‹‹Aquella noche sentí una punzada en el corazón y pegué un salto de la cama. Todo había empezado cuando, teniendo yo diez años, nuestros padres se divorciaron. Mi madre y mi hermana se quedaron a vivir en Málaga, pero mi padre y yo nos fuimos a París, ya que su empresa tenía un puesto vacante allí y él quería empezar una nueva vida. Lo que más me costó fue separarme de mi hermana, dos años mayor que yo. “Ali”, recuerdo que me dijo el día que nos despedimos, “prométeme que siempre vamos a mantener el contacto y seremos las mejores hermanas del mundo”. “Te lo prometo”, le contesté. Y así fue. Aunque la relación entre mis padres no fue para nada buena tras el divorcio, nosotras seguimos escribiéndonos cartas, llamándonos por teléfono y, cuando las nuevas tecnologías se impusieron, empezamos a chatear y mantener contacto a través de las redes sociales. Sin embargo, en persona nos habíamos visto muy poco, ya que nuestros padres no querían saber nada el uno del otro. Cuando fuimos adolescentes y empezamos a tener una cierta independencia, comenzamos a visitarnos una vez al año o cada dos años, lo que nuestra economía, basada en los ahorrillos que podíamos reunir, nos permitía. Y nuestra intensa relación, que nunca había llegado a debilitarse, se hizo más fuerte si cabe.
El día en que cumplí treinta años, mi novio me dejó. Habíamos tenido una relación muy tormentosa, llena de discusiones, reproches e infidelidades y todo acabó como tenía que acabar. Yo en ese momento no tenía trabajo, así que decidir dar un cambio radical a mi vida y volver a España. Mi hermanita, como siempre, estuvo a mi lado, y me buscó una casa donde vivir y un trabajo. La casa estaba bastante bien y el volver a Málaga después de tantos años fue para mí un soplo de aire fresco. El vecino del piso de al lado se llamaba Pablo, tenía una hija de algo más de un año y acababa de separarse de su mujer, por lo que necesitaba alguien que se hiciera cargo de la casa y de cuidar a la niña mientras él trabajaba o atendía otros asuntos fuera de casa. Mi hermana lo sabía, de hecho lo conocía bien, por eso me buscó la casa justo allí. Al poco de llegar, conseguí hacerme la encontradiza con Pablo y sacar conversación hasta que me comentó su situación, momento que aproveché yo para decirle que estaba recién llegada a España y necesitaba trabajar y que me encantaría echarle una mano con la casa y la niña. Él reconoció que era justo lo que necesitaba y me contrató, pidiéndome disponibilidad total. Entre semana, por tanto, me trasladé a su casa y duermo con la niña, Desirée, cuidándola en todo momento. Al ser vecinos, este trabajo me permite ir y venir constantemente y poder cuidar las dos casas, a la vez que tener mis momentos de intimidad, y los fines de semana y festivos es cuando tengo tiempo libre para mí. Aunque no me hace falta. Soy feliz con lo que hago y, en cierto modo, también me ilusiona vivir con Pablo. Desde un primer momento conectamos bien y la relación cada vez es más estrecha. De hecho, hace poco le llegó la confirmación de que su hija es efectivamente suya (por lo visto tenía sus dudas) y me dio un abrazo que me hizo correr un escalofrío por toda la espina dorsal. Es tan tierno y tan atento conmigo… tanto que no puedo permitirme perder este trabajo. Además, mi hermana me contó muchas cosas y me encargó que lo vigilara de cerca y le informara de todos sus movimientos, y es lo menos que puedo hacer por ella, que tan bien se ha portado conmigo.
Hace poco, desde las Navidades, sin embargo, se ha venido a vivir a casa la nueva novia de Pablo, una tal Elisa. Antes incluso de que empezaran a salir juntos, Elisa se puso en contacto conmigo (apenas empecé a trabajar en casa de Pablo) y me dijo también que me daría una cantidad de dinero todas las semanas si le informaba de todos los movimientos de Pablo y de cómo estaba su hija, sin que él supiera nada, por supuesto. Yo no sé qué tendrá este hombre que tantas mujeres quieren estar al día de cada uno de sus pasos, tampoco es que tenga una vida tan interesante. Pero ese aire enigmático es precisamente lo que me fascina de él. Acepté la oferta de Elisa, claro está, no me costaba trabajo y no está la cosa para rechazar un dinero extra. Pero al poco tiempo Elisa me dijo que se instalaría pronto en la casa y que entonces ya no necesitaría mis servicios. De hecho, desde que está viviendo aquí y ha visto que entre Pablo y yo hay una gran complicidad, me hace la vida imposible e intenta que Pablo se convenza de que ya no me necesita, incluso mete cizaña para ponerle en mi contra. Pero yo sé más cosas de ella de las que ella misma sospechaba, así que de momento la tengo bajo control, aunque el ambiente de la casa sin duda se ha enrarecido. Por eso tengo que conseguir echar a esta intrusa de “mi” casa. Pablo es mío y, como que me llamo Alicia, que lo que yo me propongo, lo consigo.
De hecho, anoche, cuando llegó Pablo, aprovechando que Elisa no estaba (creo que había ido a un viaje de trabajo), yo le esperé con el modelito más seductor que conseguí encontrar. Me dijo que estaba cansado, así que nos sentamos en el sofá y empecé a darle un sensual masaje por la espalda y el cuello. Al principio se incomodó un poco, pero pronto se dejó llevar por la situación y el estado de relajación en que le fui sumiendo. Cuando estaba absolutamente entregado, recostado en el sillón y con los ojos cerrados, me coloqué a horcajadas encima de él y le di un suave beso en los labios. Pablo abrió los ojos de pronto, sobresaltándose, pero yo le dije que se relajara y seguí besándole por la cara y el cuello, hasta que finalmente se liberó de toda la tensión y me respondió, fundiéndonos en un largo y cálido beso.››
Foto cedida por Carmen González