Sandalias Con Calcetines

Sandalias Con Calcetines

domingo, 30 de enero de 2011

Capítulo 15

            ‹‹Al principio todo estaba oscuro. Había mucha agua y estaba pegajoso, y apenas me podía mover. Por más que daba patadas, nada. Las paredes cada vez se venían más cerca de mí, hasta que llegó a ser agobiante. Menos mal que un día por fin empezó a verse un poco de luz, y allá que me fui como pude. Saqué primero la cabeza, porque era lo que más cerca tenía de la luz, y con un poco de trabajo conseguí salir entera, pero la luz era demasiado fuerte y además me cogieron como si fuera un salchichón, y no contentos con eso, uno empezó a darme de tortas en el culo… total, que me puse a llorar, que una tiene su carácter, pero también su corazoncito y esas no son formas de presentarse.

            En fin, a lo que vamos… que ahí fue donde los conocí. Creo que les dicen “adultos” y los hay de muchas clases. Aquel día, la mayoría estaban con la boca y la nariz tapadas; claro, después de cómo me habían tratado, seguro que se avergonzaban, o no querían que me quedara con sus caras. Y allí estaban también los dos que me llevaron a su casa: él se cayó redondo al suelo al poco de empezar yo a salir a la luz y le empezaron a dar golpes en la cara, igual que me habían hecho a mí en el culo, que digo yo… ¿esas personas lo solucionan todo igual? Por lo visto sí. Pero este adulto no lloró como yo… bueno, al menos en ese momento, que después sí le he visto llorar muchas veces, y me da pena, porque se le ve noblote y buena gente, al menos conmigo es quien más tiempo pasa y se porta muy bien. La otra adulta que vivía conmigo era la que me había tenido encerrada varios meses en el cuarto oscuro ese de las humedades, que no sé por qué… a ver qué le habría hecho yo a ella… además, luego parecía muy buena y me trataba muy bien. Me parece que él se llama “Papá” y yo soy su hija. Lo sé porque hace poco vino un día como loco a mi cuna, me cogió en brazos, empezó a darme besos y a decirme: “¡Eres mi hija! ¡Ahora sí puedo estar seguro de que eres mi hija!”. Que digo yo que antes también lo sería, pero es que hay cosas de los adultos que no llego a entender. Ella se llamaba “Mamá”, pero ahora que estaba aprendiendo a decirlo, cogió y se fue, que hace que no la veo un montón ya. ¿Se habrá enfadado conmigo porque le mordía demasiado fuerte en los globos? Es que salía un líquido blanco (creo que se llama “leche”), que estaba muy rico, a mí me encantaba. Ahora me lo dan en un frasco al que le dicen “bibe” y que se muerde igual, pero a mí no me engañan, no es lo mismo.
            Para vuestra información, hay dos clases de adultos: los que tienen globos y los que no. A los que tienen globos les dicen “mujeres”, me parece, y a los otros, “hombres”. Y hay muchos más adultos con globos que sin ellos… al menos en mi casa se ven muchos más. Yo antes dormía junto a Papá y Mamá. Bueno, ellos unas veces dormían y otras no sé qué hacían, porque antes de dormir se quitaban la ropa (que en verano lo entiendo, pero en invierno yo no sé en qué piensan estos adultos) y luego se movían mucho, yo creo que luchaban, ya que parecía como si les doliera, gritaban y todo… pero luego acababan y tan contentos, no se curaban las heridas ni nada. Bueno, eso al principio, las primeras semanas, porque después ya sólo dormían. Y lo de luchar lo hacía Papá con otras adultas con globos que empezaron a venir. Había una que venía siempre cuando no estaba Mamá, una tal “Patricia”, pero esa no me caía bien, estaba siempre como de mal humor. Muchas veces me cogía y me achuchaba y quería ser como Mamá, pero no le salía, no era tan guay. Además, a esta no le salía nada de los globos, que probé yo una vez y qué va. ¿Pues no chilló y todo, la tía borde? Pero a Papá sí que le dejaba, aunque yo creo que por más que lo intentaba tampoco conseguía beber nada, y si bebía algo no debía gustarle, porque, según decía a veces Papá, esta adulta le ponía “de mala leche”. Supongo que estaría caducada. Ahora parece que lleva un tiempo sin venir por casa y yo me alegro, porque no me gusta esa señora.
            Ahora no sé dónde está Mamá. Al principio estaba siempre conmigo, pero luego se iba sin decirme nada y no aparecía hasta unos días después, pero cada vez tardaba más, y Papá estaba mientras como triste… bueno, menos cuando luchaba en la cama con “la borde”, que era el único momento en que parecía contento. Mamá también subía a veces a mi cuarto con un adulto sin globos que no era Papá, cuando él no estaba. Creo que Mamá le decía “Jorge”, pero casi todo el rato lo que hacían era hablar. Sólo una vez él intentó quitarle la ropa a Mamá y empezó a decirle no sé qué al oído, creo que quería luchar con ella como hacía Papá, pero ella le dijo que no, que eran buenos amigos y que era mejor que siguieran así. Él dijo que no le importaba, pero por la cara que puso no sé yo si era verdad o no.
            Ahora ya no duermo en el cuarto de Papá y Mamá, me han trasladado a otro, pero estoy al lado y me entero de todo. Ya paso menos tiempo sola. Antes me iba mucho con los “Yayos”, que son varios y los hay también con globos y sin globos. Son como los adultos, pero están más estropeados, llenos de arrugas y les cuesta mucho hacer todo… yo creo que es que están cansados, o que son mucho más tranquilos, porque cuando me quedo con ellos a dormir, ellos no luchan ni nada, se quedan fritos del tirón. Parecen buenas personas y me quieren mucho. Ahora los veo menos porque Papá me lleva a un sitio que creo que se llama “guarde”, que está chulo, hay más niños como yo y juego con ellos, y unas adultas que me cuidan mucho. También tienen globos, pero no me dejan que se los muerda, deben querer la “leche” esa para ellas solas.
            En mi nuevo cuarto, duermo con otra adulta con globos, menos los fines de semana, que se va a su casa. Se llama Alicia y no parece mala, aunque aquí nunca se sabe, porque todo el mundo sabe más de lo que dice. A mí me trata muy bien, y a Papá también. Le mira mucho, pero cuando él le habla se le pone la cara roja a veces, no sé por qué. Últimamente se la ve más triste, desde que ha llegado otra adulta con globos que está todo el rato con Papá y lucha con él un rato largo todas las noches, no veas si hacen ruido. Papá llevaba mucho tiempo durmiendo solo, hasta que ha llegado esta última, que creo que se llama Elisa. Ella es muy buena conmigo también, pero con Alicia no parece llevarse muy bien. El otro día no estaba Papá en casa y estaban las dos en mi cuarto, pero no parecían contentas, se gritaban mucho. Elisa le dijo a Alicia algo de que le había sido muy útil, pero que no le pusiera el ojo encima a Papá o tendría que irse, y dijo que ya no había sitio para dos mujeres en la casa, cosa que me extrañó bastante, porque allí estaban las dos y todavía sobraba espacio. El caso es que Alicia le dijo que ella había llegado antes y que más valía que no la buscara si no quería encontrarla (creo que es que iban a jugar al escondite) y amenazó a Elisa con contarle a Papá lo que sabía, que no sé qué sería, pero debía ser gordo, porque Elisa se irritó bastante. La verdad es que no sé bien qué pensar de esta tal Elisa. Por un lado, tiene un no sé qué que me gusta, huele muy bien y me quiere mucho, parece como si me conociera de toda la vida. Pero por otro lado hace cosas muy raras y se comporta de forma distinta según con quién esté.
En fin, que los adultos son muy raros y muy complicados, no hablan claro y no se sabe nunca por dónde te van a salir, yo no me fío de ellos. A mí todo el mundo parece que me quiere mucho, pero siempre tienen cosas mejores que hacer que estar conmigo. Y eso que me llamaron Desirée, que dice la “yaya” que quiere decir “deseada”. Pero bueno, después de un año y medio aquí sigo, en medio de sus secretos, sus luchas en la cama, sus discusiones y sus idas y venidas. Entre lo que me cuidan y lo que me cuido yo, sobrevivo. Ellos piensan que no me entero de nada, pero ¡qué equivocados están!.››
Foto cedida por MCL

sábado, 22 de enero de 2011

Capítulo 14

            Siempre que sean de buen gusto y que quien las recibe se ría igual que el que las gasta, las bromas son buenas. Alegran la vida, hacen reír, sirven para romper el hielo, distender y relajar el ambiente… y muchas veces pueden servir para conocer mejor a alguien. Dime qué bromas gastas y te diré quién eres. Según el sentido del humor de cada uno, hay quien acepta gustoso las bromas y quien no las tolera ni las comprende, sino que reacciona airadamente y con enfado. Hay también, sin embargo, quien hace de las bromas su modo de vida y su particular forma de relacionarse con los demás, gastándolas constantemente, sin pensar en lo afortunadas que puedan resultar para quien las sufre de un modo continuado.
            Elisa Jurado tenía un talante bromista. La forma en que se presentó por primera vez ante Pablo fue mediante una broma, al hacerle pensar al entrar en el bar que su cita era con otra mujer muy distinta a ella. Sin embargo, el final de aquella broma hizo que la impresión que se llevó Pablo de ella fuera inmejorable. Tras aquel primer beso, Elisa y Pablo pidieron unas cervezas y empezaron a charlar para seguir conociéndose, más allá de lo que se habían dicho hasta el momento por internet.
            “Ya tenía ganas de verte”, le dijo Pablo. “Pensaba que me ibas a dar plantón igual que el primer día. ¿Por qué lo hiciste?”. “Es que me dio miedo que me rechazaras”, respondió Elisa. “Como la foto que puse en internet no era la mía…”. “¿Y por qué hiciste eso?”, preguntó Pablo. “Eres guapísima, no tenías por qué avergonzarte de poner tu foto”. “Ya”, contestó Elisa dando a su voz un tono de seriedad, “pero es que por mi trabajo no es bueno que mi foto esté en un sitio público. Mi nombre real tampoco es Elisa Jurado, sino Ana Sánchez”. El semblante de Pablo se transformó y frunció el ceño extrañado. “¿A qué te dedicas?”, preguntó contrariado. “Verás”, continuó Elisa. “Mis amigos y yo pertenecemos a una asociación que, digamos… se encarga de que las cosas vuelvan a estar como deben estar. Hacemos limpieza, por decirlo así”. La cara de Pablo se descolocó totalmente. ¿Con qué clase de mafiosa estaba tratando? Empezó a arrepentirse de haber acudido a la cita. Elisa, sin embargo, comenzó de nuevo a reírse, para desconcierto de su interlocutor. “Hay que ver qué pardillo eres, ¿eh?”, dijo finalmente. “Te la he vuelto a colar. Cambia la cara, no soy terrorista ni asesina a sueldo ni nada de eso. Simplemente, antes estaba bastante más gorda y me avergonzaba mucho de mi físico, y por eso cuando me hice el perfil en Facebook, puse la foto de una antigua amiga que ni siquiera lo sabe. A ella no le atrae el mundo de internet. Y claro que me llamo Elisa, tonto, no te asustes. La anterior vez que quedamos no aparecí porque simplemente quería ponerte a prueba y ver si después del plantón seguías interesado por mí o no. Y me salió bien, porque aquí estás”. Tras su discurso, volvió a besar a Pablo en los labios, lo que hizo que este cambiara un poco la cara que se le había quedado con la bromita y se volviera a relajar, aunque para sus adentros pensaba que esta chica era un poco rara.
“Bueno”, dijo finalmente para cambiar de tema, “cuando me mandaste la invitación de amistad me dijiste que me conocías desde hacía tiempo. ¿De qué?”. “¿Realmente no te acuerdas de mí?”, preguntó Elisa. “Fuimos compañeros de instituto”. “¿En serio?”, dijo Pablo sorprendido. “La verdad es que hay algo en ti que me resulta familiar, pero no recuerdo haberte tenido de compañera de clase”. “¿Te acuerdas de Manolo Peña, tu compañero de pupitre en 1º y 2º de Bachiller?”. “Sí, claro”, respondió Pablo con una sonrisa en la cara al recordar a su compañero, al que siempre había apreciado mucho. “Pues soy yo, Pablo. Antes de mi operación, era un hombre. ¿Qué me dices, he ganado con el cambio?”. A Pablo se le iban a salir los ojos de las órbitas. “Jaaa, jajajajaja…”, volvió a reír Elisa, “me decepcionas, Pablito. Te lo tragas todo, ¿eh? Fuimos al mismo instituto pero estuvimos en distintas clases. A mí ya me gustabas entonces, y cuando por internet busqué gente de nuestro “insti” y te encontré, quise volver a contactar contigo”. Pablo ya no sabía qué pensar. La verdad es que él también era amante de las bromas, pero Elisa estaba llegando a desconcertarle. “Bueno, anda”, concluyó Elisa, “acábate esa cerveza y vámonos por ahí a cenar, ¿te apetece?”.
Tras una animada cena en la que siguieron conociéndose y bromeando, ya sin sobresaltos, Pablo invitó a Elisa a tomarse la última copa en su casa, invitación que ella aceptó encantada. “Tienes la casa muy bien decorada y muy arregladita. No parece la casa de un hombre que vive solo”. “Bueno, realmente la decoración es más cosa de mi mujer. Nos hemos separado hace poco, aunque las cosas iban mal desde hacía tiempo. Y la limpieza es básicamente mérito de Alicia, una chica que tengo empleada para que me eche una mano con las cosas de la casa”. “Ah, no sabía que estabas casado”, dijo Elisa aparentando sorpresa. “Sí, bueno, es una larga historia. Ya te la contaré. Espérame un momento, por favor, tengo que ir al servicio”, dijo Pablo dejándola en el sofá del salón, “He bebido mucho. Enseguida vuelvo”. Cuando se quedó sola, Elisa subió las escaleras y buscó en los dormitorios hasta dar con el de la pequeña Desirée. Cuando estaba inclinándose sobre la cuna, apareció Pablo que volvía del baño. “¿Elisa? ¿Qué haces ahí?”. “Perdona”, dijo Elisa, “es que escuché ruido y pensé que te pasaba algo o me habías llamado. ¡Tienes una hija! Eres una cajita de sorpresas. ¿Cuántas cosas más me quedan por saber de ti?”. “Pues creo que no tantas como a mí sobre ti”, respondió Pablo medio en broma y medio en serio. “Ja, ja…”, rió Elisa poniéndole ojos de complicidad, “pues si me enseñas tu dormitorio, te dejo que me preguntes lo que quieras. No te pensarás que soy una psicópata que viene a secuestrar a tu niña, ¿verdad?”, dijo cogiéndole de la mano.
Pablo entró tras ella en su habitación sintiéndose afortunado de haber encontrado a alguien con quien parecía congeniar tan bien. Pero lo malo de los bromistas es que suelen ser artistas del engaño y de la mentira y nunca puedes estar seguro de si te hablan en broma o en serio.

Foto cedida por Sebastián Molina

sábado, 15 de enero de 2011

Capítulo 13

Según el Diccionario de la RAE, la “envidia” es la tristeza o pesar del bien ajeno y la emulación o deseo de algo que no se posee. De la “ambición” dice que es el deseo ardiente de conseguir poder, riquezas, dignidades o fama. La ambición y, sobre todo, la envidia son los principales defectos de los ladrones de vidas. Son personas que no son capaces de apreciar lo bueno que la vida les ha dado y se sienten fracasadas, piensan que lo único que merece la pena es lo que tienen los demás y no se dan cuenta de que quizás están haciendo de menos y dejando escapar tesoros mucho más preciados que les han sido entregados. Ponen toda su voluntad, su interés y sus esfuerzos en conseguir lo que los demás poseen y que a ellos les ha sido negado (o al menos, eso creen ellos). Pero como su afán y su modo de vida es conseguir aquello que no tienen, una vez que lo consiguen, lejos de alcanzar la felicidad y la serenidad, siguen insatisfechos y desasosegados, ya que ambicionan otras cosas que ahora tienen aquellos a los que ellos expoliaron, despreciando ya aquello que les costó tanto conseguir y dejando a su paso un rastro de “cadáveres” despojados de su ser y de su haber, de aquello que más querían y que se pierde en el desprecio de lo que fue importante para alguien y acaba vagando en el olvido de los que tanto lo ambicionaron.
Patricia era una experta ladrona de vidas. No sólo había deseado siempre ser como Isabel, sino que había hecho todo lo posible para ello. Había estudiado lo mismo, había conseguido un puesto de trabajo similar al suyo en su misma empresa e incluso, aprovechando que su estatura y estructura corporal era similar a la de ella, había intentado tener el máximo parecido físico posible con ella, haciéndose siempre sus mismos peinados, imitando su estilo al vestir… hasta que consiguió arrebatarle a su marido e incluso ser una especie de “madre postiza” para su hija. Por eso, al serle arrebatado esto cuando Pablo se enteró de sus argucias y la rechazó, echándola de su lado, todos sus esfuerzos se centraron en volver a recuperar la vida por la que siempre había luchado, y si por el camino seguía arrebatándole cosas a la agraciada con el dudoso honor de ser objeto de su enfermiza admiración, mejor.
“¿Se puede saber qué estás haciendo aquí?”, le preguntó Isabel cuando por fin pudo quedarse a solas con ella. Desde que se había enterado, hacía más de un año, de que Pablo la engañaba con ella, Isabel no había vuelto a hablar con Patricia ni a verla, hasta ahora. Y nada menos que se volvían a encontrar en Londres, viniendo ella como la esposa de Jorge, su mejor amigo y confidente desde hacía años, y encima tenía que aguantar que se alojaran en su propia casa, aprovechándose de la hospitalidad de Kenneth, ignorante de todas las tramas que se enmarañaban a su alrededor. “¿No tuviste bastante con quitarme a Pablo?”, siguió preguntando Isabel. “¿Tienes que venir ahora aquí a seguirme haciendo la vida imposible? ¿Y casada… con Jorge? ¿Cómo le has conocido? ¿De dónde sale tanto disparate junto?”. “Pablo me dejó por tu culpa”, gritó Patricia muy enfadada. “Éramos felices las dos. Tú tenías tus aventuras por ahí cada vez que querías y yo disfrutaba a Pablo mientras tú le dejabas solo”. Isabel quedó totalmente impactada con la noticia. No sabía que Pablo había roto con Patricia, y no pudo evitar sentir un vuelco en su corazón y una tranquilidad y alegría desbordantes, que a punto estuvieron de dibujarle una sonrisa allí mismo delante de Patricia. Es cierto que estaba enamorada de Kenneth, pero en ningún momento Pablo había salido de sus planes de futuro, porque al fin y al cabo seguía siendo el gran amor de su vida, si bien la relación estaba tan deteriorada que era necesario un cambio de 180 grados para que lo suyo volviera a funcionar. “Pero no podías quedarte conforme”, siguió Patricia tremendamente molesta. “Tenías que echarte un amante inglés y venirte a vivir con él. Y tenías que dejar a Pablo, para romper su rutina, en la que yo había conseguido hacerme un sitio con tanto esfuerzo”. “Pero, ¿con qué derecho vienes a reclamarme nada, después de haberme quitado a mi marido, mi casa… mi vida?”, respondió Isabel. “Que sepas que ahora yo vivo aquí con Kenneth y no voy a consentir que estés bajo mi mismo techo… y menos con Jorge, que es una buena persona y no sé con qué artimañas habrás conseguido engañarle para que se case contigo. Mañana mismo te quiero fuera de esta casa”. “Eso ya lo veremos”, respondió Patricia. “No sé si Kenneth diría lo mismo si supiera que estás casada y que tienes una hija que quién sabe si no es suya”. En ese momento, se oyó a Kenneth y Jorge volver charlando animadamente después de haber estado tomando una copa junto a la chimenea, así que ambas mujeres se callaron. Isabel sintió la impotencia de ver que, de momento, Patricia la tenía a su merced, pero no importaba… el tiempo ponía a todo el mundo en su lugar y ya tendría oportunidad de devolver cada cosa al sitio que le correspondía.
Isabel también era a su forma una ladrona de vidas. Siempre había tenido una vida que muchas chicas de su edad, incluso compañeras suyas, habrían envidiado, pero nunca había estado totalmente satisfecha con nada. Le parecía que nada de lo que había conseguido había sido por propia voluntad suya, sino por decisiones de otros. Eso (y el “empujoncito” que le diera Patricia el día de su boda) fue lo que le hizo emprender una aventura en la que se inventó multitud de nuevas identidades, con las que pudo desarrollar personalidades totalmente opuestas a la suya y tener amantes por todo el mundo, viviendo todas las vidas que nunca pudo tener por verse atrapada en lo que para ella era una vida sin alicientes suficientes. Hasta que conoció a Kenneth y su aventura se trastocó, ya que por él empezó a sentir algo especial.
Todas estas confidencias las compartió durante los meses en que Kenneth estuvo en coma en el hospital con Betty, la enfermera jefe que se encargaba de su cuidado y que se convirtió en una buena amiga para Isabel, con la que se desahogaba mientras esperaba pacientemente a que Ken abriera un ojo o hiciera algún movimiento. Claro que no en vano congeniaron tan bien, ya que Betty era otra ladrona de vidas. Estaba casada, pero ello no era suficiente para ella, por lo que llevaba tres años viviendo una secreta aventura con el Jefe de Cirugía del hospital, también casado y con hijos. Esto había dado a Betty una categoría dentro del hospital insólita para una enfermera, con un poder mayor al de muchos médicos. Hacía y deshacía lo que quería y se sentía libre para tomar las decisiones que le apetecían (siempre desde la sombra, ya que era una relación clandestina, pero se sentía arropada en cada petición que hacía a la directiva del centro hospitalario). “Te comprendo muy bien”, dijo en cierta ocasión Betty a Isabel, “porque yo también sé lo que es tener el corazón dividido entre dos relaciones que te hacen feliz. Pero no te preocupes, te puedo proporcionar la solución perfecta a tus problemas. Déjalo de mi cuenta”. “Muchas gracias”, respondió Isabel, “sabía que podía contar contigo”.
Jorge y Patricia no estaban realmente casados, era sólo una artimaña para que ambos lograran sus propósitos. Pero para mantener las apariencias, tuvieron que compartir habitación en casa de Kenneth. Esto, unido al tremendo parecido físico de Patricia e Isabel (el eterno amor platónico de Jorge), hizo que pronto ocurriera lo inevitable. “Ha estado genial”, dijo Patricia a Jorge después de su primera vez. “¿Y la tonta de Isabel se ha estado perdiendo esto desde que te conoce?”. Jorge sonrió complacido, más aún porque en su interior se sentía como si se hubiera acostado con Isabel y eso le hacía estar especialmente satisfecho. En ese momento, alguien pegó a la puerta de la habitación de invitados y Jorge acudió a abrir. Era Isabel, que decía necesitar la ayuda profesional de Jorge y recurrió a su larga amistad para pedirle una charla personal a pesar de que era bastante tarde. “Espérame en el salón”, dijo Jorge, “bajo en cinco minutos”. Tras disculparse con Patricia, Jorge se vistió y bajó a hablar con Isabel. A Patricia, que tenía de todo menos sueño y vio en esta su gran oportunidad, se le ocurrió algo. Sigilosamente, entró en la habitación de Kenneth, se quitó la bata y se metió en la cama. “Por fin llegas, Sabina”, dijo Kenneth. “Te estaba esperando. Ha sido un día largo, ¿verdad?”. “Sssshhh…”, fue lo único que dijo Patricia mientras empezaba a besarle por el cuello antes de que se entregaran a la pasión.
Es lo que tienen los ladrones de vidas, que nunca tienen suficiente y cuando consiguen algo, piensan ya en su próximo botín. Pero ese siguiente logro no suele ser tampoco el que les satisfaga definitivamente.

Foto cedida por Sonia Rubí

sábado, 8 de enero de 2011

Capítulo 12

            “¿¿Que te has casado??”, exclamó Isabel sin dar crédito. “¿Y cómo es que yo ni siquiera sabía que estabas con alguien?”. “Pues ya ves, Sabina”, dijo Jorge no sin cierto tono irónico, “todo el mundo tiene sus secretillos”. Desde que Isabel se había trasladado a Londres, Jorge, que la acompañaba en calidad de psicólogo, amigo y confidente, se alojaba en una de las lujosas habitaciones de invitados de la casa de Kenneth, si bien, al igual que ella viajaba constantemente por motivos “más o menos laborales”, también Jorge iba con frecuencia a España para atender su consulta. Cuando Jorge, a la vuelta de uno de sus viajes a España, les contó a Isabel y Kenneth que se acababa de casar, la noticia cayó en ella como una bomba. “Pero, ¿y cómo ha sido todo tan rápido? Y ni siquiera me has dicho nada, ni me has invitado a tu boda…”. “Queríamos algo íntimo”, dijo Jorge, “sin grandes artificios. Sólo ella y yo en el juzgado. Espero que me perdones, Sabina, pero fue algo totalmente improvisado. Lo pensamos y lo hicimos, aunque veníamos madurando la idea desde hacía tiempo, pero ni nosotros mismos pensábamos hacerlo tan de repente”. “Y ni siquiera has tenido la delicadeza de decírmelo a solas. Un poco más y se entera Ken antes que yo”, pensó Isabel para sus adentros. La verdad es que la sensación que le había dejado esta noticia era muy extraña, incluso para ella. Para ella, Jorge era la única persona que, incondicionalmente y en todo momento, le había sido absolutamente fiel. Desde que le conoció, su amistad era lo único a lo que se había podido aferrar siempre en los momentos buenos y, especialmente, en los malos. Siempre había estado a su lado apoyándola, consolándola, ofreciéndole soluciones y, aunque ninguno de los dos había sacado nunca el tema, Isabel sabía perfectamente que, en su interior, Jorge estaba locamente enamorado de ella. De hecho nunca le había conocido ninguna pareja ni había sabido nada de su vida sentimental. Por eso, el saber de pronto no sólo que tenía pareja sino que además ¡¡se había casado!! la hizo sentirse en cierto modo traicionada y, hasta cierto punto, celosa. Nada que ver con la reacción de Kenneth, que se alegró enormemente de la noticia. “No hace falta decir”, exclamó, “que esta casa es tu casa y, por supuesto, la de tu mujer, cada vez que queráis. Es más, sería todo un honor que compartierais con nosotros la cena de Nochebuena”. “Encantados lo haremos”, respondió Jorge. “Mi mujer llega esta noche, tenía que ultimar unos asuntos en Málaga, pero seguro que se alegra de poder disfrutar de vuestra hospitalidad y generosidad”.
            En Nochebuena, todo estaba preparado para la cena en casa de Kenneth. Isabel seguía contrariada, pero al fin y al cabo, pensaba que no tenía motivos para ello. Jorge no era nada suyo y tenía derecho a hacer su vida. Lo que no imaginaba era la sorpresa que le esperaba aún. Cuando tocaron al timbre, Isabel fue a abrir y lo que se encontró hizo que se quedara paralizada, sin saber qué decir. Con gran cinismo, Jorge presentó a las dos mujeres: “Sabina, esta es Patricia, mi esposa”.  
La Nochebuena de Pablo fue algo más tranquila, pero no mucho más cómoda. Era la primera vez desde que se casó con Isabel que ella no le acompañaba en la cena de Nochebuena en casa de sus padres, lo que le supuso tener que dar a toda su familia unas explicaciones que ni él mismo comprendía. Pero prefirió esa opción a quedarse en casa solo. Al fin y al cabo, todo esto le daba casi igual, ya que tenía dos buenas noticias sólo para él (ya bastante tenían para comentar sus familiares) que le hacían no poder borrar la sonrisa de su cara: la confirmación de que Desirée era su hija y su nueva relación con Elisa, con la que había quedado ya dos veces y la cosa parecía ir viento en popa. Le había propuesto pasar la Nochebuena juntos, pero Elisa también tenía planes con su familia y además, le pareció demasiado precipitado hacer planes familiares juntos tan sólo una semana después de verse por primera vez.
Sin embargo, el día de Navidad Elisa sí apareció en casa de Pablo con un regalo para él. “No tenías que molestarte”, dijo Pablo, aunque en realidad no podía hacerle más ilusión, “yo no tengo nada para ti”. “No te preocupes, ya habrá tiempo para que me hagas regalos. Ábrelo”. Cuando Pablo abrió el paquete, había en él un cepillo de dientes sin envasar y aparentemente usado. “¿Y esto?”, preguntó Pablo extrañado. “Es mío”, dijo Elisa, “para que lo pongas en la repisa de tu cuarto de baño. Si te parece bien, tengo más cosas en una maleta en el coche. ¿Te gustaría que viviéramos juntos?”. Pablo abrió los ojos como platos. “¿Que si me gustaría?”, dijo sin disimular su entusiasmo. “Adelante, estás en tu casa”. Y tras darle un tremendo beso, la ayudó a instalarse.
La mañana del lunes siguiente, tras tener libre el fin de semana de Navidad, llegó Alicia, la asistenta y niñera que Pablo había contratado, y fue Elisa la que le abrió la puerta: “Buenos días, Alicia”. “Buenos días”, respondió ella, “¿ya se ha instalado usted en casa?”. “Sí”, replicó Elisa, “ya te dije que sería cuestión de días”.

Foto cedida por Sergio García