tenemos a lo largo de nuestra vida acaban antes o después; todas, menos la última. Lo que pasa es que, cada vez que empezamos una relación seria, lo hacemos pensando que esa va a ser la última. Pero no siempre acertamos.
Y si cogen todas estas teorías y otras más que ustedes quieran, las ponen en una coctelera, la agitan bien y sirven la mezcla bien fría y con una sombrillita, obtendrán mi vida.
Mi media naranja se llamaba Isabel; o al menos eso pensaba yo. Nos conocimos de pequeños y pronto supimos que estábamos hechos el uno para el otro y que nuestro destino era estar juntos. Tan seguros estábamos que, hace algo más de cinco años, nos casamos. Y ese fue el principio del fin de nuestra relación. Por mi vida pasó después Patricia, que fue simplemente una vía de escape para evadirme de las ausencias, no sólo físicas, de Isabel. Pero fue una mala idea, un medio limón. Isabel se fue y me dejó con nuestra hija, y lo de Patricia acabó porque no podía ser de otra forma. Ahora he encontrado a Elisa y por ella estoy empezando a sentir algo muy especial. Pienso que a lo mejor no fue casualidad que lo mío con Isa saliera mal. Quizás tenía que pasar para que la conociera a ella. Puede que sea Elisa la mujer de mi vida, aunque hay momentos en que recuerdo a Isa y los buenos momentos que compartimos durante tantos años y se me derrumba todo. No me la puedo quitar de la cabeza y la recuerdo cada día. Suerte que luego veo a Elisa y puedo volver a sonreír.
Hoy ha sido un día especialmente duro e intenso en ese aspecto, porque además sabía que Elisa no me estaría esperando al llegar, ya que tenía previsto un viaje para una reunión de trabajo. Lo que no entraba en mis planes es que, al llegar, Alicia, la chica que tengo empleada en casa, me sorprendiera con un masaje y empezara a besarme. Al principio me desconcertó y quise evitarla, pero finalmente no pude evitar sucumbir a sus mimos, pese a saber que era otro error más a añadir a la lista. Suerte que, en aquel momento, pegaron a la puerta.  
Ella dio un respingo y saltó del sofá, arreglándose la ropa. “Esto no ha pasado, ¿de acuerdo, Alicia?”, le dije mientras me dirigía a la puerta. Al abrir, un desconocido con la mirada perdida y acento inglés me preguntó: “y quise evitarla, pero finalmente no pude evitar sucumbir a sus mimos, pese a saber que era otro error mpartimos dura¿Está Isabel?”. “¿Perdón?”, dije yo. “Isabel lleva meses sin venir. ¿Quién es usted?”. “Me llamo Kenneth Wallace. ¿Puedo pasar?”. “Adelante”, le dije, no sin cierto recelo. “Alicia, ¿puedes subir a cuidar de la niña y dejarnos solos?”. “¿La niña?”, exclamó Kenneth. “¿Es la hija de Isabel? ¿Puedo verla? Bueno, se habrá dado cuenta de que no veo bien, estoy empezando a recuperar la vista. Pero me encantaría acercarme a ella. Le contaré antes quién soy”.
Aquel hombre me contó que era la actual pareja de Isabel, aunque las cosas no les habían ido muy bien últimamente. Me explicó cómo la había conocido y cómo Isabel se había dedicado a recorrer el mundo inventándose personalidades y teniendo aventuras con cantidad de hombres. Me dijo que todo esto lo sabía porque su mujer, de la que estaba separado, era una buena amiga de Jorge, mi psicólogo, que por lo visto mantenía una extraña relación también con Isabel (cosa que yo ignoraba completamente, hasta ahora). Comentó que Isabel estaba viviendo con él nada menos que en Londres y cómo, en las recientes navidades, Jorge y Patricia se habían alojado en su casa fingiendo estar casados. Dijo también que acababa de saber que Isabel había tenido una hija y que pensaba que podía ser él el padre, a lo que yo le respondí que, tras hacer las pruebas correspondientes, había quedado demostrado que el padre de Desirée era yo. Aquello hizo que su expresión se ensombreciera, ya que por lo visto llevaba muchos años deseando un hijo que nunca llegaba. Por último, para rematar el estado de shock en que me encontraba ante tal cantidad de noticias, me contó que estaba buscando a Isabel porque había desaparecido y era una de las sospechosas del asesinato de Patricia, que había aparecido muerta por sobredosis de fármacos.
Al oír esto último, Alicia, que había estado escuchando todo desde el pasillo, salió horrorizada: “¿Qué Patricia está muerta?”, gritó derrumbándose y llorando. Extrañado, le pregunté: “¿Qué hacías escuchando? ¿Y de qué conocías tú a Patricia?”. “¿Qué de qué la conocía?”, gritó. “Patricia era mi hermana”.
En ese momento, se abrió la puerta y se pudo oír a Elisa, que volvía diciendo: “Cariño, ya estoy en casa. Se ha suspendido la reunión”. Cuando Elisa entró al salón y vio a Kenneth, su cara se descompuso y tan sólo acertó a dar media vuelta y volverse a ir dando un portazo, sin mediar palabra.››

Foto cedida por Belén Miranda

lunes, 21 de marzo de 2011

Capítulo 20

            ‹‹Cuando ingresé en la Facultad de Enfermería, estaba dispuesta a que mi vida fuera un ejemplo de entrega a los demás, de sacrificio y ayuda a todo el que me necesitara. Y ha sido así en parte, pero en otras no tanto. Aquella tarde de junio de 1996 en que estaba estudiando en la Biblioteca General de la Universidad de Málaga, cambió mi vida. Hay tantas historias de amor que han empezado en las mesas, en los pasillos, en la entrada de esta biblioteca… tantas historias que te impedían fijar la vista en los libros y que hacían que tus ojos y tus pensamientos estuvieran en otro sitio… todo el mundo iba allí a estudiar, pero el porcentaje del tiempo que realmente se dedicaba a esto era el menor… yo pensaba que la mía era una de estas historias.
Jorge estaba estudiando Psicología y tenía aquella semana el último examen de la carrera. Nos conocimos junto a la máquina dispensadora de chocolatinas que había en el hall, en uno de los múltiples “descansos” que todos hacíamos en el estudio. La máquina se acababa de tragar sus últimas monedas y la chocolatina se había quedado atascada, así que estaba dándole golpes, bastante enfadado. “Espera, tengo un truco”, le dije, acercándome. Trasteé un poco por la parte trasera de la máquina, la desenchufé y la volví a enchufar, de modo que la golosina cayó en la bandeja y él la pudo coger. “Vaya, veo que más vale maña que fuerza. ¿Cómo te llamas?”, me preguntó. “Berta”, le contesté. Y desde aquel día supe que estaba delante del hombre de mi vida.
Lástima que él no parecía pensar lo mismo. Aquella semana coincidimos más veces en la biblioteca, nos intercambiamos los teléfonos y empezamos a quedar. Él aprobó su examen y se convirtió en un estupendo psicólogo. Tras aquel verano, yo acabé también la carrera y al poco empecé a trabajar como enfermera. Nos seguimos viendo como amigos y, pasados unos meses, yo intenté un acercamiento mayor, pero él me dijo que no sentía lo mismo que yo, aunque valoraba mucho mi amistad y no quería perderme. Yo me tuve que conformar. Volví a intentarlo en varias ocasiones, pero el resultado fue siempre el mismo, así que tuve que resignarme a tenerlo como amigo, si no quería perderlo por completo. Pero nunca he dejado de estar enamorada de él.
Al cabo de dos años, se me acabó el contrato en el Hospital Materno Infantil de Málaga y me quedé sin trabajo. Elena, una amiga que trabajaba en Londres, me convenció para que me fuera allí con ella y buscara trabajo, y como nada me retenía en España, lo hice. Allí empecé una nueva vida. La vieja “Berta” murió y nació la nueva “Betty”. Al poco, conocí a un abogado, Kenneth, empezamos a salir y, en enero del 2000, nos casamos. Fuimos felices bastantes años, pero yo seguía pensando de vez en cuando qué hubiera sido de mi vida si me hubiera quedado con Jorge. Él me consideraba su mejor amiga y nos seguíamos llamando muy a menudo. Me contaba todas sus cosas y me visitaba en Londres de vez en cuando. Nunca llegó a tener una relación estable con nadie, pero cuando yo le insinuaba que lo nuestro hubiera podido funcionar, siempre me decía que no, que nosotros sólo debíamos ser amigos.
Con el tiempo, mi matrimonio con Ken se fue resintiendo. Cada vez estábamos más distantes, los hijos no venían, aunque lo intentábamos, y la relación se fue deteriorando. Hasta que en 2007, comencé a escondidas una relación con Patrick Stinson, el Jefe de Cirugía del hospital donde trabajaba. Él estaba casado y tenía dos hijos, pero su matrimonio era también un fracaso y juntos recuperamos la pasión y la ilusión que a los dos nos faltaba. Pero aquello no era más que una cortina de humo, yo seguía sin poder olvidar a Jorge.
En el verano de 2008, Jorge me llamó y me soltó la bomba: “He conocido a la mujer de mi vida”, me dijo. “Se llama Isabel y es la mujer de un paciente mío, pero su matrimonio no va a durar. Ella viaja constantemente y le es infiel con otros hombres. Estoy seguro de que, si me lo propongo, al final acabará conmigo”. En aquel momento, vi claro que no podía seguir mirando para otro lado. Aquello me dolió en el corazón como una puñalada y decidí que tenía que poner de nuevo todos los medios posibles para que Jorge se diera cuenta de que con quien debía estar era conmigo. Le confesé a Kenneth mi aventura con Patrick y me fui de su casa, mudándome con mi amiga Elena, que seguía soltera. Kenneth lo comprendió, porque en el fondo tampoco estaba a gusto con lo nuestro, así que nos separamos, pero hasta el día de hoy ninguno hemos hablado de pedir el divorcio, de hecho mantenemos una buena amistad. Yo sigo mi historia esporádica con Patrick y eso me ha abierto muchas puertas profesionalmente. Él está loco por mí y yo realmente me he aprovechado un poco de que él no quiere de ninguna manera que su mujer y sus hijos se enteren de lo nuestro, para ir alcanzando pequeños logros en mi carrera a cambio de mi silencio y de seguir a su lado.
Pues bien, como decía, cuando Jorge conoció a Isabel, yo asumí que debía hacer algo. Investigué sobre la vida de esta mujer, me enteré de dónde trabajaba y, como mi marido, Ken, estaba invitado ese mes a la presentación de un libro en Londres y yo sabía por Jorge que a ella le gustaba mucho viajar, usé mis influencias en el hospital para conseguir que Isabel recibiera, de parte de una importante empresa farmacéutica, una cita en el hotel donde era la presentación para una charla de negocios en la que establecer unas posibles relaciones comerciales con la empresa de Isabel. Una vez allí, fui para asegurarme de que Isabel y Ken se conocieran, pero no hizo falta. Nada más entrar en el hotel, él se dirigió hacia donde ella estaba y ella se encargó de echarle el lazo rápidamente. Mi plan funcionó a la perfección, porque ambos se enamoraron a primera vista, con lo que ya tendría vía libre con Jorge, que seguramente desistiría de su empeño y se olvidaría de ella. O al menos eso pensé yo, pero nada más lejos de la realidad. Jorge se convirtió en la sombra de Isabel y no perdió la esperanza, seguro de que al final ella acabaría con él.
Pasó el tiempo e Isabel estuvo casi ocho meses sin dar señales de vida, tiempo en el que Ken lo pasó bastante mal (y yo también, porque sabía que ella estaba mientras cerca de Jorge). Como manteníamos una buena amistad, Ken me llamaba de vez en cuando y me contaba sus penas. Yo al principio no le contaba nada de lo que sabía, pero cuando, tras casi un año en coma a causa del accidente, finalmente despertó, sentí que estaba en deuda con él y que debía contarle la verdad. Así, le conté que su “Sabina” en realidad se llamaba Isabel, que no era una azafata italiana sino una empresaria española, que estaba casada y que, por algún tipo de trastorno de personalidad, se había convertido en una mentirosa compulsiva. Lo que no le conté fue que había tenido una hija, cuya paternidad no estaba del todo clara, ya que pensé que era demasiada información de golpe y que no era el mejor momento (más teniendo en cuenta que él siempre había deseado tener hijos). ntras él habcompulsiva. bna azafata italiana sino una empresaria española, que estaba casada y que, por algcontaba sus penas. es de vida, tiempo en el que Ken lo pasKen agradeció mi sinceridad y decidió seguir intentándolo con Isabel fingiendo que no sabía nada, porque al fin y al cabo los dos estaban enamorados, si bien le pareció que esta mujer guardaba demasiados secretos y se planteó intentar desenmascararla.
Durante el tiempo que duró el coma de Ken, Isabel iba a visitarlo y se preocupaba constantemente de su estado, lo que aproveché yo para hacerme amiga suya y así tratar de averiguar más cosas sobre ella y asegurarme de que Jorge no tenía ninguna oportunidad. Tanto me gané su confianza que me contó que, si bien su matrimonio era un fracaso, su corazón estaba dividido entre su marido y Kenneth. Desde aquel momento, en que se abrió ante mí con total sinceridad, empecé a verla como una persona frágil e infeliz a pesar de todo y me ofrecí para ayudarla en lo que estuviera en mi mano, como de hecho hice al poco tiempo.
Así pues, mi camino con Jorge parecía quedar despejado. Lo que no estaba dispuesta a soportar era que apareciera una nueva mujer en su vida. Por eso, cuando me contó que había contactado con una tal Patricia y que se había instalado con ella en casa de Ken haciéndola pasar por su mujer para dar celos a Isabel, no daba crédito a mis oídos. La gota que colmó el vaso fue cuando me dijo que había mantenido relaciones con Patricia y que estaba empezando a sentir algo por ella. Y aquello sí que no estaba dispuesta a permitirlo. Había esperado mucho tiempo y ya me había cansado. Si no era por las buenas, sería por las malas. Así que hablé con Susan, la asistenta de Kenneth, y le pagué una fuerte suma de dinero para que le disolviera en la bebida una gran cantidad de medicamentos que le proporcioné. Ahora, sin más obstáculos de por medio (Isabel desaparecida y Patricia muerta), parece que al fin Jorge va a ser mío para siempre.
Cuando ingresé en la Facultad de Enfermería, pensé que mi vida se basaría en ayudar a los demás, nunca que usaría mis conocimientos para matar a alguien, pero la vida da muchas vueltas y si el destino no te da lo que te mereces, a veces hay que darle un empujoncito.››

Foto cedida por Esposa de UnoQueLlega

domingo, 13 de marzo de 2011

Capítulo 19

            ‹‹¿Por qué nos complicamos tanto la vida para ser felices? ¿Por qué el amor es tan caprichoso? Nos empeñamos en enamorarnos de quien no nos hace caso y en cambio, despreciamos a quienes lo darían todo por nosotros. Con lo fácil que sería encontrar a tu media naranja desde el primer momento y que ella pensara lo mismo. ¡Pero en qué pocos casos sucede así…!
            Hasta que conocí a Isabel, no había querido realmente a nadie. Cuando ella apareció, empecé a encontrarle un sentido a mi vida. Un sentido que no ha hecho, sin embargo, más que traerme complicaciones, dificultades y sufrimiento. Aquí estoy ahora, dos años y medio después, en el mismo punto de nuestra relación (es decir, yo intentándolo y ella rechazándome), pero a dos mil kilómetros de mi casa, en Londres, en casa de un desconocido y fingiendo estar casado con una mujer que hace unos meses no conocía y que ahora… ¡está muerta! ¿Se puede ser más patético? Pues sí, porque así y todo, sigo arrastrándome.
            Hace dos noches, mientras Patricia aprovechaba para seducir a Kenneth, Isabel y yo tuvimos una interesante conversación. “¿Cómo has podido casarte con esta arpía, Jorge?”, me dijo. “Esa mujer me ha quitado todo lo que tenía y todo lo que era. Se ha adueñado de mi vida, me ha robado a mi marido, me ha separado de mi hija. Y ahora pretende separarme también de ti, que eres lo único que me queda. Mi mejor amigo, el único en el que puedo confiar, que conoces toda mi vida, mis secretos mejor guardados, el único que me aconseja. Si tú también me faltas, no podría soportarlo, me quedaría definitivamente sola. Tú eres el que me hace mantener un hilo de cordura y saber quién soy, sin volverme completamente loca en medio de esta pantomima que he ido creando y que ha ido creciendo tanto que se me ha escapado de las manos y está a punto de devorarme”. Al oír aquellas palabras, a punto estuve de mandarlo todo a tomar viento y decirle la verdad, que no estaba casado con Patricia, pero finalmente decidí mantener el engaño y perder simplemente la dignidad, que al fin y al cabo, ya la tenía bajo mínimos. “Isabel”, le dije finalmente, “sabes que eres la persona que más he querido y quiero, la que da sentido a mi vida y me mantiene luchando en medio de este sinsentido en que se ha convertido mi vida. Si tú quieres, yo dejo a mi mujer y paso el resto de mi vida contigo. ¡Vámonos lejos de todo esto, tú y yo solos, donde nadie nos conozca y donde podamos empezar de cero!”. Y diciendo esto, me abalancé sobre ella y le di un beso en los labios. Pero ella rápidamente adelantó las manos y me separó bruscamente, volviendo la cara. “¡No, Jorge!”, me dijo empezando a llorar. “No me lo hagas más difícil. Tú ya sabes lo que yo siento. Sabes que Kenneth me hace feliz… bueno, o me hacía, porque ahora ya no sé lo que siento. A lo mejor fue todo un espejismo, para huir de mi infelicidad con Pablo. Pero ahora veo que esa infelicidad es la que me hace feliz. Tú sabes todo lo que he hecho para volver a estar con él. Y ahora que el plan está en marcha y va según lo previsto, no puedo echarme atrás… ¡no quiero echarme atrás! Tengo que llegar hasta el final, pero ya no puedo seguir aquí. Esto me asfixia, me ahoga. Yo te necesito, Jorge. Contigo he llegado hasta aquí y sin ti no sé si puedo seguir sola. Pero no me pidas más. Yo te quiero muchísimo, pero sólo como a un amigo”.
            No sé si alguna vez les han dicho esa frase, pero les aseguro que es lo peor que te puede decir la persona a la que quieres. Hasta entonces, me había hecho a la idea de que Isabel no estaba enamorada de mí, pero siempre había seguido ahí, intentándolo, esperando que algún día ella cambiara de opinión y realmente viera en mí lo que yo veía en ella. Pero aquella vez ya no pude más. Estaba harto de esperar, de pisotear mi dignidad y arrastrarme, de seguir ayudándola a luchar por otros hombres que no eran yo. Y mi reciente escarceo con Patricia me dio la fuerza necesaria para ponerme en mi sitio. “¡No!”, le grité, “ya está bien. Se ha acabado la amistad. Tú sabes bien lo que siento y lo que quiero, así que si no puedes dármelo, lo mejor será que te olvides para siempre de mí. No cuentes con que te siga ayudando. ¡Hasta aquí hemos llegado!”.
            Isabel se quedó callada. Creo que fue la primera vez que vi en ella esa mirada perdida. Era una mezcla de miedo, tristeza, rabia, impotencia… parecía una niña pequeña que hubiera perdido a su madre en los grandes almacenes y estuviera a punto de estallar en llanto. Rápidamente, me arrepentí de lo que acababa de decir, pero ya era tarde. Isabel se levantó con una determinación que nunca le había visto y me dijo: “Pues si eso es lo que quieres, muy bien. Serás responsable de lo que pase a partir de ahora. ¡Hasta nunca!”, y salió de la habitación dando un portazo. Yo fui corriendo detrás de ella, sin poder perdonarme lo que acababa de hacer, y cuando llegamos al dormitorio principal, encontramos a Patricia en la cama con Kenneth. El resto de la historia ya lo conocen. Ahora Patricia está muerta, todos somos sospechosos y yo no puedo parar de pensar si Isabel habrá tenido algo que ver y si yo he tenido alguna responsabilidad en ello.
            Esta es mi primera noche fuera de la casa de Kenneth. Estoy en un hotel a las afueras de Londres, atormentado por mis fantasmas, así que he llamado a la que, desde mi infancia, ha sido mi único apoyo en los momentos malos. Mi mejor amiga, Berta, la única que me comprende y me apoya, haga lo que haga. La que conoce todos mis secretos y toda mi historia con Isabel. Hace ya muchos años que me confesó que estaba enamorada de mí y que lo dejaría todo si yo la aceptaba, aunque yo nunca le he dado opción, por lo que ha hecho su vida por su cuenta, pero aún así sigue siendo la persona más valiosa en mi vida. ¿Les suena la historia? Sí, como les he dicho, el amor es caprichoso, nunca quieres lo que tienes ni puedes tener lo que quieres, y así pasas la vida, con lo fácil que sería ser felices…
            Cuando llegó al hotel, le conté a Berta todo lo que había pasado y ella me aconsejó sin juzgarme, como siempre hacía. Yo tampoco la juzgaba. Ella estaba casada, pero llevaba tres años teniendo una aventura con otro hombre, también casado y con hijos. “Sabes que me pasa lo mismo que a ti, Jorge. Siempre he buscado la felicidad, pero no la he encontrado, ni en mi matrimonio con Kenneth ni en mi relación con Patrick. Porque el único que puede hacerme feliz eres tú. ¿Por qué no dejamos de buscar fuera lo que nunca vamos a encontrar? Nosotros estamos hechos el uno para el otro”. Por primera vez pensé que quizás tenía razón, así que, cuando ella me besó, yo no la rechacé. “¿Estás segura de que esto no es un error, Berta?”, le pregunté. “Déjate llevar y no pienses”, me respondió, “y no me llames Berta, que sabes que no me gusta. Desde que vine a Londres, todos me llaman Betty”.››
Foto cedida por Uno Que Llega

viernes, 4 de marzo de 2011

Capítulo 18

            ‹‹Cuando oímos el grito de la asistenta, tanto Jorge como yo acudimos rápidamente a la habitación en la que el cuerpo de Patricia yacía sin vida en la cama. Al llegar, Jorge dio un desgarrador alarido: “¡¡Nooo, Isabel!!”. “¿Qué sucede?”, pregunté yo al llegar. “¿Qué está pasando? ¿Y quién es Isabel?”. “¡La señora Patricia, señor Kenneth!”, dijo la empleada de hogar. “He entrado a arreglar la habitación y la he visto en la cama. Pensaba que estaba durmiendo, pero la he visto muy pálida, la he observado bien y… ¡no respira! ¡Creo que está muerta!”. “¿Cómo?”, exclamé sin poder creer lo que oía. “Susan, por favor, llame inmediatamente a urgencias y retírese a su habitación, la avisaré si necesitamos de su presencia”.
            Cuando Susan se fue, me quedé a solas en la habitación con Jorge, que parecía haber enmudecido, pero seguía allí parado. Lo sé porque en los últimos días había empezado a mejorar mi visión, y aunque no distinguía bien los objetos ni las personas, distinguía figuras y colores e intuía bastante bien lo que tenía a mi alrededor. “¿Qué has hecho, desgraciado?”, le grité a Jorge. “¡Has matado a tu mujer!”. “Yo no he sido, Kenneth, te lo juro”, me respondió casi llorando. “Soy el primer sorprendido con esto”. “¿Cómo quieres que te crea?”, le dije. “Desde que llegasteis a mi casa, Patricia y tú no habéis parado de mentirme. Incluso Sabina me ha estado engañando. No sé en qué, pero cuando a uno le falla un sentido, se le agudizan todos los demás, entre ellos el sexto, y hace un tiempo que noto a Sabina diferente, como esquiva, asustada, no es la misma persona de quien me enamoré”. “Hay muchas cosas que no sabes”, me dijo Jorge. “¡Pues ahora mismo me las vas a contar!”, le ordené. “¡Y me vas a decir toda la verdad! ¿Crees que no te oí discutir con Patricia en vuestra habitación la otra noche, después de que nos encontrarais juntos? ¿Y que no me di cuenta cuando el otro día la sorprendimos discutiendo con Sabina? ¿Me vas a decir que no la has matado por acostarse conmigo? Entonces, ¿quién lo ha hecho? ¿Y cómo? ¿Y por qué al verla has gritado el nombre de una tal Isabel? ¿Quién es?”. “Siéntate”, me dijo Jorge, “y déjame que te cuente. Ya estoy harto de guardar secretos y que las cosas me vayan cada vez peor”.
            Jorge me contó todo: empezó diciéndome que Sabina no se llamaba realmente así, sino Isabel, y que no era una azafata italiana, sino una empresaria española. Me habló de su insatisfacción personal y sus trastornos psicológicos que le hacían inventarse otras personalidades y hacerse pasar por personajes inventados que sólo existían en su mente, y me contó cómo conmigo parecía haber sentado la cabeza. No obstante, me contó que estaba casada y tenía una hija, que fue concebida en la época en que empezó a estar conmigo, por lo que había serias dudas sobre su paternidad. Aquello me descolocó totalmente. ¡Podía ser que tuviera una hija y no tenía ni idea! Me explicó también cómo había conocido él a Isabel y que desde el principio había estado locamente enamorado de ella, cómo la acompañó cuando se trasladó a Londres conmigo y cómo, cuando supo que Patricia siempre había deseado todo lo que tenía Isabel (especialmente a su marido Pablo), contactó con ella y le propuso el plan de fingir que se habían casado para dar celos a Isabel y que finalmente se fijara en él, a cambio de ayudarle después a conseguir a Pablo. Me habló del extraordinario parecido de Patricia con Isabel, debido al cual había gritado el nombre de esta al ver el cadáver. Y finalmente me contó también el secreto mejor guardado de Isabel: el de su operación, así como el interesante contenido de su conversación con ella la noche en que Patricia se coló en mi cama por primera vez. Yo escuché con gran atención todo lo que me contaba, sin poder dar crédito a muchas de las cosas que me decía y fingiendo sorpresa en otros casos, pues algunas de estas confidencias ya las conocía.
            En aquel momento, llegó la ambulancia con la policía. Tras confirmar que, efectivamente, Patricia estaba muerta y escudriñar la habitación, tomaron muestras, interrogaron a todos los presentes (Susan, Jorge y yo) y se llevaron el cuerpo de Patricia para practicarle la autopsia (cuyo resultado, que conocimos unos días después, fue que había muerto por una sobredosis de medicamentos). Cuando la policía se marchó, le dije a Jorge que, después de haberme mentido y sin saber con seguridad qué le había pasado a Patricia, no podía seguir ofreciéndole mi casa, así que le conminé a buscar un hotel. Cuando se marchó, lo primero que hice fue telefonear a Betty, la enfermera que me había atendido durante el coma, y le expliqué lo que había sucedido con Patricia y todo lo que me había contado Jorge. “Pero Betty”, le dije, “me has fallado. Hay una cosa que no me habías contado”.
            A partir de aquel día, puse todas mis energías en encontrar a Sabina (o mejor dicho, a Isabel). ¿Dónde se habría ido? ¿Sería ella la que había dado las pastillas a Patricia o fue ella misma quien se suicidó? ¿Sería mía su hija? Había tantas cosas que le tenía que preguntar y tantas cosas que ella no sabía de mí… Si tan sólo imaginara que el día que nos conocimos en el hotel, yo no estaba allí por casualidad…››
 
Foto cedida por Nuria García