Sandalias Con Calcetines

Sandalias Con Calcetines

domingo, 15 de mayo de 2011

Capítulo 26 (y último)

            “¡Empuja! ¡Empuja!”, es la palabra que se escucha a la vez en tres escenarios distintos en esa Nochebuena del 2011.
En una cárcel cerca de Londres, Betty se esfuerza por traer al mundo a su hijo, mientras Jorge le sujeta la mano y le da ánimos. Finalmente, asoma la cabeza un varón y Jorge no puede evitar que se le escape una lágrima al pensar que su primer hijo pasará sus primeros meses entre rejas. Suerte que pronto Betty será puesta en libertad y podrán vivir finalmente juntos como una familia normal. Betty coge a su niño en brazos y aprieta fuerte la mano de Jorge.
El parto de Alicia se complica, por lo que los médicos del Hospital Materno Infantil tienen que sacar a su hija por cesárea. Kenneth, que parece haber encontrado por fin la felicidad en Málaga junto a ella, no puede contener su entusiasmo cuando ve por primera vez la cara de su hija, esa que tanto tiempo llevaba esperando y que no había podido tener ni con Betty ni con Isabel. Finalmente su sueño se ha hecho realidad, y afortunadamente, ha recuperado totalmente la vista y puede asistir al nacimiento sin perderse un detalle.
A Isabel y Pablo su segundo hijo les vuelve a pillar por sorpresa. El pequeño Óscar se ha adelantado casi un mes y además parece tener urgencia por salir. Entre gritos y nervios de sus padres, el niño ve la luz por primera vez en un taxi, ante el desconcierto del taxista, que a punto está de estrellarse en más de una ocasión. Finalmente llegan al hospital, donde nada más llegar les prodigan los cuidados necesarios y les confirman que tanto la madre como el niño, que es clavadito a su padre, están en perfecto estado. Pablo sigue en el taxi. Una vez más no ha podido resistir la tensión y se ha desmayado, como ya le pasara en el alumbramiento de su primera hija. Cuando al fin llega a la habitación y puede besar a su hijo y a su mujer, lo que ninguno de los dos se imagina es que en la habitación de al lado Kenneth y Alicia acaban también de ser padres.
Tres meses después, cuando Betty es puesta en libertad y se traslada a vivir con Jorge, lo celebran con una barbacoa en su casa a la que invitan a las otras dos parejas. Así pues, se reúnen por primera vez Isabel y Pablo, Alicia y Kenneth, y Jorge y Betty, con sus respectivos hijos. Mientras celebran que, después de numerosas calamidades, el amor ha triunfado y todos son felices con sus familias, todos sonríen y se miran con complicidad unos a otros, sabiendo que esa felicidad quizás no sería tal si se conocieran algunas cosas que seguramente sea mejor seguir manteniendo en secreto.
“Tu niño es precioso”, le dijo Jorge a Isabel dos meses antes en su consulta, a la que ella seguía acudiendo como paciente. “¿Sabes que Betty y yo también hemos tenido un hijo? ¡Qué ganas tengo de que salga libre y se vengan a vivir aquí!”. “Me alegro mucho de que puedas ser feliz con ella”, dijo Isabel. “Pensar que entre nosotros podía haber algo lo único que hacía era perjudicarte. Porque estaba claro que lo nuestro era imposible. ¿Verdad?”. “Sí”, dijo Jorge. “Ahora me doy cuenta de que aquello no tenía sentido. ¡Qué tontería! Pensar que tú y yo…”. Y sin decir nada más, los dos se fundieron en un apasionado beso, tras el cual Jorge vio cumplido lo que siempre había soñado: acostarse con Isabel por primera vez… aunque no fue la última.
“Bueno”, dijo Kenneth mientras ponía su firma en el papel que tenía delante, “pues con esto ya estamos legalmente divorciados. Me alegro de que Jorge y tú vayáis a casaros. ¡Enhorabuena!”. “Gracias”, respondió Betty. “Ya sólo falta que pueda salir de aquí pronto para poder ser felices juntos fuera”. “¿Sabes?”, dijo Kenneth. “Eres la primera persona a la que se lo digo, todavía no lo sabe nadie, pero Alicia está embarazada. Por fin voy a poder tener un hijo”. “¿En serio?”, contestó entusiasmada Betty. “¡Qué bien! ¡Cuánto siento que las cosas entre nosotros no salieran bien! Eres una buena persona, Ken, y te mereces lo mejor”. “Tú tampoco mereces estar aquí”, dijo Kenneth, “la vida da demasiadas vueltas y pone a las buenas personas donde no merecen, pero al final todo vuelve al sitio donde debe estar, ya lo verás”. Betty sonrió y agachó la cabeza. Kenneth se acercó a ella y puso lentamente sus labios en los de su ya ex-esposa. Al fin y al cabo, fue su primer amor, el que dicen que nunca se olvida.
“¿Quién llamará a la puerta a las doce de la noche?”, se dijo Alicia, que estaba a punto de irse a dormir. Kenneth había ido unos días a Londres, ya que todavía le quedaban algunos asuntos por arreglar de su bufete de allí. Al abrir, vio a Pablo. Este se sorprendió al ver a Alicia abrir la puerta llevando sólo unas braguitas y una camiseta de tirantas. “¿Qué haces tú aquí?”, dijo Alicia. “Perdona que venga tan tarde”, dijo Pablo nervioso, “espero  no haberte despertado. Es que Óscar no para de llorar y se me han acabado los pañales. Isa está de viaje y no sé dónde habrá una farmacia de guardia. ¿Tú no tendrías algunos para prestarme?”. “Anda, tonto, ven”, dijo ella sonriendo mientras le conducía al dormitorio, donde tenía la cuna con la niña. “Pero no hagas ruido, acaba de quedarse dormida”. Mientras seguía a Alicia, Pablo no podía dejar de mirar cómo sus nalgas se contoneaban arriba y abajo al andar, de modo que no se dio cuenta y tropezó con un sonajero que había en el suelo. Al oír el ruido, Alicia se dio la vuelta justo a tiempo para que Pablo, que agitaba los brazos como loco para tratar de mantener el equilibrio, cayera de bruces sobre ella, tirándola al suelo y quedando con la cara totalmente insertada en el escote de ella. Cuando Pablo levantó la cabeza y la miró, ambos estallaron en carcajadas y pasó lo que Alicia había deseado desde el día en que conoció a Pablo. “Bueno”, dijo Alicia riendo y guiñándole el ojo cuando Pablo se iba, “cuando quieras puedes volver. También tengo chupetes de sobra”.
Una semana después del entierro de Patricia, mientras Kenneth estaba mudándose y trayendo sus cosas a la casa de Alicia, se cruzó con Isabel por el pasillo. “¡Hola!”, le dijo, “me quedé esperando tu llamada antes de irme a Londres. ¿No viste mi mensaje?”. “Sí”, dijo Isabel, “pero no creía que fuera buena idea. He vuelto con Pablo, ¿sabes?”. “Ah, ¿sí?”, contestó Kenneth, “yo también estoy ahora con Alicia”. “Sí, ya os vi en el entierro”, dijo Isabel. “Anda, pasa”, propuso Kenneth, “te invito a un café y charlamos un rato. Alicia no está en casa. Y no es justo que nos llevemos mal. Hay muchas cosas que quedan por aclarar entre nosotros y… al fin y al cabo, vamos a ser vecinos, ¿no?”. Isabel aceptó a regañadientes, pero consideró que realmente se debían una conversación tranquila en la que zanjar varios asuntos. “Yo te quise de verdad, Ken”, dijo Isabel tras tres cafés, cinco magdalenas y casi dos horas de charla. “Lo mío contigo no fue ningún capricho. Pienso que fue un espejismo que en aquel momento necesitaba, pero la persona de la que estoy enamorada desde niña es Pablo. Espero que lo comprendas”. “Lo comprendo perfectamente”, respondió Kenneth, “y sé que debe ser así. Yo también intuyo que con Alicia me va a ir muy bien. Estoy empezando a sentir por ella cosas que nunca había sentido. Pero eso no impide que podamos ser buenos vecinos, ¿no? ¿Amigos?”. Y, abriendo los brazos, la citó en un cariñoso abrazo al que ella respondió y al que siguió un apasionado beso, tras el cual dejaron los cafés y siguieron la “conversación” en el dormitorio.
“¡Por que esta barbacoa sea la primera de muchas celebraciones juntos!”, exclamó Jorge al brindar para despedirse de los otros. “¡Y que siempre sigamos siendo amigos y estando tan unidos como ahora!”. “Lo estaremos, seguro que sí”, pensaron todos mientras hacían chocar sus copas.

Epílogo

            Comienzos del verano de 2012. Isabel se arregla para su cita. No es la primera que tiene desde que se dio de alta en la página de contactos “tumedianaranja.com”, pero no puede evitar tener siempre ese gusanillo en el estómago, como si fuera la primera vez. Sabe que, pase lo que pase, será un simple divertimento que la mantendrá viva, y que no afectará a su matrimonio con Pablo, el padre de sus dos hijos, al que quiere con locura. Esta vez ha quedado con un tal Víctor, con el que ha hablado un montón de veces por internet y con el que sabe que congeniará bien, pero no ha podido saber cómo es físicamente, ya que a Víctor, al igual que a ella, no le gusta poner foto en su perfil. Ambos prefieren que las posibles “amistades” se dejen llevar por la personalidad y no por el físico. Sólo sabe que le reconocerá porque irá vestido con un pantalón vaquero y una camisa de color salmón.
            Pablo aparca el coche a dos manzanas y se dirige andando hacia el bar en el que ha quedado con Beatriz. Es una zona muy céntrica y no es tan fácil aparcar cerca. Mientras camina, piensa en cómo será la chica con la que ha quedado. La conoció a través de una página de citas en internet y lo que sabe de las veces que han chateado es que le cae muy bien y que es una mujer muy alegre y simpática. Según se acerca, empieza a ponerse un poco nervioso ante la incertidumbre. Finalmente llega y se sienta junto a la barra, donde han quedado. Ha llegado un poco antes de tiempo, así que se pide una cerveza. Cuando llegue ella, sabe que la reconocerá por un vestido de flores y un bolso rojo.
            A los cinco minutos, Pablo ve aparecer a Isabel en el bar. ¡Vaya! ¿Qué hará justo ahí su mujer? Ya no le da tiempo a marcharse sin que le vea, así que tendrá que inventarse algo. “¿Pablo?”, dice Isabel al llegar. “¿Qué haces tú aquí?”. “He quedado con una compañera del trabajo para que me dé unos documentos que necesito”, contesta Pablo. “¿Y tú?”. “Pues yo…”, responde Isabel mientras piensa a toda velocidad una excusa creíble, “he quedado con unos amigos para…”. De pronto, ambos se quedan mirándose. Él lleva unos vaqueros y una camisa salmón y ella, un vestido de flores y un bolso rojo. Isabel, entonces, abriendo los ojos como platos, exclama: “¡¿Tú no serás… Víctor?!”. “¡¿Beatriz?!”, dice Pablo. Y los dos comienzan a reírse. “Encantada de conocerte, Víctor”, dice Isabel. “Encantado de conocerte, Beatriz”, dice Pablo.
            Y es que hay personas que están hechas la una para la otra, a pesar de todo. Hay tantas formas de ser feliz como personas, no hay una receta para la felicidad. Cada uno la vive de una manera distinta y lo importante es, una vez que la has encontrado, disfrutarla, porque no es probable que llame a tu puerta dos veces si se la cierras la primera. Los cuentos con príncipes azules, sapos encantados y finales felices donde todos comen perdices están muy bien, pero son sólo cuentos. El amor es caprichoso, muy caprichoso, y cada pareja es diferente a todas las demás. Por eso, si encuentras a la persona que te hace feliz, no la dejes escapar, por mucho que no parezca tu príncipe o tu princesa de cuento, por muy distintos que seáis, por mucho que creas que no va contigo, aunque pienses que pegáis menos que unas sandalias con calcetines.

Muchas gracias a tod@s l@s que habéis participado en SCC enviando vuestras fotos.

domingo, 8 de mayo de 2011

Capítulo 25

         “¿En qué piensas?”, preguntó Alicia a Kenneth mientras despegaba el avión que les llevaría a Londres. “En nada”, respondió él mientras miraba su móvil esperando encontrar alguna llamada o mensaje de Isabel. La noche anterior, al salir de casa de Pablo e Isabel, Jorge invitó a Kenneth a quedarse en su casa, en vez de un hotel. Al fin y al cabo, Ken les había abierto a Patricia y a él su casa de Londres. Alicia también le ofreció su casa y le dijo que, en el estado de nervios en que se encontraba por la muerte de su hermana y los últimos acontecimientos, prefería no quedarse sola. Ken, que todavía estaba un poco enfadado con Jorge por haberle engañado y ocultado tantas cosas, aceptó la invitación de Alicia. Además, aquella chica tenía algo que le atraía, quizás fuera el parecido con Patricia o su aparente vulnerabilidad, pero le inspiraba una gran ternura y el sentimiento parecía ser mutuo.
En el asiento de atrás del avión, Jorge intentaba dormir, aunque su cabeza se iba con Betty, lamentando no haber sabido valorarla antes. Aunque, en lo más hondo de su corazón, seguía habiendo algo que daba un vuelco cuando pensaba en Isabel. Finalmente, el sueño y el cansancio le vencieron y logró quedarse dormido.
Cuando Isabel llegó a casa de sus padres la noche anterior, les contó toda la verdad sobre lo que había sido su vida en los últimos años. Lo primero que tuvo que hacer fue convencerles de que realmente era ella, a pesar de tener el aspecto de otra mujer. Después les habló de sus viajes, sus aventuras y su cambio de identidad hasta convertirse en Elisa Jurado, y les contó además cómo ellos habían marcado su infancia, imponiéndole sus criterios y reprimiendo gran parte de sus impulsos. Les relató finalmente las circunstancias en que Patricia, su mejor amiga de siempre, había muerto y cómo ahora el amor de su vida, Pablo, no quería saber nada de ella. Sus padres le abrieron las puertas de su casa mientras lo necesitara, pero no pudieron evitar sentir una tremenda angustia, culpabilidad y desconcierto al ver que aquella hija que un día criaron era ahora una completa desconocida para ellos.
Pablo, mientras tanto, trataba de asimilar todo lo que acababa de conocer. Con su hija en brazos, no paraba de dar vueltas por la casa preguntándose cómo su vida se podía haber convertido en semejante melodrama. Nunca había dejado de querer del todo a Isabel y, en las últimas semanas, había empezado a sentir algo muy especial por Elisa. Ahora comprendía por qué. Pero no podía aceptarla sin más. Sentía que había llegado demasiado lejos y dudaba que alguna vez pudiera perdonarla.
Cuando bajaron del avión, Kenneth y Alicia se despidieron de Jorge, que fue a instalarse en casa de Betty, que le había dado la llave la última vez que estuvieron juntos. Al día siguiente fue a visitarla a la cárcel y le contó que por fin se habían descubierto todas las mentiras. “Es el momento, entonces, de empezar de cero, Jorge”, le dijo Betty. “Sé que lo que te pido no es fácil, pero ¿serías capaz de esperarme?”. No hizo falta respuesta, porque el beso que Jorge le dio a Betty despejó todas sus dudas. Y más aún lo hizo la pregunta que le hizo a continuación: “Betty, ¿te casarías conmigo?”. “Claro que sí”, respondió ella.
Cuando se celebró el juicio, Susan, la asistenta de Kenneth, fue condenada a diez años de prisión por el asesinato de Patricia y Betty a tres años por ser cómplice de asesinato al haberle facilitado los medicamentos y haber sido la artífice del plan. Ambas se vieron favorecidas por el hecho de no tener antecedentes y después se beneficiaron de varias reducciones por buena conducta. Betty también realizó distintos servicios en prisión como enfermera, por lo que, al cumplir un año de condena, le concedieron la libertad tras pagar una fuerte fianza a la que hicieron frente Jorge y ella. Durante el año en que Betty estuvo presa, Jorge siguió viviendo en Málaga y atendiendo a su consulta, si bien iba a visitarla con toda la frecuencia que le era posible. En una de sus primeras visitas y tras gestionar los papeles del divorcio con Kenneth, Betty y Jorge se casaron en la capilla de la prisión. Finalizada la condena, Betty se fue a vivir con él a su casa de la Costa del Sol. “Por fin”, dijo Jorge. “¡Qué ganas tenía de tenerte a mi lado, Betty!”. “Y yo”, respondió ella, “pero hay muchas cosas que es mejor olvidar. A partir de ahora, llámame Berta”. Y le dio un cariñoso beso mientras entraba en la que sería su nueva casa cogida de la cintura del hombre por el que tanto había luchado toda su vida.
Un año antes, tras despedirse de Jorge en el aeropuerto, Kenneth y Alicia se marcharon a casa de él, que se propuso cuidar todo lo que pudiera de aquella frágil joven de la que cada vez se iba encariñando más. En los días siguientes, arreglaron todos los trámites para transportar el cuerpo de Patricia a España y, al final de la semana, Patricia por fin recibió sepultura en su ciudad, Málaga, y rodeada de los suyos, ya que incluso su padre vino de Francia al conocer la noticia. Isabel y Pablo acudieron también al entierro, en el que Alicia lloraba desconsolada abrazada de Kenneth. En ese momento, sintió que la mejor forma de vengar en cierto modo la muerte de su hermana Patricia era siguiendo su legado (es decir, arrebatándole a Isabel todo lo que quería o había querido). Y qué mejor forma que comenzar una relación con aquel hombre que tanto la estaba apoyando, por el que se sentía bastante atraída y que había sido tan importante en la vida de Isabel. Entre lágrimas, le dijo: “Ken, en estos días me he dado cuenta de que entre nosotros ha comenzado algo muy especial. ¿Tú te vendrías a vivir aquí conmigo?”. “Sabes que sí”, le dijo Kenneth, y le dio un leve beso en los labios, mientras tanto Alicia como él se encargaban de asegurarse de que Isabel y Pablo los estuvieran mirando. A los pocos días, Kenneth se mudó al piso de Alicia, justo al lado del que Pablo había compartido con Isabel y que tan frecuentado había sido también por Patricia.
Al acabar el entierro, Isabel se acercó a Pablo y habló con él por primera vez desde el día en que le había revelado toda la verdad. “¿Cómo estás?”, le preguntó tímidamente. “Bueno…”, respondió Pablo. “He tenido días mejores”. “¿Y Desirée?”, dijo Isabel. “Me gustaría verla”. “Está bien, la he dejado con mis padres. Sabes que puedes venir a verla cuando quieras”, contestó Pablo, justo antes de marcharse.
Al día siguiente, Isabel fue a ver a su hija. Pablo la miraba en silencio mientras jugaba con ella y la abrazaba, disfrutando al ver a su hija feliz y riendo con su madre, después de tanto tiempo. “Bueno, Desi”, dijo Isabel. “Mamá se tiene que ir ya. Nos vemos muy prontito”. Y le pasó la niña a Pablo. Al separarse de su madre, Desirée empezó a llorar y a decir “mamá”. “Es la primera vez que la oigo decir esa palabra”, dijo Pablo con lágrimas en los ojos. Isabel no pudo evitar romper a llorar. Pablo le pasó otra vez la niña a su madre, y al momento Desirée dejó de llorar y volvió a sonreír. Pablo e Isabel se miraron. “Isa, no te vayas”, dijo Pablo. “Esta es tu casa. Nos encantaría que te quedaras”. Y los tres se fundieron en un tierno abrazo.
Casi tres meses después, Isabel y Pablo están en el dormitorio antes de acostarse, acabando de resolver asuntos de trabajo en el ordenador. “Bueno”, dice Isabel, “yo me voy a la cama. Pero antes tengo que comprobar una cosa”. Y entra al cuarto de baño con una bolsa de plástico. “Yo también estoy acabando”, contesta Pablo. A los cinco minutos, Isabel sale del baño bastante nerviosa, diciendo: “¡Pablo! ¡Pablo!”. A Pablo, por el sobresalto, se le borra la sonrisa que tiene en la cara y cierra de golpe la tapa del ordenador. “¿Qué?”, pregunta agitado. “¡Estoy embarazada!”, dice Isabel. 

                                           Foto cedida por Mª Ángeles Jurado

domingo, 1 de mayo de 2011

Capítulo 24

            “¿Es que todavía no te has dado cuenta?”, le preguntó Elisa a Pablo. Pero aquella frase sonó diferente. La voz de Elisa ya no era la que Pablo estaba acostumbrado a oír, sino otra que le era aun más familiar si cabe. Elisa miró fijamente a los ojos de Pablo y este pudo percibir en ellos un brillo y una expresión que hacía tiempo que no veía. “¿Tú…?”, empezó a balbucear Pablo, sin atreverse a decir en voz alta lo que se le estaba pasando por la cabeza, por miedo a decir lo que era, sin duda, un disparate. “Sí, Pablo…”, fueron las palabras de la mujer que tenía delante, “soy yo, Isabel”.
            “Pero… ¿cómo es posible? ¿Qué te has hecho?”. Pablo miraba atónito a Isabel y a todos los presentes, en cuyas caras no se apreciaba la más mínima sorpresa, ya que todos lo sabían. Isabel suspiró resignada y empezó a confesar: “Yo te quiero, Pablo. Siempre te he querido. Pero a partir de la boda, todo empezó a hacerse muy difícil para mí. Lo nuestro me asfixiaba, me agobiaba… me sentía prisionera, infeliz, sin posibilidades… pensaba que, a pesar de lo mucho que te quería, mi mundo se había reducido, se habían cerrado para mí un montón de oportunidades que ya no volvería a tener… y necesitaba aire, espacio… No tenía suficiente con mi vida y necesitaba vivir otras… por eso empecé a viajar más y en mis viajes hice cosas de las que no estoy orgullosa, pero que me liberaban, me hacían sentir viva… pero nunca te dejé de querer, para mí eran sólo aventuras sin importancia, sin sentimientos de por medio”. La cara de Pablo estaba desencajada, sin saber cómo reaccionar, mientras oía a Isabel, su mujer, hablar por la boca de “Elisa”, su nueva novia. “Por eso, cuando me enteré de que, durante mis viajes, te enrollabas con Patricia”, siguió Isabel, mientras Pablo bajaba la cabeza entre desconcertado y avergonzado, “mis esquemas se desmoronaron. Empecé a ver que realmente podía perderte y, una vez más, en vez de enfrentarme a mis problemas, volví a huir. Aprovechando la oferta que recibí para una reunión de negocios en Londres, intenté evadirme tomando una copa en el bar del hotel y ahí fue donde conocí a Ken. La verdad es que no sé cómo pasó, si fue por la confusión del momento o por qué, pero lo que empecé a sentir por él fue algo muy intenso y verdadero”, dijo mirando a Kenneth, que sonreía, “tanto que empecé a ir a Londres con cierta frecuencia y entonces fue cuando verdaderamente nuestra relación empezó a desbaratarse. Después vino la niña y las dudas sobre si el padre sería Ken o tú. ¿¿Te hiciste las pruebas??”, preguntó de pronto con la voz atropellada. “Sí”, respondió Pablo en un tono seco y serio, “confirmaron que soy su padre. No obstante, si este señor”, dijo mirando de reojo a Kenneth, “se las hiciera también, me quedaría más tranquilo”. “Por supuesto”, dijo Kenneth tragando saliva, sin poder ocultar cuánto le había afectado el haber vuelto a fracasar en su empeño por tener un hijo. Isabel cerró los ojos al saber que Pablo era el padre de Desirée, dio un suspiro silencioso y sonrió levemente. “Por eso estuve ocho meses sin ir a verte, Ken”, admitió Isabel tímidamente. “No quería que te dieras cuenta de mi embarazo ni supieras que quizá podías ser padre”. “Ya lo sé, Sabina”, dijo Kenneth guiñándole el ojo. “Cuando desperté del coma, Betty me lo contó todo: lo de tu falsa identidad, tu embarazo, cómo ella provocó que recibieras aquella invitación a Londres para que pudiéramos conocernos… A raíz de eso, mi actitud hacia ti empezó a cambiar, y creo que eso fue lo que hizo que lo nuestro finalmente se fuera enfriando”. “¿Fue cosa de ella?”, exclamó Isabel totalmente sorprendida. “Pero, ¿y cómo sabía ella todo eso sobre mí?”. “Ahí creo que tengo yo algo que ver”, intervino Jorge, que había permanecido callado presenciando la escena. “Fui yo el que le contaba todo a Berta… bueno, Betty… ha sido mi confidente y mejor amiga desde la universidad. Ella siempre deseó que hubiera algo más entre nosotros, pero yo nunca le hice caso… y ahora que realmente me he dado cuenta de que siempre debimos estar juntos, ella va a ir a la cárcel…”. Jorge soltó un enorme suspiro, miró hacia abajo avergonzado y siguió: “Y debo confesar que también fui yo el que contó toda esta historia a Patricia”. “Claro, por eso tú lo sabías y me chantajeabas, ¿no?”, dijo Isabel enfadada dirigiéndose a Alicia, que seguía sentada en un rincón, callada y sin parar de llorar. “Claro, ahora caigo… Alicia… tú eres la hermana de Patricia que se fue a Francia cuando vuestros padres se divorciaron… Yo te conocía, pero no te veía desde que tenías… ¿unos diez años?”. Alicia asintió tímidamente.
            “Un momento, un momento…”, interrumpió Pablo, que estaba atónito ante semejante festival de confesiones. “¿Qué es eso de “Sabina”? ¿Y lo del coma? ¿Y quién es esa Betty, que ha matado a Patricia?”. “Es una larga historia”, dijo Isabel. “Después de tener a Desirée, volví a Londres y Kenneth me pidió que me casara con él. Él no sabía que yo estaba ya casada, porque yo me había hecho pasar por una azafata italiana llamada “Sabina”. Es lo que tiene desenvolverte en tantos idiomas, que te puedes inventar cualquier nacionalidad y hacerla creíble. Al negarme a casarme con él, no se lo tomó bien y discutimos. Íbamos en coche y tuvimos un accidente, del cual yo salí ilesa, pero él estuvo en coma casi un año y después quedó ciego”. “Pero ya estoy bastante mejor”, dijo Kenneth, “los médicos dicen que podría recuperar la vista totalmente en unos pocos meses. Y esa Betty de la que hablamos”, siguió dirigiéndose a Pablo, “fue mi mujer. Bueno, de hecho lo sigue siendo. Pero siempre estuvo enamorada de Jorge y el amor nos hace cometer locuras. Betty es una buena persona, pero nunca sabes cómo puede reaccionar una buena persona en una situación límite. Es enfermera y sabe bien cómo funciona el cuerpo humano y cómo hacer que deje de funcionar”.
            Pablo no paraba de sacudir la cabeza, incapaz de asimilar tal sobredosis de información. “Bueno”, dijo finalmente dirigiéndose a Isabel, “todo eso está muy bien. Pero, ¿tú qué te has hecho? ¿Dónde está la Isabel que yo conocía? ¿De dónde sale Elisa? ¿Qué te ha pasado?”. Isabel miró al suelo, sin saber cómo explicarse, hasta que finalmente se armó de valor. “Creo que Kenneth lo ha dicho muy bien antes”, dijo. “El amor nos hace cometer muchas locuras. Durante el coma de Kenneth, me di cuenta de cómo había metido la pata durante todo este tiempo. De cómo había echado a perder el matrimonio con el hombre de mi vida, con la persona que siempre había querido, y cómo todo se había estropeado. Yo te había sido infiel cantidad de veces, tú estabas teniendo una aventura con Patricia, nuestra vida juntos ya no había por dónde cogerla y ni la llegada de la niña consiguió hacerla salir a flote. Por eso pensé que la única forma de volver a ser feliz contigo era empezar de cero… hacer borrón y cuenta nueva, y qué mejor forma que ser otra persona… volverte a conquistar desde el principio, para que no hubiera rencores ni resentimientos del pasado… comenzar una historia perfecta”. Pablo la escuchaba boquiabierto. “Al principio me parecía absurdo e imposible”, siguió, “pero cuando Kenneth despertó del coma y vi que había quedado ciego, me di cuenta de que semejante oportunidad no podía ser casualidad. Aprovechando su ceguera, si me hacía cambios que no fueran muy exagerados, él no se daría cuenta de nada. Además, no conocía tan bien cada rincón de mi cuerpo y de mi cara. Habíamos estado juntos sólo unas cuantas veces espaciadas en el tiempo, luego estuve ocho meses sin aparecer por su vida y después los once meses del coma. Aunque alguna que otra vez notó algo extraño, fue fácil inventarme cualquier excusa y nunca sospechó de mí, de modo que pude pasar mi convalecencia viviendo con él en Londres”. “Por eso me dijiste que te habías puesto a dieta, ¿no?”, dijo Kenneth poniéndose rojo y sintiéndose un iluso. “Sí”, admitió Isabel, “lo siento mucho, Ken. No era mi intención jugar contigo. Realmente llegué a quererte. Pero supongo que no se puede luchar contra el destino”. La cara de Kenneth reflejó una tristeza que trataba de ocultar, mientras Isabel, sintiéndose alguien despreciable por un momento, hizo una pausa en su relato, tras la cual continuó: “Fue entonces cuando lo preparé todo y me fui de casa. Durante los meses en que Ken estuvo en coma, Betty y yo nos habíamos hecho buenas amigas. Ella tenía cierto poder en el hospital, por lo que me puso en contacto con todos los profesionales necesarios para convertirme en otra persona: cirujanos plásticos, psicólogos, logopedas, foniatras… Nos inventamos que estaba huyendo de un maltratador para que los profesionales eludieran los posibles problemas éticos de lo que estaba a punto de hacer y Betty se encargó de que no hicieran más preguntas. Me hice una pequeña liposucción, para retirarme un poco de grasa que tenía en la cintura y me aumenté una talla de pecho. Me hice varios retoques en la cara: pómulos, papada, frente, nariz… y acudí  a logopedas y foniatras que me enseñaron técnicas para impostar la voz, variar ligeramente el tono y el timbre, para hacerla parecer diferente. Yo siempre fui buena imitando voces, así que me inventé una voz para el personaje de Elisa, que usaba sólo cuando hablaba contigo. Estuve ensayándola varias semanas, grabándome y escuchándome con ambas voces, para ver los defectos que tenía que corregir. Finalmente, me corté un poco el pelo, me lo ricé y me lo aclaré. No quise hacerme un cambio muy radical, porque sé que a ti siempre te han gustado las morenas”. Isabel no pudo evitar sonreír ligeramente, y Pablo le correspondió. “Esa fue precisamente una de las cosas que me gustaron de Elisa”, admitió Pablo, “que me recordaba a ti”. “Mientras me recuperaba”, continuó Isabel, “empecé a contactar contigo a través del facebook. Por entonces, todavía tenía la cara un poco hinchada por la operación, por eso puse una foto distinta. Cuando pasó un tiempo prudencial, en el que Jorge no se separó de mi lado, como siempre desde que le conozco”, miró a Jorge con complicidad y este le sonrió, “ya estaba lista para que nos viéramos. Por eso me decidí a quedar contigo como Elisa, pero por el temporal de lluvia y nieve que había en toda Europa aquellos días, el avión no pudo salir de Londres. Por eso te dejé plantado. Finalmente pudimos quedar y, en aquella primera cita, fue la primera vez en mucho tiempo en que realmente disfruté estando contigo. Después, a mi vuelta a Londres, apareció Jorge diciendo que se había casado con Patricia y la situación empezó a hacerse insostenible, hasta que encontré a Patricia en la cama con Kenneth y me di cuenta de que mi estancia allí ya no tenía sentido. No tenía por qué aguantar ciertas cosas, así que volví a Málaga y me vine a vivir contigo, lo que me sirvió también para volver a estar cerca de mi hija. Es lo que más duro ha sido durante este tiempo, estar alejada de ella, por eso no te puedes hacer idea de la felicidad que supuso volver a estar en esta casa”. Isabel se dirigió por un momento a Jorge: “¿Cómo pudiste casarte con Patricia?”. “No me casé, Isabel”, respondió Jorge, para sorpresa de Isabel y de Kenneth. “Fue sólo un engaño que planeamos Patricia y yo para separaros a Pablo y a ti y que Patricia pudiera recuperarle a él y yo conseguir finalmente seducirte a ti. Un engaño del que no hay día en que no me arrepienta. Nunca debí recurrir a esas estratagemas para intentar estar contigo. Sabes lo importante que has sido siempre para mí y que lo último que querría es hacerte daño”. Isabel respiró aliviada.
            Llegado este punto, Pablo estaba totalmente desquiciado y no sabía qué hacer ni qué decir. “Bueno”, dijo finalmente, “creo que estos señores ya se han puesto bastante al corriente de todos los detalles de mi vida privada, así que si no les importa, me gustaría que nos dejaran a solas a mi mujer y a mí para poder hablar en privado. Por favor, Alicia, tú también puedes irte a tu casa y tomarte el resto de la semana libre. Supongo que necesitarás tiempo para gestionar el traslado del cuerpo de tu hermana. Te agradecería que me informaras cuando sea el sepelio y no dudes en contar conmigo si necesitas cualquier cosa, lo que sea”. Alicia salió limpiándose todavía las lágrimas de los ojos y tras ella, Kenneth y Jorge, que se despidieron de Pablo e Isabel sin saber muy bien qué decir.
            Cuando se quedaron solos, Pablo se quedó mirando a Isabel y le dijo: ”¿Y ahora, qué? ¿Cuál es tu intención? ¿Pretendes que haga como si no hubiera pasado nada y vivamos felices para siempre? ¿Cómo debería llamarte, Isabel o Elisa? ¿O quizás Sabina?”. Isabel bajó la cabeza avergonzada. “No espero que sea fácil”, dijo, “sé que esta historia surrealista es difícil de asimilar y no espero que corras a mis brazos, pero todo lo que he hecho ha sido porque te quiero y porque quería volver a ser feliz contigo sin lastres de culpas o rencores pasados”. “Y si esto no hubiera salido a la luz”, respondió Pablo, “¿cuál era tu intención? ¿Haberte hecho pasar por Elisa para siempre y construir nuestra vida juntos a partir de una mentira?”. Isabel se quedó callada, sin atreverse a mirar a Pablo. “Tú no eres la mujer con la que me casé. Ni siquiera te pareces a ella. Lo que ha pasado está ahí, y no puedo mirar simplemente hacia otro lado. Sé que yo tampoco he sido un santo, pero creo que esto supera cualquier pequeño desliz que yo haya podido cometer”. “Quizá no soy la mujer con la que te casaste”, contestó Isabel, “pero sí soy de la que te enamoraste e invitaste a vivir a tu casa, no lo olvides. Hace dos días estábamos juntos en esta casa y éramos felices”. “Lo siento”, dijo Pablo. “No es tan fácil. Ahora mismo no estoy preparado para vivir contigo. Esta casa es de los dos, así que uno tendrá que irse. Quédate tú si quieres, yo recogeré mis cosas”. “No, de ninguna manera”, respondió Isabel, “si alguien tiene que irse soy yo, que he sido la que ha provocado todo y ha abandonado el hogar. Ahora mismo me marcho. Déjame sólo que pase unos minutos con mi hija. Y de verdad que lo siento y me gustaría que todo hubiera pasado de otra manera”.
            Isabel subió al cuarto de Desirée mientras Pablo se echaba en el sofá, aturdido por el torrente de emociones que había experimentado en las últimas horas. Cuando Isabel estaba arriba, recibió un mensaje en el móvil. Era de Kenneth y decía: “Isabel, si he venido hasta aquí ha sido para hablar contigo y no quiero irme sin hacerlo. Yo te sigo queriendo. Vuelvo a Londres mañana por la tarde. Llámame antes, por favor”.
            En su teléfono se leía: “Mensaje enviado”. Kenneth se acomodó en el sillón en casa de Alicia. Esta vino y se acurrucó sobre él, que le echó cariñosamente el brazo por el hombro y la acercó hacia él.

                                                          Foto cedida por Laura Cuevas