Según el Diccionario de la RAE, la “envidia” es la tristeza o pesar del bien ajeno y la emulación o deseo de algo que no se posee. De la “ambición” dice que es el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. La ambición y, sobre todo, la envidia son los principales defectos de los ladrones de vidas. Son personas que no son capaces de apreciar lo bueno que la vida les ha dado y se sienten fracasadas, piensan que lo único que merece la pena es lo que tienen los demás y no se dan cuenta de que quizás están haciendo de menos y dejando escapar tesoros mucho más preciados que les han sido entregados. Ponen toda su voluntad, su interés y sus esfuerzos en conseguir lo que los demás poseen y que a ellos les ha sido negado (o al menos, eso creen ellos). Pero como su afán y su modo de vida es conseguir aquello que no tienen, una vez que lo consiguen, lejos de alcanzar la felicidad y la serenidad, siguen insatisfechos y desasosegados, ya que ambicionan otras cosas que ahora tienen aquellos a los que ellos expoliaron, despreciando ya aquello que les costó tanto conseguir y dejando a su paso un rastro de “cadáveres” despojados de su ser y de su haber, de aquello que más querían y que se pierde en el desprecio de lo que fue importante para alguien y acaba vagando en el olvido de los que tanto lo ambicionaron.
Patricia era una experta ladrona de vidas. No sólo había deseado siempre ser como Isabel, sino que había hecho todo lo posible para ello. Había estudiado lo mismo, había conseguido un puesto de trabajo similar al suyo en su misma empresa e incluso, aprovechando que su estatura y estructura corporal era similar a la de ella, había intentado tener el máximo parecido físico posible con ella, haciéndose siempre sus mismos peinados, imitando su estilo al vestir… hasta que consiguió arrebatarle a su marido e incluso ser una especie de “madre postiza” para su hija. Por eso, al serle arrebatado esto cuando Pablo se enteró de sus argucias y la rechazó, echándola de su lado, todos sus esfuerzos se centraron en volver a recuperar la vida por la que siempre había luchado, y si por el camino seguía arrebatándole cosas a la agraciada con el dudoso honor de ser objeto de su enfermiza admiración, mejor.
“¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?”, le preguntó Isabel cuando por fin pudo quedarse a solas con ella. Desde que se había enterado, hacía más de un año, de que Pablo la engañaba con ella, Isabel no había vuelto a hablar con Patricia ni a verla, hasta ahora. Y nada menos que se volvían a encontrar en Londres, viniendo ella como la esposa de Jorge, su mejor amigo y confidente desde hacía años, y encima tenía que aguantar que se alojaran en su propia casa, aprovechándose de la hospitalidad de Kenneth, ignorante de todas las tramas que se enmarañaban a su alrededor. “¿No tuviste bastante con quitarme a Pablo?”, siguió preguntando Isabel. “¿Tienes que venir ahora aquí a seguirme haciendo la vida imposible? ¿Y casada… con Jorge? ¿Cómo le has conocido? ¿De dónde sale tanto disparate junto?”. “Pablo me dejó por tu culpa”, gritó Patricia muy enfadada. “Éramos felices las dos. Tú tenías tus aventuras por ahí cada vez que querías y yo disfrutaba a Pablo mientras tú le dejabas solo”. Isabel quedó totalmente impactada con la noticia. No sabía que Pablo había roto con Patricia, y no pudo evitar sentir un vuelco en su corazón y una tranquilidad y alegría desbordantes, que a punto estuvieron de dibujarle una sonrisa allí mismo delante de Patricia. Es cierto que estaba enamorada de Kenneth, pero en ningún momento Pablo había salido de sus planes de futuro, porque al fin y al cabo seguía siendo el gran amor de su vida, si bien la relación estaba tan deteriorada que era necesario un cambio de 180 grados para que lo suyo volviera a funcionar. “Pero no podías quedarte conforme”, siguió Patricia tremendamente molesta. “Tenías que echarte un amante inglés y venirte a vivir con él. Y tenías que dejar a Pablo, para romper su rutina, en la que yo había conseguido hacerme un sitio con tanto esfuerzo”. “Pero, ¿con qué derecho vienes a reclamarme nada, después de haberme quitado a mi marido, mi casa… mi vida?”, respondió Isabel. “Que sepas que ahora yo vivo aquí con Kenneth y no voy a consentir que estés bajo mi mismo techo… y menos con Jorge, que es una buena persona y no sé con qué artimañas habrás conseguido engañarle para que se case contigo. Mañana mismo te quiero fuera de esta casa”. “Eso ya lo veremos”, respondió Patricia. “No sé si Kenneth diría lo mismo si supiera que estás casada y que tienes una hija que quién sabe si no es suya”. En ese momento, se oyó a Kenneth y Jorge volver charlando animadamente después de haber estado tomando una copa junto a la chimenea, así que ambas mujeres se callaron. Isabel sintió la impotencia de ver que, de momento, Patricia la tenía a su merced, pero no importaba… el tiempo ponía a todo el mundo en su lugar y ya tendría oportunidad de devolver cada cosa al sitio que le correspondía.
Isabel también era a su forma una ladrona de vidas. Siempre había tenido una vida que muchas chicas de su edad, incluso compañeras suyas, habrían envidiado, pero nunca había estado totalmente satisfecha con nada. Le parecía que nada de lo que había conseguido había sido por propia voluntad suya, sino por decisiones de otros. Eso (y el “empujoncito” que le diera Patricia el día de su boda) fue lo que le hizo emprender una aventura en la que se inventó multitud de nuevas identidades, con las que pudo desarrollar personalidades totalmente opuestas a la suya y tener amantes por todo el mundo, viviendo todas las vidas que nunca pudo tener por verse atrapada en lo que para ella era una vida sin alicientes suficientes. Hasta que conoció a Kenneth y su aventura se trastocó, ya que por él empezó a sentir algo especial.
Todas estas confidencias las compartió durante los meses en que Kenneth estuvo en coma en el hospital con Betty, la enfermera jefe que se encargaba de su cuidado y que se convirtió en una buena amiga para Isabel, con la que se desahogaba mientras esperaba pacientemente a que Ken abriera un ojo o hiciera algún movimiento. Claro que no en vano congeniaron tan bien, ya que Betty era otra ladrona de vidas. Estaba casada, pero ello no era suficiente para ella, por lo que llevaba tres años viviendo una secreta aventura con el Jefe de Cirugía del hospital, también casado y con hijos. Esto había dado a Betty una categoría dentro del hospital insólita para una enfermera, con un poder mayor al de muchos médicos. Hacía y deshacía lo que quería y se sentía libre para tomar las decisiones que le apetecían (siempre desde la sombra, ya que era una relación clandestina, pero se sentía arropada en cada petición que hacía a la directiva del centro hospitalario). “Te comprendo muy bien”, dijo en cierta ocasión Betty a Isabel, “porque yo también sé lo que es tener el corazón dividido entre dos relaciones que te hacen feliz. Pero no te preocupes, te puedo proporcionar la solución perfecta a tus problemas. Déjalo de mi cuenta”. “Muchas gracias”, respondió Isabel, “sabía que podía contar contigo”.
Jorge y Patricia no estaban realmente casados, era sólo una artimaña para que ambos lograran sus propósitos. Pero para mantener las apariencias, tuvieron que compartir habitación en casa de Kenneth. Esto, unido al tremendo parecido físico de Patricia e Isabel (el eterno amor platónico de Jorge), hizo que pronto ocurriera lo inevitable. “Ha estado genial”, dijo Patricia a Jorge después de su primera vez. “¿Y la tonta de Isabel se ha estado perdiendo esto desde que te conoce?”. Jorge sonrió complacido, más aún porque en su interior se sentía como si se hubiera acostado con Isabel y eso le hacía estar especialmente satisfecho. En ese momento, alguien pegó a la puerta de la habitación de invitados y Jorge acudió a abrir. Era Isabel, que decía necesitar la ayuda profesional de Jorge y recurrió a su larga amistad para pedirle una charla personal a pesar de que era bastante tarde. “Espérame en el salón”, dijo Jorge, “bajo en cinco minutos”. Tras disculparse con Patricia, Jorge se vistió y bajó a hablar con Isabel. A Patricia, que tenía de todo menos sueño y vio en esta su gran oportunidad, se le ocurrió algo. Sigilosamente, entró en la habitación de Kenneth, se quitó la bata y se metió en la cama. “Por fin llegas, Sabina”, dijo Kenneth. “Te estaba esperando. Ha sido un día largo, ¿verdad?”. “Sssshhh…”, fue lo único que dijo Patricia mientras empezaba a besarle por el cuello antes de que se entregaran a la pasión.
Es lo que tienen los ladrones de vidas, que nunca tienen suficiente y cuando consiguen algo, piensan ya en su próximo botín. Pero ese siguiente logro no suele ser tampoco el que les satisfaga definitivamente.
Foto cedida por Sonia Rubí
No hay comentarios:
Publicar un comentario