Siempre que sean de buen gusto y que quien las recibe se ría igual que el que las gasta, las bromas son buenas. Alegran la vida, hacen reír, sirven para romper el hielo, distender y relajar el ambiente… y muchas veces pueden servir para conocer mejor a alguien. Dime qué bromas gastas y te diré quién eres. Según el sentido del humor de cada uno, hay quien acepta gustoso las bromas y quien no las tolera ni las comprende, sino que reacciona airadamente y con enfado. Hay también, sin embargo, quien hace de las bromas su modo de vida y su particular forma de relacionarse con los demás, gastándolas constantemente, sin pensar en lo afortunadas que puedan resultar para quien las sufre de un modo continuado.
Elisa Jurado tenía un talante bromista. La forma en que se presentó por primera vez ante Pablo fue mediante una broma, al hacerle pensar al entrar en el bar que su cita era con otra mujer muy distinta a ella. Sin embargo, el final de aquella broma hizo que la impresión que se llevó Pablo de ella fuera inmejorable. Tras aquel primer beso, Elisa y Pablo pidieron unas cervezas y empezaron a charlar para seguir conociéndose, más allá de lo que se habían dicho hasta el momento por internet.
“Ya tenía ganas de verte”, le dijo Pablo. “Pensaba que me ibas a dar plantón igual que el primer día. ¿Por qué lo hiciste?”. “Es que me dio miedo que me rechazaras”, respondió Elisa. “Como la foto que puse en internet no era la mía…”. “¿Y por qué hiciste eso?”, preguntó Pablo. “Eres guapísima, no tenías por qué avergonzarte de poner tu foto”. “Ya”, contestó Elisa dando a su voz un tono de seriedad, “pero es que por mi trabajo no es bueno que mi foto esté en un sitio público. Mi nombre real tampoco es Elisa Jurado, sino Ana Sánchez”. El semblante de Pablo se transformó y frunció el ceño extrañado. “¿A qué te dedicas?”, preguntó contrariado. “Verás”, continuó Elisa. “Mis amigos y yo pertenecemos a una asociación que, digamos… se encarga de que las cosas vuelvan a estar como deben estar. Hacemos limpieza, por decirlo así”. La cara de Pablo se descolocó totalmente. ¿Con qué clase de mafiosa estaba tratando? Empezó a arrepentirse de haber acudido a la cita. Elisa, sin embargo, comenzó de nuevo a reírse, para desconcierto de su interlocutor. “Hay que ver qué pardillo eres, ¿eh?”, dijo finalmente. “Te la he vuelto a colar. Cambia la cara, no soy terrorista ni asesina a sueldo ni nada de eso. Simplemente, antes estaba bastante más gorda y me avergonzaba mucho de mi físico, y por eso cuando me hice el perfil en Facebook, puse la foto de una antigua amiga que ni siquiera lo sabe. A ella no le atrae el mundo de internet. Y claro que me llamo Elisa, tonto, no te asustes. La anterior vez que quedamos no aparecí porque simplemente quería ponerte a prueba y ver si después del plantón seguías interesado por mí o no. Y me salió bien, porque aquí estás”. Tras su discurso, volvió a besar a Pablo en los labios, lo que hizo que este cambiara un poco la cara que se le había quedado con la bromita y se volviera a relajar, aunque para sus adentros pensaba que esta chica era un poco rara.
“Bueno”, dijo finalmente para cambiar de tema, “cuando me mandaste la invitación de amistad me dijiste que me conocías desde hacía tiempo. ¿De qué?”. “¿Realmente no te acuerdas de mí?”, preguntó Elisa. “Fuimos compañeros de instituto”. “¿En serio?”, dijo Pablo sorprendido. “La verdad es que hay algo en ti que me resulta familiar, pero no recuerdo haberte tenido de compañera de clase”. “¿Te acuerdas de Manolo Peña, tu compañero de pupitre en 1º y 2º de Bachiller?”. “Sí, claro”, respondió Pablo con una sonrisa en la cara al recordar a su compañero, al que siempre había apreciado mucho. “Pues soy yo, Pablo. Antes de mi operación, era un hombre. ¿Qué me dices, he ganado con el cambio?”. A Pablo se le iban a salir los ojos de las órbitas. “Jaaa, jajajajaja…”, volvió a reír Elisa, “me decepcionas, Pablito. Te lo tragas todo, ¿eh? Fuimos al mismo instituto pero estuvimos en distintas clases. A mí ya me gustabas entonces, y cuando por internet busqué gente de nuestro “insti” y te encontré, quise volver a contactar contigo”. Pablo ya no sabía qué pensar. La verdad es que él también era amante de las bromas, pero Elisa estaba llegando a desconcertarle. “Bueno, anda”, concluyó Elisa, “acábate esa cerveza y vámonos por ahí a cenar, ¿te apetece?”.
Tras una animada cena en la que siguieron conociéndose y bromeando, ya sin sobresaltos, Pablo invitó a Elisa a tomarse la última copa en su casa, invitación que ella aceptó encantada. “Tienes la casa muy bien decorada y muy arregladita. No parece la casa de un hombre que vive solo”. “Bueno, realmente la decoración es más cosa de mi mujer. Nos hemos separado hace poco, aunque las cosas iban mal desde hacía tiempo. Y la limpieza es básicamente mérito de Alicia, una chica que tengo empleada para que me eche una mano con las cosas de la casa”. “Ah, no sabía que estabas casado”, dijo Elisa aparentando sorpresa. “Sí, bueno, es una larga historia. Ya te la contaré. Espérame un momento, por favor, tengo que ir al servicio”, dijo Pablo dejándola en el sofá del salón, “He bebido mucho. Enseguida vuelvo”. Cuando se quedó sola, Elisa subió las escaleras y buscó en los dormitorios hasta dar con el de la pequeña Desirée. Cuando estaba inclinándose sobre la cuna, apareció Pablo que volvía del baño. “¿Elisa? ¿Qué haces ahí?”. “Perdona”, dijo Elisa, “es que escuché ruido y pensé que te pasaba algo o me habías llamado. ¡Tienes una hija! Eres una cajita de sorpresas. ¿Cuántas cosas más me quedan por saber de ti?”. “Pues creo que no tantas como a mí sobre ti”, respondió Pablo medio en broma y medio en serio. “Ja, ja…”, rió Elisa poniéndole ojos de complicidad, “pues si me enseñas tu dormitorio, te dejo que me preguntes lo que quieras. No te pensarás que soy una psicópata que viene a secuestrar a tu niña, ¿verdad?”, dijo cogiéndole de la mano.
Pablo entró tras ella en su habitación sintiéndose afortunado de haber encontrado a alguien con quien parecía congeniar tan bien. Pero lo malo de los bromistas es que suelen ser artistas del engaño y de la mentira y nunca puedes estar seguro de si te hablan en broma o en serio.
Foto cedida por Sebastián Molina
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